lunes, 23 de junio de 2025

¡NOVEDAD EDITORIAL! AGENDA FÁTIMA II

 


Llega la segunda parte de “AGENDA FÁTIMA” (2022), de candente actualidad. ¿Nos aproximamos al cumplimiento total de los mensajes de Nuestra Señora? El tiempo se aproxima. Entienda por qué los acontecimientos que actualmente sacuden al mundo están encuadrados dentro de las misteriosas apariciones de la Santísima Virgen y sus mensajes de Fátima.

 

CONTENIDO

F Palabras previas del autor. 

F Presentación por Luis Álvarez Primo.     

F Agenda Fátima contra Agenda 2030.     

F Del tercer templo al tercer secreto. Milei en clave esjatológica.

F 13 de junio.

F ¿Consagró el papa Francisco Rusia como lo pidió la Santísima Virgen?  Examen de la cuestión.      

F 13 de mayo de 2023: nuevo fruto de la consagración “de Rusia” por Francisco.     

F Remedio contra los “espíritus de las tinieblas” y las fuerzas del odio y del temor.

F Comentarios sobre la neutralización del tercer secreto de Fátima. 

F Discutiendo sobre Putin.      

F Entrevista sobre “Fátima y Rusia”. 

F ¿Fátima perimida?

F “La carta debería ser abierta en 1960”. Fátima contra la Revolución en la Iglesia y en el mundo.      

F Rusia comunista, Putin y una curiosa serie de fechas. ¿Simples coincidencias o señales del cielo?      

F 22 de agosto, Rusia y la Virgen.    

F 13 de octubre: llega a Rusia la Panagia Portaitissa.   

F De Fátima a Gaia: la gran sustitución.    

F ¿Católico liberal y devoto de la Virgen? 

F La Santísima Virgen, el número 13 y el combate de la Iglesia contra Satanás.  

F Pontificado de Francisco: una afrenta contra Nuestra Señora de Fátima.

220 páginas. Comprar AQUÍ

 

GUILLERMO DE OCKHAM Y LAS CONSECUENCIAS DEL OCKHAMISMO

 


Por THOMAS MOLNAR

 

La filosofía católica se ha granjeado una reputación desfavorable, en particular por haber criticado a numerosos adversarios, ya sea ciertos sistemas especulativos, ya sea, dentro de la misma Iglesia, tendencias consideradas incompatibles con la doctrina enseñada. Parece que en tiempos ecuménicos no conviene insistir demasiado en los conflictos; habría que destacar más bien los puntos de encuentro y las convergencias. Por eso se considera que la Iglesia es “negativa”, debido a que afirma conocer el fin último del hombre, así como los caminos que conducen a él. Mientras que, a lo largo de su larga historia, otros sistemas intentaron sustituir la imagen de la salvación propuesta por la Iglesia por otra propia, y, al no lograrlo, optaron por cargar contra ella un surtido de invectivas: retrógrada, negativa, inmovilista, reaccionaria, aferrada al pasado, no conforme a la modernidad. Estos sistemas —el gnosticismo, el maniqueísmo, la filosofía de las Luces, el liberalismo, el marxismo, etc.— se levantaron contra la Iglesia desde el exterior. El ockhamismo, en cambio —aunque no es el único— tuvo la particularidad de surgir dentro de ella, concretamente dentro de la escolástica, y ello en un tiempo muy próximo a la muerte de santo Tomás. Junto a la ortodoxia, surgió una enseñanza que iba a revolucionar el mundo especulativo y empírico, y cuyos efectos siguen siendo tan activos hoy como en el siglo en que enseñaba Guillermo de Ockham, es decir, en la primera mitad del siglo XIV. (Tomás murió en 1274, Guillermo en 1349; ambos fallecieron antes de haber cumplido los cincuenta años).

¿Cuál es el contenido y cuál es el significado del ockhamismo? Digamos, de manera general, que Ockham pertenece con toda propiedad al espiritualismo «ultrasobrenaturalista» (término del erudito inglés Mons. Ronald Knox) franciscano, heredero del abad calabrés Joaquín de Fiore (fallecido en 1198). Convencidos de que la verdadera Iglesia de Jesucristo había sido falseada por la Iglesia institucional, rica y poderosa, Joaquín y los franciscanos que lo seguían pretendieron restablecer la idea original, o más bien establecer la verdadera Iglesia, fiel a la enseñanza del Señor. Según el sistema joaquinita, los fundadores de la Iglesia auténtica —es decir, la del “tercer estado” del cristianismo— son los monjes, que obrarían ya no bajo el signo del Padre o del Hijo, sino del Espíritu Santo. Ockham se muestra de acuerdo con los Fraticelli, la rama radical de la Orden, en los siguientes puntos esenciales: énfasis en la fe, poca importancia a los sacramentos; primacía de la Verdad sobre la Autoridad; organización espiritual de los fieles más que instituciones visibles; mayor importancia de los doctores (teólogos) que del Papa; prioridad del laicado sobre el clero, el cual no tiene, en realidad, nada que mediar entre los fieles y Dios. De este resumen se desprende que no solo Lutero iba a formular las mismas proposiciones, sino que incluso en nuestros días los radicales retoman esas mismas tesis. ¿Acaso Küng, Curran y otros no sostienen que la reflexión de los teólogos prevalece sobre la de la Iglesia oficial, que los laicos (guiados por esos mismos teólogos) apenas necesitan la dirección espiritual de los sacerdotes, y que las “comunidades de base”, asociaciones informales de creyentes, son las que tienen el porvenir? Sería, pues, erróneo —notémoslo de paso— atribuir a Küng, Curran y otros cualquier tipo de novedad; son simplemente portavoces de viejos errores que suenan “modernos” gracias a la caja de resonancia de los medios, los cuales ignoran la historia y la tradición filosófica.

