LA GNOSIS DE TEILHARD DE CHARDIN
Por ETIENNE COUVERT
Nuestra
intención no es retomar aquí el estudio del pensamiento del célebre jesuita.
Esa labor ya ha sido realizada con maestría. Solo queremos mostrar la filiación
gnóstica de ese pensamiento. Teilhard fue a la vez un iluminado y un iniciado,
desde muy joven. Claude Cuénot declara que su obra es fruto de una iluminación:
«Muchos relámpagos ya habían surcado el cielo mental de Teilhard, el último en
fecha fue El Medio
Divino...» Por su parte, el padre de Lubac habla de «la intuición
primera que una reflexión incesante no logra agotar», cuya fuerza activa
proviene de una chispa inicial que todo lo iluminó.
El
mismo Teilhard confiesa su iniciación gnóstica en su Misa sobre el Mundo: «Bajo
el despertar de iniciaciones terribles y dulces, cuyos círculos me hiciste
atravesar sucesivamente, he llegado a no poder ver ni respirar fuera del medio
donde todo es uno».
Su
inspiradora, su iniciadora en la gnosis, fue la señora Maryse Choisy,
directora-fundadora de la revista Psyché,
miembro de la masonería del Droit
Humain. Fue ella quien le hizo atravesar los “círculos” de la
iniciación masónica. Poco antes de su muerte, aún le escribía: «Querida amiga,
¿qué es de usted? ¿En qué punto se encuentra de su evolución? Hágamelo saber,
me importa, porque a pesar de la distancia y la ausencia, seguimos necesitando
el uno del otro. Existe entre nosotros una fuerza preciosa que no debemos dejar
disipar».
En su última carta a Maryse Choisy, le precisa: «Me siento cada vez más
preocupado (es decir, apasionadamente interesado) por la búsqueda de Dios (no
solo cristiano, sino transcristiano), vuelto necesario por las crecientes
exigencias de nuestra adoración».
Todo
el fárrago gnóstico que llena las miles de páginas de nuestro jesuita está
sacado de los grandes escritores ocultistas y esotéricos: Édouard Schuré, H.G.
Wells, etc. Escribe a su hermana, la señora Teilhard-Chambon: «He leído también
a Schuré, que evidentemente es muy tónico para el espíritu. Hace sentir y
pensar en el orden de las realidades que nos interesan a ambos... Alegría de
encontrar un espíritu extremadamente afín al mío, excitación espiritual al
contactar con un alma apasionada por el mundo, placer de ver que mis ensayos de
solución convienen, en suma, perfectamente a las visiones de los Grandes
Iniciados, sin alterar el dogma... De la lectura de estas páginas, tengo
conciencia de haber obtenido, sobre todo, un vehemente incremento de mi
convicción en la necesidad de que la Iglesia presente el dogma de una manera
más real, más universal, más cosmogónica, ¿me atreveré a decirlo?».
Sentimiento,
pasión, excitación, vehemencia... todos esos términos muestran claramente un
alma hechizada por un atractivo satánico y una toma de posesión demoníaca que
anula toda posibilidad de recurrir al sentido común natural para rechazar tales
desatinos.
Por
otra parte, este pensamiento gnóstico ya rondaba el espíritu del padre Teilhard
desde su juventud. Testigo de ello es esta carta del 15 de marzo de 1916 al
padre Fontoynont: «La embriaguez del panteísmo pagano, la desviaré hacia un uso
cristiano, reconociendo la acción creadora y formadora de Dios en todas las
caricias y en todos los choques... La alta pasión de la lucha por saber, por
dominar, por organizar, la desencadenaré sobre los objetos naturales, pero con
el trasfondo y el objetivo último de proseguir la obra creadora de Dios,
comenzada, por ejemplo, en la elaboración inconsciente del cerebro humano... El
amor ingenuo o inquisitivo por la gē mētēr
(la Tierra-Madre), lo divinizaré, pensando que de ese todo misterioso que es la
materia, algo debe pasar, por la resurrección, al mundo de los cielos... Y así,
sin ruptura, llevado por la gradación natural de lo material, de lo viviente,
de lo social, encuentro al final de mis deseos al Cristo cósmico (si me atrevo
a decirlo), aquel que une en el centro consciente de su persona y de su obra
todo movimiento de los átomos, de las células, de las almas...».
La
iniciación gnóstica del padre Teilhard se remonta a su juventud. Su espíritu ya
estaba preso del culto a la Tierra-Madre, de un evolucionismo delirante, de una
identificación del alma de Cristo con la materia y los átomos. Hay que
reconocer aquí el soplo poderoso y devastador del espíritu de las tinieblas,
que exalta las pasiones más bajas, aquellas de la ambición y de la dominación.
Finalmente, en una carta a Maryse Choisy escrita desde Nueva York, pocos días antes de su muerte, el 10 de abril de 1955, el padre Teilhard le transmite sus reflexiones tras la lectura de un texto de Jung, al que llama su ilustre Maestro. A propósito de la Asunción, Jung sostendría la tesis de que, en la mística católica, el auge de la mariología sería obra de las mujeres, que desean verse bien “representadas en la estructura del Reino de los cielos”. Pero mi convicción –dice Teilhard–, al contrario, es que ese ascenso tan notable de lo mariano junto a lo cristológico es principalmente obra de los hombres, especialmente de los hombres consagrados al celibato. Los grandes devotos de la Virgen han sido hombres: san Bernardo, san Francisco de Sales, san Luis Gonzaga, san Berchmans, etc., mientras que las grandes devotas del Cristo-hombre —no digo del Cristo cósmico— han sido mujeres, santa Teresa, etc. El fondo y el interés de la cuestión mariana, del hecho mariano —según mi opinión— es traicionar una necesidad cristiana irresistible de feminizar, aunque sea mediante una atmósfera o envoltorio externo, a un Dios, Yahvé, horriblemente masculinizado, lo cual es simplemente una de las caras actuales del sobre-descubrimiento de Dios: un Dios a la vez cosmisado y feminizado, en reacción contra un cierto paternalismo neolítico, demasiado a menudo presentado como la esencia definitiva del Evangelio. ¿Qué piensa usted? Buen coraje para su hermosa tarea».
