Nota
previa del blog:
Se
dice que Simone Weil fue bautizada in articulo mortis por una amiga. No sabemos,
ojalá sea cierto. Mas, en cuanto a su obra, que como los libros de León Bloy y
otros autores gnósticos ha circulado mucho en los círculos intelectuales
católicos, debe si duda condenarse. Viene a cuento el comentario a raíz de una
reciente entrada en un sitio web español Simone Weil y el deseo de comunión,
en el cual ninguna aclaración se hace al respecto.
LA
CÁBALA SEGÚN SIMONE WEIL
Por
ETIENNE COUVERT
Antes
de exponer el pensamiento de Simone Weil, queremos presentar esta protesta
indignada del canónigo Moeller:
“El
entusiasmo de los medios cristianos por los escritos de Simone Weil es una
manifestación característica del desconcierto de los espíritus dentro del
pensamiento católico de este siglo. Estamos obsesionados con los concordismos
fáciles —ya lo he dicho a propósito de Huxley—. Tratamos de bautizar in
extremis todo lo que, de lejos o de cerca, se parece al cristianismo, porque no
nos tomamos la molestia de conocer el mensaje cristiano auténtico. Parece que
necesitamos que las verdades cristianas nos sean impuestas por pensadores no
cristianos para tomar conciencia de las riquezas que poseemos desde siempre,
pero que habíamos olvidado. Tenemos mala conciencia, nos avergonzamos de
nuestra fe. Simone Weil pasa por cristiana a los ojos de muchos. Casi nadie
sabe que era maniquea. Así que es posible, en nuestro siglo, difundir ideas
heréticas que están en las antípodas de los puntos más esenciales de nuestra
fe, sin que nadie se inquiete. A condición de no usar las fórmulas que todo
cristiano reconoce como heréticas, se pueden desarrollar teorías que no solo
están por debajo de la Revelación, sino que la niegan; y se puede estar
tranquilo, porque pasará mucho tiempo antes de que alguien se atreva a
protestar”.
Hacemos
nuestra esta protesta, y pensamos que podría aplicarse a muchos otros
escritores considerados abusivamente como cristianos. Citemos a Lanza del
Vasto, Marcel Légaut, y otros aún vivos, que actualmente son los autores más
vendidos de la edición religiosa...
El primer libro de Simone Weil, La pesanteur et la grâce (La gravedad y la gracia), es considerado en la literatura como un clásico cristiano, gracias a la complacencia de Gustave Thibon, que tuvo el cuidado de eliminar del manuscrito todo el fárrago gnóstico que lo saturaba para orientar su pensamiento en una dirección aparentemente cristiana. Basta ver que el propio título de la obra ya es herético.
Para
entenderlo, hay que remitirse a la Cábala judía, tal como se expone en el Libro del Zóhar, es
decir, El Esplendor.
Escribimos en La Gnosis
contra la Fe, p. 46:
El
Gran Todo (Pléroma) de nuestros gnósticos se llama entre ellos (los cabalistas)
el En-Sof, es decir, lo no limitado, el gran Ser inmutable, eterno, infinito,
que encierra en sí todas las formas. Para explicar la aparición del mundo
visible y la multiplicidad de los seres que pueblan el universo, los cabalistas
recurren a la noción de emanación y contracción. El Gran Todo primitivo, una
especie de caos, se contrae para dejar un vacío dentro del cual aparecerán las
formas determinadas y múltiples de las criaturas, que son el reflejo aparente
del En-Sof.
Esta
idea de contracción del mundo divino es digna de las elucubraciones y los
razonamientos capciosos de los rabinos. En sí misma, es ininteligible. Así es
como Simone Weil traduce esta idea para los profanos: “La creación es abandono. Al crear
lo que es distinto de él, Dios lo ha abandonado necesariamente... Dios abdicó
al darnos la existencia. Se vació de su divinidad, de su sustancia, en favor de
una creación que es “gravedad” (pesadez)”.
La
criatura, por tanto, es un
pecado; el bien está fuera
del mundo, porque el mundo está abandonado al mal; la criatura es no-ser, una ficción de Dios, una
broma de Dios, esclavitud...
Dios mismo es el enemigo de la criatura viviente. Yahvé —al menos bajo uno de
sus aspectos— es el
diablo, se atreve a decir, bajo el aspecto de creador, por
supuesto. Y añade: “Si
perdonamos a Dios su crimen contra nosotros, que es habernos hecho criaturas
finitas, Él nos perdonará nuestro crimen contra Él, que es ser criaturas
finitas. Dios me creó como no-ser que aparenta existir, para que, al renunciar
por amor a esta existencia aparente, la plenitud del Ser me aniquile”.
La
creación es, en el pensamiento de Simone Weil, un error catastrófico de Dios: debe
desaparecer. El hombre, objeto de la maldición divina, debe divinizarse
sumergiéndose en la materia cósmica y absorbiéndose en el Gran Todo, el En-Sof.
Un pensamiento humano
puede habitar la carne, dice ella, pero si un pensamiento habita la materia inerte, no
puede ser sino un pensamiento divino. Por eso, si un hombre es
transformado en un ser perfecto y su pensamiento es reemplazado por el
pensamiento divino, su
carne, bajo la apariencia de carne viviente, se ha vuelto en cierto sentido un
cadáver. La ascesis consiste en hacer de la carne un cadáver, es
decir, materia
inerte, para que el pensamiento humano pueda identificarse con
el de Dios y habitar un mundo no viviente. Hemos comprendido que se trata de
una incitación al
suicidio. Todo este sistema es una blasfemia contra Dios.