Frente a la Iglesia, se encontraba para Ockham la Ciudad temporal, concretamente el Imperio romano-germánico, adversario del papado. El pensamiento joaquinita-franciscano sentía el mismo desprecio por uno y por otro, pero con una distinción importante. La Iglesia debía ser puramente espiritual, estando prohibido todo compromiso con la materia, las posesiones y el poder político. En cambio, el Príncipe, no estando vinculado por estas consideraciones, tenía las manos libres incluso para oprimir al pueblo, que lo merecía de todos modos, puesto que Dios ha colocado al Príncipe por encima del pueblo para castigarlo por sus pecados. Así se creó en la mente de Ockham y de sus correligionarios franciscanos una situación cuyas consecuencias seguimos sufriendo hoy: el cristiano debe deshacerse de la institución eclesiástica, pero someterse a las autoridades seculares. La razón es que solo la fe y el espíritu cuentan, y en ese ámbito hay que ser intachable ante Dios; la Ciudad, por definición injusta (aquí una interpretación errónea, aunque extremadamente influyente, de san Agustín), no exige nada: es indiferente para la salvación, se la soporta con resignación. El súbdito del Príncipe, que no participa más allá de lo estrictamente necesario en la estructuración de la Ciudad, hará posible —seis siglos después de Ockham— la instauración de los regímenes más totalitarios en Europa sin que levante un dedo. Y dado que la naturaleza humana es la que es, incluso colaborará, pues ¿en nombre de qué se alzaría contra un Estado tiránico por naturaleza, casi por vocación? (Calvino, otro discípulo lejano de Ockham).

Iglesia débil y cuestionada en nombre de una fe exclusiva y purificada, frente al Poder temporal sin freno alguno hacia el despotismo: tal es la herencia política de Ockham. Debemos preguntarnos: ¿qué teología condujo al pensador anglosajón hacia estas conclusiones, que serán precisamente las de la modernidad en filosofía y filosofía política? Emile Bréhier observa en su Historia de la filosofía (vol. III, p. 729) que el Dios de Ockham no es el de la caridad, sino una especie de Jehová caprichoso. Más exactamente, el teólogo franciscano atribuye a Dios la potestas absoluta, que le permite al Creador cambiar las leyes físicas y morales de su propia creación sin advertir a los hombres, castigándolos, sin embargo, por las consecuencias. ¿No es exactamente ese el poder que Ockham atribuía también al Príncipe, apenas sujeto a las leyes? La enseñanza de la Iglesia en este punto es que Dios posee la potestas ordinata, es decir, que se somete a sus propias leyes y no las invalida por razones que, en todo caso, son inescrutables para los hombres. La potestas ordinata no es señal de debilidad de Dios; al contrario, hace de Él un juez que no modifica la ley durante el proceso sin siquiera advertir al acusado. Para Ockham, lo que hoy es el bien puede convertirse en mal por un decreto oculto de Dios.

La confusión que de ello se sigue tiene, para Ockham, la ventaja de desestabilizar aún más la base religiosa de la conducta humana, y así hacer de los hombres más individuos —hoy diríamos personas maduras, adultas— que no necesitan un “padre” que los dirija (Freud). De este modo son libres de vivir su vida individual, la única que cuenta, y de constituir las relaciones que forman la sociedad civil. Y así, tras el Papa, también el Emperador se ve prácticamente destronado, pues “el rey recibirá su corona según cualquier acuerdo humano”. Más allá del Estado y de la Iglesia, solo la sociedad civil y las transacciones entre ciudadanos egoístas sobreviven: solo ellas tienen peso e importancia. No nos engañemos: Ockham, a pesar de su espiritualidad franciscana, fue fuertemente influido por el auge económico de las ciudades italianas (y flamencas, inglesas, provenzales, etc.), cuyo interés era precisamente debilitar los poderes adversos, o al menos abrirse paso entre ellos. En la estela de Ockham encontramos, por lo tanto, no solo teólogos como Lutero, Calvino y los contestatarios actuales, sino también pensadores políticos como Hobbes y Hume, que apuntan igualmente al establecimiento de la sociedad civil, a la reducción del Estado al papel de guardián del orden (“vigilante nocturno”) y, si no a la eliminación de la Iglesia, al menos a su “privatización”. La eliminación de la Iglesia: ese es hoy el objetivo del marxismo, un Estado que no es tal, sino un Partido que usurpa y distorsiona sus funciones. La privatización de la Iglesia: ese es el programa del liberalismo, que solo reconoce “grupos de interés”, agentes estrictamente iguales en el consumo de alimentos, ocio o religión. Se puede ver hasta dónde ha llegado el ockhamismo en su camino hacia la purificación de la Iglesia y la enseñanza no adulterada de Cristo.

Vayamos más lejos y preguntemos a Ockham (doctor invincibilis) las razones profundas de su pensamiento. No es este el lugar para superponer la filosofía de santo Tomás a la de Guillermo de Ockham, con el fin de observar la desviación ockhamista. Digamos solamente que Tomás mantuvo el equilibrio entre christianitas y humanitas, siendo el hombre miembro de ambas. Lejos de desgarrarlo, esta dualidad refuerza en el hombre la solidez de las instituciones, ya que la justicia humana sólo permanece válida por su conformidad con el derecho natural. Mientras tanto, otro discípulo lejano de Ockham, el jurista moderno Hans Kelsen, elaboraba los principios jurídicos hoy vigentes en nuestras democracias, según los cuales la cuestión del bien y del mal no se plantea: la ley es válida porque es la ley. Es el legislador quien lo decide, como el Dios caprichoso de Ockham que fundamenta sus decisiones en los datos de una situación examinada empíricamente. Si sobreviene un régimen totalitario, o favorable al aborto o a la eutanasia, el legislador justificará sus leyes por referencia a la elección aparente de la mayoría, o de quienes hablan en su nombre.

