La historia
nos la han contado en tantas ocasiones que es todo un arquetipo narrativo:
alguien llega a un pueblo —puede que de vacaciones o bien ilusionado por
comenzar una nueva vida— y ante sus ingenuas preguntas
en el bar solo recibe evasivas, miradas cómplices entre los lugareños e
incómodos silencios, quizá algún viejo borracho le urge a marcharse ahora que
puede sin que este lo tome muy en serio, dado que balbucea locuras sobre alguna
extraña presencia maléfica. Nadie más, sin embargo, se atreve a revelar una
terrible verdad que de todas formas no hubiera sido creída y que según avance
la trama terminaremos descubriendo. Pues bien, así es cómo Mel Gibson se
sintió al llegar a Hollywood con veintitantos años, tal como explicó en una entrevista de 1998 donde lo describió
crípticamente con tintes luciferinos. Escuchado entonces sonaría a muchos como
aquel viejo chiflado ¿Se puede saber de qué carajo está hablando? Visto ahora
en perspectiva, con lo que hemos podido descubrir sobre productores como Weinstein,
los manejos entre las élites de Epstein o las pistas que nos
da que el propio Gibson produjera películas sobre redes de pederastia
como Sound of Freedom y haya estado envuelto en tantas
polémicas sobre política y religión (¿por qué tanta gente bien posicionada lo
quiere largar de Hollywood? ), tal vez podamos
empezar a unir puntos, pudiera ser que aquel loco dijera algunas verdades…
Si nos remontamos a su juventud en Australia
podemos encontrar ahí las semillas de su locura, o si se prefiere de su
audacia, que es como pasa a llamarse a la primera retrospectivamente cuando
alcanza el éxito en su empresa. Encontramos que pasó toda su adolescencia
jugando al rugby, lo que le dejó según ha confesado algunas secuelas que ha
tenido que tratarse a lo largo de su vida. Él mismo especula en una reciente
entrevista con que ciertas adicciones y reacciones temperamentales
incontroladas —célebres en su momento y que a punto estuvieron de costarle la
carrera— podrían tener relación con aquello: «Pasé mucho tiempo en lo que llamo
mi ‘cerebro animal’, un lugar muy horrible en el que estar. Estás en modo de
lucha o huida todo el tiempo, ni siquiera duermes, es un lugar realmente malo
para estar. Y si alguien te mira de la manera equivocada, lo único que quieres
es morderlo. A veces dices y haces cosas socialmente inaceptables. Un día fui a
hacerme una tomografía cerebral con un tipo llamado Daniel Amen, un experto en
cerebros que está en contra de la medicación psiquiátrica, pero que quería ver
cómo estaba mi cerebro. Me puso un trazador radiactivo para tomar fotografías
de mi cerebro, trabaja mucho con jugadores de fútbol y personas que han sufrido lesiones
cerebrales. Entonces, después de mirar mi cerebro, abrió el expediente, y
me miró con una expresión de sorpresa. Luego, me preguntó si estaba bien, y yo
le respondí que sí. Pero se acercó lentamente, con cautela, y me dijo: ‘No, no
estás bien.’».
La fe católica, heredada de su familia de origen
irlandés, ha sido para él ante esta y otras circunstancias refugio y paz
interior, vara y cayado en este valle de las sombras, donde encontró una
brújula interna y un modo de redimirse, además de respuestas existenciales:
«estoy ya en mi tercer acto, tengo que pensar ya en el otro lado, en qué viene
después ¿hay algo después? Sí, lo creo y dependerá de cómo nos hemos comportado
aquí». Desde luego, no es frecuente encontrar a un actor preocupado de forma
tan sincera por cuestiones morales y que, precisamente por ello, empieza
reconociendo sus propias debilidades y errores; estábamos tan acostumbrados a
aquellos otros más interesados en su propio exhibicionismo moral y en hacer
sonar trompeta cuando dan limosna…
Eso sí, su credo es concretamente el de la iglesia
previa a 1958 con la muerte de Pio XII. Se trata de un hombre
fiel al rito tridentino —así lo celebra en la iglesia que él mismo
construyó en California—, sedevacantista que considera «una insignia de honor
ser rechazado por la falsa iglesia postconciliar», así como descree de los
dinosaurios, de la Edad de Hielo (el mundo tiene 8.000 años, según sus
cálculos) y, acusan algunos de sus detractores, del Holocausto. Seguiría así
las enseñanzas de su padre Hutton Gibson, un personaje ciertamente
singular: veterano de la 2ª Guerra Mundial, padre de 11 hijos, millonario
gracias a la indemnización por un accidente laboral ferroviario, campeón
imbatible de un popular concurso televisivo de cultura general y escritor que
tronaba contra el Concilio Vaticano II («un complot masónico respaldado por
judíos»). Volviendo a su hijo, Mel Gibson, en la religión ha encontrado
elementos comunes con el cine al que ha dedicado su vida pues, sostiene, todos
aspiramos a algo más grande que nosotros mismos y las narraciones son una forma
de inspirarnos, de recuperar esa conexión, religio en latín.
