miércoles, 13 de septiembre de 2023

La Cultura

 



Padre Julio Meinvielle

 

En esta hora de confusión –confusión, que es lucha de apetitos porque hay tinieblas en la mente– NUESTRO TIEMPO se impone como tarea propia y específica la valoración de nuestra riqueza cultural. No es tarea que parece llevar más rápida y direccionalmente a la grandeza de la patria, pero es la única que lleva sólidamente. Los valores permanentes de la patria, y por ende, su soberanía, sólo los guardan los pueblos que quieren y que pueden guardarlos. Y esta voluntad de poder es patrimonio de pueblos de alto nivel cultural.

La voluntad de poder que surge de un pueblo ennoblecido por la riqueza cultural jamás puede ser vencida. Porque si la fuerza material está al servicio de esa voluntad, estará al servicio también de su legítima grandeza y será utilizada decisivamente en los momentos en que pueda ser puesta a prueba por los detentores de la fuerza bruta. Y si este pueblo hubiera de morir, sucumbiendo bajo el peso de la superioridad de la fuerza bruta, no faltará el poema que guarde eternamente, en la memoria imperecedera de los siglos, las gestas gloriosas de sus héroes.

La cultura auténtica comunica fortaleza a un pueblo porque ella tiene un valor en sí, en cierto modo permanente, a través de las generaciones que se suceden, y de las instituciones donde se encarnan. Está conectada con la vitalidad social; y no una vitalidad social, que es un simple vivir –porque un vivir debilitado es camino hacia la muerte– sino un vivir, con vigor de vida, de vida que empuja por salir y manifestarse y expansionarse en frutos de valores humanos realizados. Por esto ha podido decir Burckhardt que la cultura es «floración espontánea de creaciones del espíritu». Lo cual no quiere decir que el espíritu humano, entregado a sí solo y a sus propias fuerzas irrumpa espontáneamente en valores culturales. Sería ello ignorar la condición del hombre singular que, dejado a sí solo, se degrada en sus propios errores y desviaciones.

Cada hombre singular viene a este mundo con grandes posibilidades, pero que no pueden actualizarse sino por una acción vital que sólo se opera en un medio social cultivado. El medio no basta, como lo demuestran los millares de fracasados en la mejor de las culturas; pero el medio es indispensable, a no ser que esperemos la resurrección de valores de pueblos degradados y decrépitos.

Cuando hay vitalidad social, esto es, un vivir ascensional, de plenitud que asciende, y que de un pasado marcha, en continuidad, hacia el futuro, los valores culturales, que son frutos realizados de vida humana, surgen y enriquecen, a su vez, el medio social.

La cultura, a su vez, exige condiciones. Porque si los frutos culturales sólo afloran en una continuidad ascensional, es menester, para que pueda mantenerse sin que la devore la polilla del tiempo, que esa vitalidad social esté conectada con las fuentes perennes de donde ella brote, fuentes, en la que el manar, lejos de agotarlas las rejuvenece siempre más. Y como el vivir del espíritu es un asimilarse verdad, bien y belleza que están derramadas en inagotables fragmentos en los bienes naturales, pero que sólo se hallan plenamente y sin fragmentos en el Ser que es Verdad, Bien y Belleza, se sigue que una cultura, que no quiere quedar presa de fragmentos o reducirse en un continuo revolotear de fragmentos en fragmentos, debe establecer conexiones con el Ser, adonde le llevan todas las apetencias del propio ser: porque la verdad y el bien y la belleza –que es el hombre, que son las cosas, que es el cosmos– están clamando, con clamor ontológico, que sale de las propias entrañas, por la Verdad, por el Bien y por la Belleza.

La cultura auténtica e indeficiente sólo es posible en un medio social conectado con Dios. «La elaboración de un universo humano es también tarea de las fuerzas divinas», escribe Berdiaeff. Por esto las épocas culturales verdaderamente ricas, han estado dominadas por la preocupación teológica y no sólo en la Edad Media, ni en la antigüedad, ni en las postrimerías del Imperio romano, cuando se levanta la voz de San Agustín, ni en los días remotos en que se pierden los principios de los pueblos cantados por Homero, sino aun en la reforma. Tan cierto es esto que el comunismo –profesión pública de ateísmo– si ha podido dar frutos menguados de cultura, en los valores inferiores del hombre como es la utilización (no digo la creación) de la técnica, es porque ha desatado las fuentes de energía divina que hay en el hombre –apetencia mística natural– y la ha encauzado con fuerza irresistible, demoníaca, a la edificación de la ciudad del mal, es decir, de una ciudad mecánicamente colectivizada.