Volvamos al pensamiento profundo de Ockham, cuyas raíces son nominalistas. Ya Pedro Abelardo combatía la tesis de que las cosas se dividen entre esencias —entidades metafísicas (digamos, para simplificar, ideas de Platón)— e individuos separados pero múltiples. Las esencias no son universales, únicas verdaderas, lo que haría que los individuos fueran ilusorios y la multiplicidad un error de perspectiva. Ockham compartía la opinión de Abelardo: los universales no tienen más que un estatuto lógico; solo el individuo es real. Digamos —piensa Ockham— que la causalidad es un universal, por tanto válida en todo lugar y momento, esencialmente válida. Según esta hipótesis, el fuego y el hecho de quemar son causa y efecto. Sin embargo, argumenta nuestro filósofo, Dios puede ordenar que el fuego no queme, que tenga otro efecto. La causalidad ya no sería válida. Vemos que la epistemología ockhamista está en la raíz de su política y de lo que piensa sobre el papel de la Iglesia. Más importante aún para el pensamiento posterior a Ockham, la causalidad no está en la naturaleza: está en el espíritu y la voluntad de Dios. Cinco siglos más tarde, surgirá Kant, quien localizará la causalidad no en el espíritu de Dios, sino en el del hombre. Será una de las categorías de nuestra razón, pero nadie podría decir si ella, la causalidad, se encuentra también en los hechos. Ockham fue así el padre del agnosticismo moderno. En él hay dos procesos: vuelve a Dios incierto tanto para la naturaleza como para el hombre, y lo convierte finalmente en objeto de la fe —una fe que es gratuita, sin otro apoyo dentro de la economía de las facultades humanas. El otro proceso de Ockham es hacer del hombre-individuo el dueño de los fenómenos —fenómenos, ya que no conocemos la esencia de las cosas (Kant, una vez más). Solo que este dominio, cuya idea será retomada por Bacon y Descartes, se ejerce únicamente sobre los fenómenos, ya sea, como hemos visto, en el ámbito judicial, político, institucional y, en última instancia, religioso. Y ciertamente en el ámbito científico. Como observa Marcel De Corte en La inteligencia en peligro de muerte, si hoy somos esclavos de la tecnología, es porque el saber, la ciencia, han perdido su sustrato y solo se interesan por el momento de las cosas. Ahora bien, lo que ocurre en las ciencias es inmediatamente transferido a los asuntos humanos: nuestras relaciones se mecanizan, burocratizan, tecnifican; la famosa “comunicación” se realiza por medio de eslóganes y nociones prefabricadas. Es el universo de la publicidad y de la propaganda.

En el origen de la modernidad se encuentra, más que ningún otro, Guillermo de Ockham. Hay que reconocerle que su obra contiene también aspectos positivos, aunque el precio pagado fue considerable. ¿En qué consiste esa modernidad?, ¿cuál es su fundamento? En su expresión más simple: Ockham —pero no solo él, sino toda una línea de pensadores desde Abelardo hasta Nicolás de Cusa, de Marsilio de Padua hasta Galileo— realizaron el paso de las esencias a los fenómenos, de las relaciones entre los fenómenos al método que los mide. El método permitió luego llegar al dominio de las cosas, al precio del sacrificio del contacto íntimo con ellas.

Medimos todas las cosas, no las comprendemos. La medición se sustituye por la comprensión, creando su propio mundo en el que hacer preguntas sobre la natura rerum parece obsceno a nuestros contemporáneos.

 

La pensée catholique n° 234 - Mai-juin 1988.

 

«LOS PELIGROS DE LA BELLEZA» DE E. M. JONES - PRESENTACIÓN DE LUIS ÁLVAREZ PRIMO Y MARIO CAPONNETTO

 

OTRO GNÓSTICO: TEILHARD DE CHARDIN

 


LA GNOSIS DE TEILHARD DE CHARDIN

 

 

Por ETIENNE COUVERT

 

Nuestra intención no es retomar aquí el estudio del pensamiento del célebre jesuita. Esa labor ya ha sido realizada con maestría. Solo queremos mostrar la filiación gnóstica de ese pensamiento. Teilhard fue a la vez un iluminado y un iniciado, desde muy joven. Claude Cuénot declara que su obra es fruto de una iluminación: «Muchos relámpagos ya habían surcado el cielo mental de Teilhard, el último en fecha fue El Medio Divino...» Por su parte, el padre de Lubac habla de «la intuición primera que una reflexión incesante no logra agotar», cuya fuerza activa proviene de una chispa inicial que todo lo iluminó.

El mismo Teilhard confiesa su iniciación gnóstica en su Misa sobre el Mundo: «Bajo el despertar de iniciaciones terribles y dulces, cuyos círculos me hiciste atravesar sucesivamente, he llegado a no poder ver ni respirar fuera del medio donde todo es uno».

Su inspiradora, su iniciadora en la gnosis, fue la señora Maryse Choisy, directora-fundadora de la revista Psyché, miembro de la masonería del Droit Humain. Fue ella quien le hizo atravesar los “círculos” de la iniciación masónica. Poco antes de su muerte, aún le escribía: «Querida amiga, ¿qué es de usted? ¿En qué punto se encuentra de su evolución? Hágamelo saber, me importa, porque a pesar de la distancia y la ausencia, seguimos necesitando el uno del otro. Existe entre nosotros una fuerza preciosa que no debemos dejar disipar».
En su última carta a Maryse Choisy, le precisa: «Me siento cada vez más preocupado (es decir, apasionadamente interesado) por la búsqueda de Dios (no solo cristiano, sino transcristiano), vuelto necesario por las crecientes exigencias de nuestra adoración».