Pero si nos centramos en el cine y ya que habíamos
mencionado sus años mozos en Australia, otro rasgo de locura/audacia lo
hallaremos cuando a sus 17 años, mientras estudiaba en el instituto sobre los
orígenes de la lengua inglesa, fantaseó sobre una película de vikingos que
fuera rodada con ellos hablando en nórdico antiguo. Esa idea resonó en su
interior con fuerza y le llevaría a plantear una historia protagonizada
por DiCaprio que finalmente no vio a la luz, aunque
indirectamente sí se plasmó en otras dos de sus creaciones, La pasión
de Cristo, donde se habla en latín y arameo, y Apocalypto, en
idioma maya y con actores nativos del lugar. En un país que a menudo ha
preferido hacer remakes propios de películas europeas o
asiáticas rodadas apenas dos o tres años antes por no enfrentar al público a
subtítulos o al doblaje, es un atrevimiento artístico considerable que además
logró un amplio respaldo en la taquilla. El público no es tan infantil
como algunos se han empeñado en creer y acepta gustoso algo fuera del menú si
está cocinado con esmero. Una lección que en estos últimos años ha sido
olvidada en favor de producciones muy convencionales, sin riesgo alguno, con
características mil veces masticadas y regurgitadas (generalmente superhéroes
dando volteretas por el aire), obras sin alma, que uno termina olvidando por
completo apenas salen los títulos de crédito.
Nuestro protagonista cuando rueda sí quiere
contarnos algo que realmente le importa, y logra transmitirnos esa pasión.
Respecto a la propia técnica cinematográfica no es algo de lo que ande escaso,
pues tuvo largos años como actor para aprender de los mejores. Su nombre está
indisolublemente unido a sagas como las de Arma Letal y Mad
Max, así como a un director del talento y la sutileza de Peter Weir,
con quien primero rodó Gallipoli y luego la memorable El
año que vivimos peligrosamente. Algo se le quedaría de él, así como
de Franco Zeffirelli, con quien llevó a cabo la mejor versión
de Hamlet hasta la actualidad, demostrando que podía moverse
como actor en un registro muy diferente al de estrella de acción en el que
corría peligro de encasillarse.
Con su primera película como director, El
hombre sin rostro, demostró una sensibilidad que muchos se resistían a
atribuirle —ya tenía por entonces problemas con el alcohol hay que decir—, pero
su consagración en ese terreno llegó con Braveheart, convertida a
estas alturas en clásico del cine, una recreación un tanto fantasiosa
en algunos aspectos de la historia escocesa pero con una formidable fuerza de
arrastre en cuanto mito que logró, según el líder del Partido Nacionalista Escocés en
aquellos años, revigorizar un movimiento por entonces agónico que culminaría en
la apertura de un parlamento escocés en 1999 y más adelante en un referéndum
separatista en 2014. Casi se carga el Reino Unido el bueno de Mel, cosa que por
sus citadas raíces irlandesas cabe suponer que le habría causado un gran
regocijo.
Con el estreno en 2004 de La pasión de
Cristo demostró de una vez por todas su talla como artista y su
firmeza como creyente. Alguien capaz de dar al público lo que quería
ver pero que aún no sabía que quería ver (¿no es eso lo que hacen los
grandes líderes?). Financió él mismo la producción ante la falta de apoyo por
el tema abordado en ese Hollywood babilónico que lo repele, sorteó las
dificultades de distribución y tomó decisiones creativas muy atrevidas
manteniéndose al mismo tiempo fiel a los Evangelios y a las visiones escritas
por Ana Catalina Emmerich. Se trata de una película además de
cristiana expresamente católica, señala Juan Manuel de Prada, por
el papel que atribuye a la misa y a la Virgen María.
Un par de años después Gibson nos trajo Apocalypto,
de nuevo otro arrollador éxito de taquilla, originalísima en su concepción (no
es que abunden las producciones en idioma maya) y que es justo
considerar como la película más hispanista jamás rodada. Tuvo que venir a
hacerla él porque en España se ve que estamos distraídos con otras cosas. La
Leyenda Negra se deshace como un copo de nieve al sol ante esta recreación de
los imperios precolombinos en toda su crueldad y tiranía, narrada en un ritmo
tan trepidante que no importa cuántas veces la hayamos visto, si empiezas con
los primeros minutos tienes que quedarte hasta el final. Dice Mel al respecto:
«la idea surgió cuando un amigo me preguntó qué quería hacer a continuación y
le respondí que quería dirigir una película de persecución. Dije que me
gustaría hacer una persecución a pie, porque hay algo primitivo y aterrador en
ello, pero para que funcione, no puede haber coches. Quería hacerla como si
fuera una persecución en coche, pero a pie. Entonces pensé que, para eso, debía
situarla antes de que Colón llegara a América (…) pero lo que
realmente estaba haciendo era hablar de nuestro tiempo y la civilización en la
que vivimos, de lo cerca que estamos del colapso y de lo que puede llevarnos a
él». Por ese motivo la historia comienza con la cita del historiador Will
Durant: «una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que se
ha destruido a sí misma desde dentro». Un mensaje que tiene eco en nuestros
días…
Una década más tarde estrenó su siguiente película
como director, Hasta el último hombre, basada en la historia real
de un cristiano Adventista del Séptimo día que se negó a portar armas en el
frente debido a sus convicciones y que salvó la vida a 75 compañeros suyos. Hay
en esa historia mucho también de la vida del propio padre de Gibson, al que ya
nos hemos referido en las líneas anteriores. Y ya, por último, tal como acaba
de anunciar hace unos días en el podcast de Joe Rogan, tras el
reciente estreno de Amenaza en el aire está inmerso en la
preparación de su próximo filme, la segunda parte de La pasión de
Cristo que se llamará La resurrección de Cristo (en
el título no ha arriesgado). El actor protagonista será el mismo, al que espera
rejuvenecer por efectos digitales —como sabemos solo habrían transcurrido tres
días—, mientras que, respecto a la historia, adelanta: «es algo muy loco, pero
creo que para contar la historia correctamente, debes comenzar con la caída de
los ángeles, estás en otro lugar, otro reino, tienes que ir al infierno. Así
que tendrás el infierno, Satanás, todo eso. (…) No estoy completamente seguro
de poder hacerlo, para ser honesto, es muy ambicioso, pero voy a intentarlo». Suerte
en la tarea.
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