Y a esto se le da el título de Intuiciones
precristianas. Habría que haber dicho: anticristianas y satánicas.
Solo
el demonio puede inspirar al hombre un deseo de perfección sobrehumana para
hacerlo caer más bajo que la bestia, en el ciclo de los mitos, en el infierno
de la necesidad, en el aniquilamiento de su personalidad y la identificación
con la materia inerte.
Como
todos los gnósticos, Simone Weil recita el Padrenuestro. Cuando pronuncia: «Venga tu Reino»,
piensa: «que la creación
desaparezca», puesto que, según ella, «la creación y el pecado original no son más que dos
aspectos, distintos para nosotros, de un único acto de abdicación de Dios».
La
encarnación de Cristo no es más que uno de los numerosos avatares de lo divino:
el alma de Cristo es el alma del mundo. La muerte en la cruz realiza
precisamente esa destrucción de la carne que se convierte en carne inerte. Cristo
no ha resucitado, ya que su carne, convertida en materia inerte, constituye la
sustancia de la tierra cósmica. Todo esto, siempre dentro de Intuiciones precristianas.
La
actitud de Simone Weil respecto al amor humano está en continuidad con su
visión gnóstica del mundo. La
energía sexual —dice ella— no está destinada a un uso natural, sino al amor de
Dios... El deseo carnal es una corrupción, una degradación del amor de Dios.
Más adelante: Sexualidad.
Hay un mecanismo en nuestro cuerpo que, cuando se activa, nos hace ver bien en
las cosas de aquí abajo. Hay que dejarlo oxidarse hasta que sea destruido.
En efecto, ¿para qué participar en la creación mediante el uso natural de la
sexualidad, si este mundo es una maldición y nuestro mayor deseo debe ser
evadirnos de él? Mi
existencia es una disminución de la Gloria de Dios —dice—. Dios me la da para
que desee perderla.
Todo
esto no necesita comentarios. Si el lector se ha tomado la molestia de estudiar
nuestros capítulos anteriores, habrá reconocido rápidamente, a través de las
fórmulas de Simone Weil, los
temas clásicos de la gnosis marcionita y maniquea, revisados y
agravados por la Cábala.
NOTA
SOBRE SIMONE WEIL Y LA NUEVA LITURGIA
En
1941, Simone Weil
publicó un estudio sobre la misión sagrada del hombre del campo. Ella deseaba
transformar «la vida cotidiana misma en una metáfora de significado divino». El
trigo daría la harina para transformarse en pan y convertirse en el cuerpo de
Cristo; la vid daría el vino para convertirse en la sangre de Cristo. «El
sacerdote —dice ella— tiene el privilegio de hacer surgir en el altar la carne
y la sangre de Cristo, pero el campesino tiene un privilegio no menos sublime.
Su carne y su sangre, sacrificadas a lo largo de interminables horas de
trabajo, pasando a través del trigo o la uva, se convierten ellos mismos en la
carne y la sangre de Cristo».
Así,
el trabajo del campesino participa en la vida cósmica. «Habría que encontrar
—añade Simone Weil— y definir, para cada aspecto de la vida social, su vínculo
específico con Cristo. Este vínculo debería ser la inspiración de cada
agrupación de Acción Católica».
Hemos
comprendido perfectamente que el
verdadero sacrificio es el fruto del trabajo humano, que es de
la misma especie que la persona de Cristo. Puesto que la materia inerte es de esencia
divina, como Simone Weil lo repite a menudo, es del seno del cosmos
de donde puede surgir esa fuerza divina capaz de trascender la materia e
infundirle, bajo forma de trigo o de vid, un poder divinizante. La sangre y la
carne del hombre pasan a la tierra, luego a la planta, y se convierten en
sangre y carne de Cristo. Aquí se encuentra una asimilación general de todas las sustancias entre sí,
todas originadas en la Tierra-Madre
divinizada.
Se
ha dicho que Pablo
VI habría deseado canonizar a Simone Weil. En efecto, resulta
muy inquietante encontrar en el nuevo ofertorio una fórmula que recuerda
extrañamente la enseñanza de Simone Weil: «Este
pan, fruto de la tierra y del trabajo de los hombres... este vino, fruto de la
vid y del trabajo de los hombres, te los presentamos; ellos se convertirán en
el pan de vida, el vino del Reino eterno...»
¿Cómo
podrían ellos convertirse por sí mismos en algo divino, si no poseyeran ya en
sí mismos esa divinidad inscrita en la materia inerte?
En
el verdadero ofertorio, el
sacerdote ofrece a Dios una víctima santa e inmaculada, Jesucristo mismo,
y no frutos de la tierra y del trabajo de los hombres. En la consagración no se produce una “evolución” del pan
y del vino que actualizarían una sustancia divina ya contenida
en potencia en la tierra y en el cuerpo del trabajador, como dice Simone Weil,
sino una transubstanciación:
es decir, que el cuerpo y la sangre de Cristo se sustituyen al pan y al vino, los
cuales han desaparecido, dejando en el altar solo sus apariencias.
Ni
los frutos de la tierra ni el trabajo de los hombres poseen en sí mismos la
capacidad de volverse divinos.
Eienne Couvert, La gnose universelle, Éditions de
Chiré, 1993, pp. 135 a 139.