Todo el fárrago gnóstico que llena las miles de páginas de nuestro jesuita está sacado de los grandes escritores ocultistas y esotéricos: Édouard Schuré, H.G. Wells, etc. Escribe a su hermana, la señora Teilhard-Chambon: «He leído también a Schuré, que evidentemente es muy tónico para el espíritu. Hace sentir y pensar en el orden de las realidades que nos interesan a ambos... Alegría de encontrar un espíritu extremadamente afín al mío, excitación espiritual al contactar con un alma apasionada por el mundo, placer de ver que mis ensayos de solución convienen, en suma, perfectamente a las visiones de los Grandes Iniciados, sin alterar el dogma... De la lectura de estas páginas, tengo conciencia de haber obtenido, sobre todo, un vehemente incremento de mi convicción en la necesidad de que la Iglesia presente el dogma de una manera más real, más universal, más cosmogónica, ¿me atreveré a decirlo?».

Sentimiento, pasión, excitación, vehemencia... todos esos términos muestran claramente un alma hechizada por un atractivo satánico y una toma de posesión demoníaca que anula toda posibilidad de recurrir al sentido común natural para rechazar tales desatinos.

Por otra parte, este pensamiento gnóstico ya rondaba el espíritu del padre Teilhard desde su juventud. Testigo de ello es esta carta del 15 de marzo de 1916 al padre Fontoynont: «La embriaguez del panteísmo pagano, la desviaré hacia un uso cristiano, reconociendo la acción creadora y formadora de Dios en todas las caricias y en todos los choques... La alta pasión de la lucha por saber, por dominar, por organizar, la desencadenaré sobre los objetos naturales, pero con el trasfondo y el objetivo último de proseguir la obra creadora de Dios, comenzada, por ejemplo, en la elaboración inconsciente del cerebro humano... El amor ingenuo o inquisitivo por la gē mētēr (la Tierra-Madre), lo divinizaré, pensando que de ese todo misterioso que es la materia, algo debe pasar, por la resurrección, al mundo de los cielos... Y así, sin ruptura, llevado por la gradación natural de lo material, de lo viviente, de lo social, encuentro al final de mis deseos al Cristo cósmico (si me atrevo a decirlo), aquel que une en el centro consciente de su persona y de su obra todo movimiento de los átomos, de las células, de las almas...».

La iniciación gnóstica del padre Teilhard se remonta a su juventud. Su espíritu ya estaba preso del culto a la Tierra-Madre, de un evolucionismo delirante, de una identificación del alma de Cristo con la materia y los átomos. Hay que reconocer aquí el soplo poderoso y devastador del espíritu de las tinieblas, que exalta las pasiones más bajas, aquellas de la ambición y de la dominación.

Finalmente, en una carta a Maryse Choisy escrita desde Nueva York, pocos días antes de su muerte, el 10 de abril de 1955, el padre Teilhard le transmite sus reflexiones tras la lectura de un texto de Jung, al que llama su ilustre Maestro. A propósito de la Asunción, Jung sostendría la tesis de que, en la mística católica, el auge de la mariología sería obra de las mujeres, que desean verse bien “representadas en la estructura del Reino de los cielos”. Pero mi convicción –dice Teilhard–, al contrario, es que ese ascenso tan notable de lo mariano junto a lo cristológico es principalmente obra de los hombres, especialmente de los hombres consagrados al celibato. Los grandes devotos de la Virgen han sido hombres: san Bernardo, san Francisco de Sales, san Luis Gonzaga, san Berchmans, etc., mientras que las grandes devotas del Cristo-hombre —no digo del Cristo cósmico— han sido mujeres, santa Teresa, etc. El fondo y el interés de la cuestión mariana, del hecho mariano —según mi opinión— es traicionar una necesidad cristiana irresistible de feminizar, aunque sea mediante una atmósfera o envoltorio externo, a un Dios, Yahvé, horriblemente masculinizado, lo cual es simplemente una de las caras actuales del sobre-descubrimiento de Dios: un Dios a la vez cosmisado y feminizado, en reacción contra un cierto paternalismo neolítico, demasiado a menudo presentado como la esencia definitiva del Evangelio. ¿Qué piensa usted? Buen coraje para su hermosa tarea».

OTRO GNÓSTICO: GUSTAVE THIBON

 


NOTA SOBRE GUSTAVE THIBON

 


Por ETIENNE COUVERT

 

En su momento, seguimos con simpatía e incluso con admiración la obra de Gustave Thibon, sobre todo: Retorno a lo real, Lo que Dios ha unido, Nuestra mirada que falta a la luz. ¡Por desgracia! Thibon se dejó hechizar por Simone Weil y cayó tras ella en la gnosis maniquea, especialmente en sus dos últimas obras: La ignorancia estrellada y El velo y la máscara. Él mismo reconoce esta inspiración: «El maniqueísmo siempre ha sido mi tentación». Pero cuando uno dice "tentación", quiere decir que resiste, y por tanto, que rechaza la inspiración satánica. Pues bien, las fórmulas gnósticas son innumerables en esos dos libros citados.

El hombre —dice Thibon— es un Dios mutilado y manchado, una chispa divina sofocada por la ceniza de los días. Esta expresión se repite varias veces. El hombre sería un ser que, caído de la eternidad, no puede alcanzar su destino más que remontando hacia su principio. Si sufrimos por estar separados de Dios, es porque, en lo más profundo de nosotros mismos, nunca lo hemos abandonado, como el exiliado que lleva consigo el alma de su tierra natal. La idea platónica de la reminiscencia da testimonio de esta presencia en el corazón de la ausencia. ¿Es necesario recordar que el hombre fue creado en la tierra y colocado en un paraíso terrestre, no celestial? El hombre no posee ninguna reminiscencia de un mundo divino del cual habría sido precipitado. Eso es precisamente la tesis de los gnósticos, y por tanto, de Satanás.

