NOTA SOBRE GUSTAVE THIBON
Por ETIENNE COUVERT
En
su momento, seguimos con simpatía e incluso con admiración la obra de Gustave
Thibon, sobre todo: Retorno a lo real, Lo
que Dios ha unido, Nuestra mirada que falta a la luz.
¡Por desgracia! Thibon se dejó hechizar por Simone Weil
y cayó tras ella en la gnosis maniquea,
especialmente en sus dos últimas obras: La ignorancia estrellada
y El
velo y la máscara. Él mismo reconoce esta inspiración: «El maniqueísmo siempre ha sido mi
tentación». Pero cuando uno dice "tentación", quiere
decir que resiste, y por tanto, que rechaza la inspiración satánica. Pues bien,
las
fórmulas gnósticas son innumerables en esos dos libros citados.
El hombre —dice Thibon—
es un Dios mutilado y manchado, una chispa divina sofocada por la ceniza de los
días. Esta expresión se repite varias veces. El hombre
sería un ser que, caído de la eternidad, no puede
alcanzar su destino más que remontando hacia su principio.
Si sufrimos por estar
separados de Dios, es porque, en lo más profundo de nosotros mismos, nunca lo
hemos abandonado, como el exiliado que lleva consigo el alma de su tierra
natal. La idea platónica de la reminiscencia da testimonio de esta presencia en
el corazón de la ausencia. ¿Es necesario recordar que el
hombre fue creado en la tierra y colocado en un paraíso terrestre, no celestial?
El hombre no
posee ninguna reminiscencia de un mundo divino del cual habría sido precipitado.
Eso es precisamente la tesis de los gnósticos, y por tanto, de Satanás.
Más
adelante, Thibon rechaza la concepción aristotélica del compuesto
sustancial en favor de la teoría
platónica del alma prisionera del cuerpo. Una vez más, la
seducción de Platón ha desempeñado su papel nefasto, como siempre. Finalmente,
dos afirmaciones blasfemas:
La
creación por la cual Dios ha salido de sí mismo y se ha eclipsado detrás de su
obra. En referencia a Léon Bloy, Thibon añade: ¿Hay que consolar a Dios? ¿De qué?
De haberse separado de sí mismo al crearnos. Es de nosotros que Él espera el
fin de su exilio. Esto no es una admirable intuición de
Léon Bloy; es la enseñanza corriente de todos
los gnósticos, desde siempre. Y aún más: Apenas me atrevo a evocar esta
locura: la creación concebida como un suicidio divino por amor. Dios que, al
sacar el universo de la nada, cava la tumba donde va a tenderse, inerte y
helado, y corre la aventura de ser despertado de la muerte por la fidelidad de
su criatura. Sí, es una locura, evidentemente,
señor Thibon. ¡Pero usted la ha evocado! Y eso, por desgracia, es una blasfemia.
Saber, desde el fondo
del alma, que Dios, primer autor del mal, es también su suprema víctima. ¿Cómo
puede un
cristiano hablar así de Dios?
Sobre
el amor: Beatriz,
Tristán e Isolda deben desvanecerse en la plenitud de su amor, y no
amortiguarlo estabilizándolo por el matrimonio. Saber esto y no sucumbir a la
tentación del maniqueísmo. Pero, señor Thibon, usted
parece haber sucumbido ya a esa tentación. Esta concepción del amor
suicida y estéril es bien conocida en el pensamiento gnóstico.
Nos parece que usted enseñaba todo lo contrario en otro tiempo,
en Lo
que Dios ha unido. Entonces, ¿qué conclusión sacar?
E. Couvert, La gnose universelle, Éditions de Chiré,
1993, págs. 139 a 141.