Porque entramos en una edad teológica, las grandes batallas se van a realizar hoy por el dominio de los valores culturales. Teología de Dios, o de los sin-Dios; Reino de Cristo o del Anticristo; Dominación del Hombre-Dios o del Hombre-Máquina.

La lucha es metaeconómica y metapolítica, la lucha se traba en las raíces ontológicas del hombre, allí donde se sitúan sus fuerzas creadoras, allí donde está ese misterio de cada ser, que es el propio ser, y que se disputan Dios y el diablo, ese núcleo que es decidido, en el común de los casos, por la influencia de un medio cultural y que, a su vez, es el creador de la cultura.

Por esto la gran tarea a la que debe dedicar nuestra generación el afán de sus esfuerzos incesantes es el acrecentamiento de su riqueza cultural. De ella depende la grandeza de la patria.

Publicado en la revista «Nuestro Tiempo», Buenos Aires, viernes 4 de agosto de 1944 – Año 1 – N° 6.

Visto en https://blogdeciamosayer.blogspot.com/2018/10/la-cultura-p-julio-meinvielle-1905-1973.html

https://peregrinodeloabsoluto.wordpress.com/2023/08/04/la-cultura-p-julio-menvielle/

 


Un libro para este tiempo

 


 

“Fátima y Rusia”, por Flavio Mateos.

Disponible en todo el mundo a través de Amazon y Mercado Libre.

 

Tomo I - 438 páginas

·         INTRODUCCIÓN   

·         “DIOS NO MUERE”          

·         UNA OPORTUNA PANDEMIA PARA EL NUEVO ORDEN MUNDIAL, FIGURA DEL REINADO DEL ANTICRISTO 

·         ANUNCIOS Y PROFECÍAS          

·         EL APOCALIPSIS Y EL TIEMPO PRESENTE  

·         CHINA PROPAGARÁ EL INCENDIO    

·         HACIA EL GOBIERNO MUNDIAL        

·         EL MENSAJE DE FÁTIMA Y SU SIMBOLISMO        

·         EL PEDIDO DE CONSAGRACIÓN DE RUSIA 

·         MILENARISTAS CONTRA FÁTIMA     

·         LA RESPUESTA DE LOS PAPAS AL PEDIDO DE LA VIRGEN DE FÁTIMA       

·         LA CONSAGRACIÓN DE RUSIA

 

Tomo II – 488 págs – 50 págs. de fotografías a color.

·         LOS ERRORES DE RUSIA          

·         UTOPÍA       

·         UNA SELFIE DE LA REVOLUCIÓN      

·         LA VERDADERA REVOLUCIÓN

·         PALABRAS DE MUERTE 

·         REVOLUCIÓN DE OCTUBRE EN LA IGLESIA: EL DRAGÓN ROJO SE INSTALA EN ROMA

·         1929, REVOLUCIÓN EN LOS ESTADOS UNIDOS Y PEDIDO DE CONSAGRACIÓN DE RUSIA        

·         LA “SANTA RUSIA”          

·         ¿QUÉ MISIÓN TIENE RUSIA EN LA HISTORIA?     

·         RUSIA EN LA ACTUALIDAD      

·         LA CONSAGRACIÓN PENDIENTE       

·         EL TRIUNFO DEL CORAZÓN INMACULADO SERÁ A LA VEZ UN TRIUNFO DE LA IGLESIA       

·         LA BATALLA DECISIVA  

·         ANEXOS      

·         IMÁGENES 

·         BIBLIOGRAFÍA  

¿Incorrección política?

 


Por Flavio Mateos

 

Haciendo luz, en medio de las tinieblas intelectuales que invaden la “internósfera”, la distribución “alternativa” del pensar y poetizar “tradicionales”, la bibliografía narcisista y otras formas del error y la confusión, nos permitimos decir alguna cosa más, desde este ignoto espacio de reflexión. Sin ánimos de ofender, pero sin evitar la verdad "aunque duela".