Más adelante, Thibon rechaza la concepción aristotélica del compuesto sustancial en favor de la teoría platónica del alma prisionera del cuerpo. Una vez más, la seducción de Platón ha desempeñado su papel nefasto, como siempre. Finalmente, dos afirmaciones blasfemas:

La creación por la cual Dios ha salido de sí mismo y se ha eclipsado detrás de su obra. En referencia a Léon Bloy, Thibon añade: ¿Hay que consolar a Dios? ¿De qué? De haberse separado de sí mismo al crearnos. Es de nosotros que Él espera el fin de su exilio. Esto no es una admirable intuición de Léon Bloy; es la enseñanza corriente de todos los gnósticos, desde siempre. Y aún más: Apenas me atrevo a evocar esta locura: la creación concebida como un suicidio divino por amor. Dios que, al sacar el universo de la nada, cava la tumba donde va a tenderse, inerte y helado, y corre la aventura de ser despertado de la muerte por la fidelidad de su criatura. Sí, es una locura, evidentemente, señor Thibon. ¡Pero usted la ha evocado! Y eso, por desgracia, es una blasfemia.

Saber, desde el fondo del alma, que Dios, primer autor del mal, es también su suprema víctima. ¿Cómo puede un cristiano hablar así de Dios?

Sobre el amor: Beatriz, Tristán e Isolda deben desvanecerse en la plenitud de su amor, y no amortiguarlo estabilizándolo por el matrimonio. Saber esto y no sucumbir a la tentación del maniqueísmo. Pero, señor Thibon, usted parece haber sucumbido ya a esa tentación. Esta concepción del amor suicida y estéril es bien conocida en el pensamiento gnóstico. Nos parece que usted enseñaba todo lo contrario en otro tiempo, en Lo que Dios ha unido. Entonces, ¿qué conclusión sacar?

 

E. Couvert, La gnose universelle, Éditions de Chiré, 1993, págs. 139 a 141.

 

OTRA GNÓSTICA: SIMONE WEIL

 


Nota previa del blog:

Se dice que Simone Weil fue bautizada in articulo mortis por una amiga. No sabemos, ojalá sea cierto. Mas, en cuanto a su obra, que como los libros de León Bloy y otros autores gnósticos ha circulado mucho en los círculos intelectuales católicos, debe si duda condenarse. Viene a cuento el comentario a raíz de una reciente entrada en un sitio web español Simone Weil y el deseo de comunión, en el cual ninguna aclaración se hace al respecto.

 

LA CÁBALA SEGÚN SIMONE WEIL

 

Por ETIENNE COUVERT

 

Antes de exponer el pensamiento de Simone Weil, queremos presentar esta protesta indignada del canónigo Moeller:

“El entusiasmo de los medios cristianos por los escritos de Simone Weil es una manifestación característica del desconcierto de los espíritus dentro del pensamiento católico de este siglo. Estamos obsesionados con los concordismos fáciles —ya lo he dicho a propósito de Huxley—. Tratamos de bautizar in extremis todo lo que, de lejos o de cerca, se parece al cristianismo, porque no nos tomamos la molestia de conocer el mensaje cristiano auténtico. Parece que necesitamos que las verdades cristianas nos sean impuestas por pensadores no cristianos para tomar conciencia de las riquezas que poseemos desde siempre, pero que habíamos olvidado. Tenemos mala conciencia, nos avergonzamos de nuestra fe. Simone Weil pasa por cristiana a los ojos de muchos. Casi nadie sabe que era maniquea. Así que es posible, en nuestro siglo, difundir ideas heréticas que están en las antípodas de los puntos más esenciales de nuestra fe, sin que nadie se inquiete. A condición de no usar las fórmulas que todo cristiano reconoce como heréticas, se pueden desarrollar teorías que no solo están por debajo de la Revelación, sino que la niegan; y se puede estar tranquilo, porque pasará mucho tiempo antes de que alguien se atreva a protestar”.

Hacemos nuestra esta protesta, y pensamos que podría aplicarse a muchos otros escritores considerados abusivamente como cristianos. Citemos a Lanza del Vasto, Marcel Légaut, y otros aún vivos, que actualmente son los autores más vendidos de la edición religiosa...

El primer libro de Simone Weil, La pesanteur et la grâce (La gravedad y la gracia), es considerado en la literatura como un clásico cristiano, gracias a la complacencia de Gustave Thibon, que tuvo el cuidado de eliminar del manuscrito todo el fárrago gnóstico que lo saturaba para orientar su pensamiento en una dirección aparentemente cristiana. Basta ver que el propio título de la obra ya es herético.

OTRO GNÓSTICO: ÁNGEL FARETTA

 


Por FLAVIO MATEOS

 

"Faretta": término italiano, es el diminutivo de "faro" o "faretto", y se puede traducir como: "Pequeño foco de luz".
Usado para referirse a luces pequeñas o faroles, como los que se usan en decoración o en iluminación escénica.

Ejemplo:
"Accendi la faretta sopra il quadro."
(“Enciende el pequeño foco sobre el cuadro.”)

 

Como ya hemos abordado ampliamente el estudio de la teoría del cine farettiana (1), vamos a ser breves en este caso, para indicar si hay una filiación gnóstica de su “pensar y poetizar” como le gusta decir a él. De modo tal que quede merecida su inclusión en esta galería de gnósticos a los cuales queremos descubrir en este blog. Descubrir como gnósticos, queremos decir. Tarea que, como ya lo señalamos, hasta ahora en Argentina parece nadie abordó, sea por inadvertencia, desinterés o simplemente desconocimiento. En sentido contrario, los panegiristas y promotores de todos estos autores son abundantes.