He
aquí, bajo un lenguaje complicado y rebuscado, la evocación de la Sophia de los
gnósticos; un Dios feminizado, es la Femineidad
Suma del Gran Todo Divino. Por el sobre-descubrimiento de Dios,
alcanzamos un Hypertheos,
una divinidad-Sabiduría que contiene y encierra a todos los seres del Universo,
del Cosmos.
Todo
esto demuestra claramente la formación masónica del padre Teilhard por
mediación de Maryse Choisy. Por eso resulta perfectamente lógico encontrar en
la revista masónica Le
Symbolisme, de abril-junio de 1962, esta significativa afirmación:
«No
creo que los teólogos reconozcan fácilmente al padre Teilhard como uno de los
suyos. Pero es seguro que los masones, que conocen bien su arte, lo saludan
como su hermano en espíritu y en verdad».
¡Ay!
¡Cuántos teólogos lo han reconocido como uno de los suyos, a pesar de lo dicho
por la revista masónica! Es preciso que el mundo eclesiástico estuviera
singularmente masonizado hasta las cumbres de la jerarquía, para haber
reconocido y magnificado la obra de un “Hermano”.
Para
concluir y retomar los principios que han guiado nuestras investigaciones en
este capítulo, creemos deber citar esta página inédita del célebre jesuita: «...
Hacer surgir, desde las profundidades juveniles y magmáticas de su ser, un
impulso aún informe pero poderoso de aspiración y esperanza ilimitadas. Mugido de
las olas sociales... todos los ruidos discordantes que suben en este momento
desde la masa humana resonando al compás de una nota fundamental única... Solo
que en él, por bruscos aflujos, en dosis masivas, de una savia nueva, es el
espíritu religioso el que hierve y se transforma...».
Hemos
comprendido bien que ese “espíritu religioso, que hierve al surgir de las
profundidades magmáticas, con mugidos, olas y ruidos discordantes”, no es otro
que la Serpiente
engendrada por la Tierra-Madre, proveniente de ese mundo
subterráneo e infernal, de ese suelo misterioso y profundo, del cual ha
emergido para atraer allí, a su vez, a los hombres y hacerlos sumergirse en ese espejo cósmico,
mediante una caída en la Nada, el “Nirvana” (1). Constatamos que Satanás ha perfeccionado su
estrategia desde los orígenes de la Gnosis. En otros tiempos,
proponía a los hombres liberarlos de su cuerpo, caparazón inútil y envoltura
terrestre, para liberarlos, liberar su alma y permitirle elevarse al mundo de
la Luz.
Hoy,
por el contrario, atrae
al hombre entero, cuerpo y alma, a las profundidades ctónicas de su mundo
subterráneo. Explica a los hombres que su alma no es otra cosa
que un movimiento de átomos, un mugido de olas, un cúmulo de células, de
materia inerte; que todo eso debe retornar a su fuente originaria, magmática,
al Cosmos, al mundo del cual él,
la Serpiente, es el soberano señor. Esto es lo que los
gnósticos de todos los tiempos han llamado el Retorno a la Unidad Primordial. Ya no
se trata de una liberación, de un vuelo hacia los cielos, sino de una atroz esclavitud a la materia.
A esta atracción hacia lo bajo la hemos llamado un “Espejismo cósmico”.
Nos
hemos limitado a exponer el pensamiento de cinco escritores contemporáneos que
gozan, en nuestro mundo paganizado, de un inmenso prestigio [Maurice Barres,
Charles Baudelaire, Henri Bergson, Simone Weil y Gustave Thibon]. También
podríamos haber citado a una multitud de otros autores actuales que continúan
difundiendo este pensamiento gnóstico y trabajan
con un encarnizamiento diabólico para perder las almas. ¿Para
qué hacerlo? Aquellos que se han tomado la molestia de seguir nuestros estudios
con toda la atención necesaria, no tendrán dificultad en reconocer por sí
mismos los temas aquí abordados en sus futuras lecturas, y serán capaces de identificar por
sí mismos su carácter maléfico.
(1)Monseñor
Marcel Lefebvre, en la época en que era [superior
general] del Espíritu Santo, escribió al señor Alain Tilloy para expresarle su
acuerdo de fondo respecto a su estudio sobre Teilhard de Chardin: “Estimado señor Tilloy:
Su obra es una tesis que muestra las afinidades de esta doctrina de Teilhard de
Chardin con ideologías antiguas que se han perpetuado a lo largo de la
historia. La comparación que usted establece es impactante. Al haber tenido,
como usted, la oportunidad de estudiar esos vínculos estrechos con la Gnosis,
se comprende mejor el peligro que representan los escritos de Teilhard de
Chardin… Por caminos distintos, yo llegaba a la misma conclusión que usted
respecto a la contradicción profunda, radical, del pensamiento de Teilhard con
el de Nuestro Señor...”
E. Couvert, La Gnose universelle, Editions de CHiré, 1993, págs. 141 a
145.