Faretta se nombra con insistencia católico, pero afirma siempre en que la suya es una “tercera posición”. En un reciente video (Domingo Faretta) afirma que quiere la opción de la misa tridentina junto con la libertad sexual (la tradición combinada con la libertad de bragueta, para decirlo de otra forma). Pide al nuevo papa “Restituir el ritual pero mantener lo reformado por Francisco acerca de las relaciones humanas…la sexualidad”. Critica en Pablo VI probablemente lo único bueno que hizo, Humanae vitae, puesto que según él “el gran desbande de los católicos en 1967” fue porque se les prohibió usar los anticonceptivos. A Juan Pablo II lo tiene por demasiado conservador, lógicamente, puesto que él está a la izquierda de la izquierda, aún postulándose “tradicional”. Como los gnósticos, postula el “amor” estéril, deplora la familia (lo hemos escuchado burlarse de las familias que tienen muchos niños) y él mismo ha sido coherente con esa idea, al negarse pertinazmente a traer niños a este mundo. “La pasión quiere que el “Yo” se haga más grande que todo, tan solo y poderoso como Dios. Eros es la fusión esencial del individuo en la divinidad. La exaltación del amor es una ascesis violenta contra la vida y su transmisión. La amada es un medio que el ego utiliza para escapar del mundo y entrar en el gran Todo” (E. Couvert). En efecto, ese es uno de los tantos temas que ha ponderado Faretta en Titanic de James Cameron, el amor que llaman “místico”, pero que no es otra cosa que un revuelco carnal en el asiento trasero de un automóvil.

No obstante que preferiría el ritual tradicional de la misa, no asiste a las misas de los seguidores de Monseñor Lefebvre porque, afirma arrebatado, “los lefebvrianos son calvinistas [sic]. Piensan que son los elegidos, que son los puros. Ellos que quieren ser tan ortodoxos son herejes, literalmente, son calvinistas”. Veremos enseguida a qué se debe este arrebato, pero en principio vale recordar que ni los más acendrados modernistas de Roma llegaron a tales improperios contra los fieles de la Tradición, ya que no hay ningún fundamento para ello. Y hacemos una necesaria acotación: indudablemente hay espíritu farisaico en la Tradición católica, lo sabemos bien, nos duele y lo combatimos, pero hacer esa generalización es no sólo falsa sino además, en el fondo, una excusa para evitar plegarse a una corriente que no es otra cosa que continuar lo que la Iglesia ha hecho y creído siempre. Lo decimos desde nuestra experiencia de veintidós años que llevamos en las filas de la Tradición, habiendo conocido ese ambiente en nueve países diferentes. Lo de Faretta es la típica calumnia gnóstico-modernista, proferida ante una conducta ejemplar de quienes no mutilan del decálogo el sexto y el noveno mandamiento, habitual procedimiento de los herejes, como cualquiera puede comprobar. Si Monseñor Lefebvre postuló una posición calvinista, que nos la demuestren. Por el contrario, el arzobispo siempre señaló su deseo de continuar la Iglesia de siempre y no crear una iglesia paralela, “pura y singular”, y si tuvo enemigos fueron tanto los herejes modernistas, como así también los sedevacantistas, que en un alto porcentaje podrían adscribirse al susodicho sectario “calvinismo”, que nosotros no dudamos en llamar más adecuadamente “fariseísmo”. Fue el gran logo de Lefebvre no caer ni a uno ni a otro lado del camino.

“Solamente mantienen el ritual pero están fuera del mundo”, afirma el teórico del cine. No plegarse a la libertad de bragueta es para Faretta salirse del mundo. Pero se equivoca: una cosa es ser un amish, y otra cosa es ser un católico como manda la Iglesia. ¿Puede esto ser entendido por un libertino?

Desde luego que para un lefebvrista ser denostado por un hereje teilhardiano es toda una prueba de vitalidad de la verdad que hiere: a Faretta incluso le causa escozor que “los lefebvrianos son más de lo que parecen”.  

Faretta combina la libertad sexual con su apego a sus filósofos de cabecera: Platón, Pitágoras, Vico y Schopenhauer. Del pensamiento de los dos primeros devino, como se sabe, el gnosticismo moderno, y no se puede ser a la vez platónico, pitagórico y cristiano, cuyas doctrinas son inconciliables. De igual modo no se puede adoptar el pesimismo orientalista, particularmente hindú, de Schopenhauer, siendo un católico. Algo no encaja. Desde luego; a no ser que uno sea un católico “de tercera posición”…

Un total desapego por el pensamiento realista aristotélico-tomista lo inclina hacia lo imaginativo-simbólico-fantasioso “decisionista”, donde no se necesita el rigor lógico y metafísico para asentar cualquier exposición. Las bases de su edificio teórico, por eso mismo, no son firmes sino confusas, nebulosas y muy elásticas, aunque exponga sus conclusiones de manera dogmática, decididamente polémica. No sorprende que quien desdeña a Santo Tomás, como él, luego se haya inclinado –o, mejor dicho, resbalado- hacia la ciencia ficción de Teilhard de Chardin. Ese encandilamiento con el gnóstico Teilhard lo ha llevado a escribir sobre la “biósfera y noósfera del cine”, en una de sus performances más inextricables. ¿Acaso importa? No, porque como él mismo confiesa al final del citado video: “Me encanta que me llamen maestro. Lamentablemente la humildad cristiana no ha funcionado mucho en mí”.

Lamentamos avisarle que, por eso mismo, la sabiduría cristiana tampoco ha funcionado en él. Ya lo dijo el –este sí, Maestro-: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las has revelado a los pequeños.» (Mateo 11,25)

¿Qué es lo mejor que puede pasar, para que un intelectual así recobre cierta cordura filosófica? Vamos a decirlo en modo tango, ya que Faretta es también un tanguero y sentimental:

 

Farolito de mi barrio, ya no luces
esa pinta que te hacía tan diquero;
el olvido te ha dejado tan fulero
que te inclinas hacia el suelo en tu dolor
”. (2)

 

Lo otro es lo más difícil aún, así lo decía Etienne Couvert:Yo siempre afirmé que el antídoto fundamental contra el pensamiento gnóstico era la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Esencialmente porque ella es una actitud del espíritu que se somete humildemente a lo real. El realismo de Santo Tomás es una forma de humildad”. (Visages et masques de la gnose, p. 151).

 

 

 (1)Principalmente en nuestros libros “El mirar del cine” y “Avatar y el cine anticristiano de James Cameron”.

(2)Farolito de mi barrio. Letra: José De Grandis • Música: Enrique Pollet.

MEL GIBSON, EMBAJADOR EN BABILONIA

 




Por Javier Bilbao

La historia nos la han contado en tantas ocasiones que es todo un arquetipo narrativo: alguien llega a un pueblo —puede que de vacaciones o bien ilusionado por comenzar una nueva vida— y ante sus ingenuas preguntas en el bar solo recibe evasivas, miradas cómplices entre los lugareños e incómodos silencios, quizá algún viejo borracho le urge a marcharse ahora que puede sin que este lo tome muy en serio, dado que balbucea locuras sobre alguna extraña presencia maléfica. Nadie más, sin embargo, se atreve a revelar una terrible verdad que de todas formas no hubiera sido creída y que según avance la trama terminaremos descubriendo. Pues bien, así es cómo Mel Gibson se sintió al llegar a Hollywood con veintitantos años, tal como explicó en una entrevista de 1998 donde lo describió crípticamente con tintes luciferinos. Escuchado entonces sonaría a muchos como aquel viejo chiflado ¿Se puede saber de qué carajo está hablando? Visto ahora en perspectiva, con lo que hemos podido descubrir sobre productores como Weinstein, los manejos entre las élites de Epstein o las pistas que nos da que el propio Gibson produjera películas sobre redes de pederastia como Sound of Freedom y haya estado envuelto en tantas polémicas sobre política y religión (¿por qué tanta gente bien posicionada lo quiere largar de Hollywood? ), tal vez podamos empezar a unir puntos, pudiera ser que aquel loco dijera algunas verdades…    

Si nos remontamos a su juventud en Australia podemos encontrar ahí las semillas de su locura, o si se prefiere de su audacia, que es como pasa a llamarse a la primera retrospectivamente cuando alcanza el éxito en su empresa. Encontramos que pasó toda su adolescencia jugando al rugby, lo que le dejó según ha confesado algunas secuelas que ha tenido que tratarse a lo largo de su vida. Él mismo especula en una reciente entrevista con que ciertas adicciones y reacciones temperamentales incontroladas —célebres en su momento y que a punto estuvieron de costarle la carrera— podrían tener relación con aquello: «Pasé mucho tiempo en lo que llamo mi ‘cerebro animal’, un lugar muy horrible en el que estar. Estás en modo de lucha o huida todo el tiempo, ni siquiera duermes, es un lugar realmente malo para estar. Y si alguien te mira de la manera equivocada, lo único que quieres es morderlo. A veces dices y haces cosas socialmente inaceptables. Un día fui a hacerme una tomografía cerebral con un tipo llamado Daniel Amen, un experto en cerebros que está en contra de la medicación psiquiátrica, pero que quería ver cómo estaba mi cerebro. Me puso un trazador radiactivo para tomar fotografías de mi cerebro, trabaja mucho con jugadores de fútbol y personas que han sufrido lesiones cerebrales. Entonces, después de mirar mi cerebro, abrió el expediente, y me miró con una expresión de sorpresa. Luego, me preguntó si estaba bien, y yo le respondí que sí. Pero se acercó lentamente, con cautela, y me dijo: ‘No, no estás bien.’».

La fe católica, heredada de su familia de origen irlandés, ha sido para él ante esta y otras circunstancias refugio y paz interior, vara y cayado en este valle de las sombras, donde encontró una brújula interna y un modo de redimirse, además de respuestas existenciales: «estoy ya en mi tercer acto, tengo que pensar ya en el otro lado, en qué viene después ¿hay algo después? Sí, lo creo y dependerá de cómo nos hemos comportado aquí». Desde luego, no es frecuente encontrar a un actor preocupado de forma tan sincera por cuestiones morales y que, precisamente por ello, empieza reconociendo sus propias debilidades y errores; estábamos tan acostumbrados a aquellos otros más interesados en su propio exhibicionismo moral y en hacer sonar trompeta cuando dan limosna…

Eso sí, su credo es concretamente el de la iglesia previa a 1958 con la muerte de Pio XII. Se trata de un hombre fiel al rito tridentino —así lo celebra en la iglesia que él mismo construyó en California—, sedevacantista que considera «una insignia de honor ser rechazado por la falsa iglesia postconciliar», así como descree de los dinosaurios, de la Edad de Hielo (el mundo tiene 8.000 años, según sus cálculos) y, acusan algunos de sus detractores, del Holocausto. Seguiría así las enseñanzas de su padre Hutton Gibson, un personaje ciertamente singular: veterano de la 2ª Guerra Mundial, padre de 11 hijos, millonario gracias a la indemnización por un accidente laboral ferroviario, campeón imbatible de un popular concurso televisivo de cultura general y escritor que tronaba contra el Concilio Vaticano II («un complot masónico respaldado por judíos»). Volviendo a su hijo, Mel Gibson, en la religión ha encontrado elementos comunes con el cine al que ha dedicado su vida pues, sostiene, todos aspiramos a algo más grande que nosotros mismos y las narraciones son una forma de inspirarnos, de recuperar esa conexiónreligio en latín.  

Pero si nos centramos en el cine y ya que habíamos mencionado sus años mozos en Australia, otro rasgo de locura/audacia lo hallaremos cuando a sus 17 años, mientras estudiaba en el instituto sobre los orígenes de la lengua inglesa, fantaseó sobre una película de vikingos que fuera rodada con ellos hablando en nórdico antiguo. Esa idea resonó en su interior con fuerza y le llevaría a plantear una historia protagonizada por DiCaprio que finalmente no vio a la luz, aunque indirectamente sí se plasmó en otras dos de sus creaciones, La pasión de Cristo, donde se habla en latín y arameo, y Apocalypto, en idioma maya y con actores nativos del lugar. En un país que a menudo ha preferido hacer remakes propios de películas europeas o asiáticas rodadas apenas dos o tres años antes por no enfrentar al público a subtítulos o al doblaje, es un atrevimiento artístico considerable que además logró un amplio respaldo en la taquilla. El público no es tan infantil como algunos se han empeñado en creer y acepta gustoso algo fuera del menú si está cocinado con esmero. Una lección que en estos últimos años ha sido olvidada en favor de producciones muy convencionales, sin riesgo alguno, con características mil veces masticadas y regurgitadas (generalmente superhéroes dando volteretas por el aire), obras sin alma, que uno termina olvidando por completo apenas salen los títulos de crédito.

Nuestro protagonista cuando rueda sí quiere contarnos algo que realmente le importa, y logra transmitirnos esa pasión. Respecto a la propia técnica cinematográfica no es algo de lo que ande escaso, pues tuvo largos años como actor para aprender de los mejores. Su nombre está indisolublemente unido a sagas como las de Arma Letal y Mad Max, así como a un director del talento y la sutileza de Peter Weir, con quien primero rodó Gallipoli y luego la memorable El año que vivimos peligrosamente. Algo se le quedaría de él, así como de Franco Zeffirelli, con quien llevó a cabo la mejor versión de Hamlet hasta la actualidad, demostrando que podía moverse como actor en un registro muy diferente al de estrella de acción en el que corría peligro de encasillarse.

Con su primera película como director, El hombre sin rostro, demostró una sensibilidad que muchos se resistían a atribuirle —ya tenía por entonces problemas con el alcohol hay que decir—, pero su consagración en ese terreno llegó con Braveheart, convertida a estas alturas en clásico del cine, una recreación un tanto fantasiosa en algunos aspectos de la historia escocesa pero con una formidable fuerza de arrastre en cuanto mito que logró, según el líder del Partido Nacionalista Escocés en aquellos años, revigorizar un movimiento por entonces agónico que culminaría en la apertura de un parlamento escocés en 1999 y más adelante en un referéndum separatista en 2014. Casi se carga el Reino Unido el bueno de Mel, cosa que por sus citadas raíces irlandesas cabe suponer que le habría causado un gran regocijo.

Con el estreno en 2004 de La pasión de Cristo demostró de una vez por todas su talla como artista y su firmeza como creyente. Alguien capaz de dar al público lo que quería ver pero que aún no sabía que quería ver (¿no es eso lo que hacen los grandes líderes?). Financió él mismo la producción ante la falta de apoyo por el tema abordado en ese Hollywood babilónico que lo repele, sorteó las dificultades de distribución y tomó decisiones creativas muy atrevidas manteniéndose al mismo tiempo fiel a los Evangelios y a las visiones escritas por Ana Catalina Emmerich. Se trata de una película además de cristiana expresamente católica, señala Juan Manuel de Prada, por el papel que atribuye a la misa y a la Virgen María.         

Un par de años después Gibson nos trajo Apocalypto, de nuevo otro arrollador éxito de taquilla, originalísima en su concepción (no es que abunden las producciones en idioma maya) y que es justo considerar como la película más hispanista jamás rodada. Tuvo que venir a hacerla él porque en España se ve que estamos distraídos con otras cosas. La Leyenda Negra se deshace como un copo de nieve al sol ante esta recreación de los imperios precolombinos en toda su crueldad y tiranía, narrada en un ritmo tan trepidante que no importa cuántas veces la hayamos visto, si empiezas con los primeros minutos tienes que quedarte hasta el final. Dice Mel al respecto: «la idea surgió cuando un amigo me preguntó qué quería hacer a continuación y le respondí que quería dirigir una película de persecución. Dije que me gustaría hacer una persecución a pie, porque hay algo primitivo y aterrador en ello, pero para que funcione, no puede haber coches. Quería hacerla como si fuera una persecución en coche, pero a pie. Entonces pensé que, para eso, debía situarla antes de que Colón llegara a América (…) pero lo que realmente estaba haciendo era hablar de nuestro tiempo y la civilización en la que vivimos, de lo cerca que estamos del colapso y de lo que puede llevarnos a él». Por ese motivo la historia comienza con la cita del historiador Will Durant: «una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que se ha destruido a sí misma desde dentro». Un mensaje que tiene eco en nuestros días…

Una década más tarde estrenó su siguiente película como director, Hasta el último hombre, basada en la historia real de un cristiano Adventista del Séptimo día que se negó a portar armas en el frente debido a sus convicciones y que salvó la vida a 75 compañeros suyos. Hay en esa historia mucho también de la vida del propio padre de Gibson, al que ya nos hemos referido en las líneas anteriores. Y ya, por último, tal como acaba de anunciar hace unos días en el podcast de Joe Rogan, tras el reciente estreno de Amenaza en el aire está inmerso en la preparación de su próximo filme, la segunda parte de La pasión de Cristo que se llamará La resurrección de Cristo (en el título no ha arriesgado). El actor protagonista será el mismo, al que espera rejuvenecer por efectos digitales —como sabemos solo habrían transcurrido tres días—, mientras que, respecto a la historia, adelanta: «es algo muy loco, pero creo que para contar la historia correctamente, debes comenzar con la caída de los ángeles, estás en otro lugar, otro reino, tienes que ir al infierno. Así que tendrás el infierno, Satanás, todo eso. (…) No estoy completamente seguro de poder hacerlo, para ser honesto, es muy ambicioso, pero voy a intentarlo». Suerte en la tarea.

 

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