¿Incorrección política? No, aunque se presente enfáticamente en esa tesitura, la “visión del mundo” del “maestro” Ángel Faretta no es otra cosa que corrección política disfrazada de pseudo-tradición. Esto lo hemos dicho y probado en diversos libros a los que remitimos al lector interesado (“El mirar del cine”, “Avatar y el cine anticristiano de James Cameron”, “Vértigo, el enigma vertical”, “Castellani y Lefebvre”, Videoteca Reduco", "Barrio gris", "La Pasión de Cristo"). Del mismo modo en algunos artículos de este humilde blog.

A.F. no se sale del común denominador que domina el ambiente de la “cinesofía”, la “cinefilia”, la “cinefagia” y todas aquellas vertientes que se empantanan alrededor del cine. Teóricos, pseudo-críticos, comentaristas, reseñadores, estudiantes y profesores de las escuelas de cine, directores, productores, etc. navegan, chapotean o hacen la plancha por las aguas confortantes de la corrección política. Ya sea desde el gnosticismo, el neo-catolicismo, el laicismo judío, el progresismo o ya el zurderío, todos son hijos, nietos, amigos y hermanos del Liberalismo. Aunque alguien como A.F. pretenda ser tomado como furioso antiliberal, el liberalismo le desborda y lo aprovecha. Pues sí, hasta allí llega la profundidad del mal, hasta allí la confusión que se ha difundido como la siniestra niebla carpenteriana.

Una interesante muestra de lo que decimos la tenemos en la imagen posteada en una cuenta de X (twitter), como para cerciorarse de que “el árbol se conoce por los frutos”.

El super publicitado por los mass media cineasta Damián Szifrón, que fue alumno de A.F. lo saluda en su cumpleaños con una foto de un “maestro”. ¿Qué maestro? El que interpretó Robin Williams en la famosa película “La sociedad de los poetas muertos”. A.F. responde desde su cuenta de la misma red social (donde curiosamente en su perfil muestra una fotografía donde se está cubriendo –muy a la moda- un ojo, seguramente sin saber que ese gesto ultra repetido por las “estrellas” del espectáculo es en realidad un gesto masónico) diciendo que con él –esto es, con Szifrón- ya se siente justificado.

Pues bien: “La sociedad de los poetas muertos” es una película totalmente liberal y el “maestro” de la película es un insensato, que hasta logra que uno de sus alumnos llegue a suicidarse. Y, curiosamente, años después su protagonista Robin Williams acabaría con su vida también suicidándose. O no tan curiosamente, pensando que la vida sin Dios, una orgullosa construcción sobre la nada, puede muy bien conducir a ello. El “gran maestro” del carpe diem no enseñaba sino a disimular la desesperación bajo un manto vital de poesía sin los cimientos del verdadero misterio, que nos conduce al Cielo, y no a la tumba y a la nada. En definitiva, se trata de un film de “autoayuda” con contenido simbólico y excelente banda sonora. A.F. nos lo hizo pasar en su momento como una gran película. Pero luego pudimos advertir el liberalismo de ese y otros films de Peter Weir, promocionado entonces como "un gran autor".

Por su parte, Szifrón es un llamativo a la vez que mediocre realizador cuyo más resonante y aberrante bodrio, “Relatos salvajes” (coproducida por el empresario judío Hugo Sigman, aquel que se llenó los bolsillos vendiéndole “vacunas” al gobierno del impresentable Alberto Fernández, y por el degenerado director español Pedro Almodóvar) naturalmente fue candidata a los Oscar hollywoodenses. Y recientemente estrenó otra sobrevalorada película, donde rinde culto a la corrección política.

En resumidas cuentas, no hace falta sumergirse demasiado en la obra escrita de A.F. para examinar su más recóndito pensamiento –cosa que ya hemos hecho para ahorrarle tiempo al lector-, sino que básicamente con el ejemplo de Szifrón, y su simbólica fotografía de homenaje, nos ahorramos muchas palabras.

Alguna cosa hay que agradecerle a la famosa “red social”, después de todo.

 


Vanidosos escritores

 


por Juan Manuel de Prada

 

Suele afirmarse que el pecado más característico del escritor es la vanidad. Y es un tópico cierto, porque el escritor –tal vez porque su trabajo casi nunca tiene la resonancia que merece, o la resonancia que el escritor cree que merece– busca siempre el eco (aunque sea confuso), busca siempre el aplauso (aunque sea equívoco), busca siempre la notoriedad (aunque sea denigrante o envilecedora).

Casi siempre, la vanidad es un pecado venial, más cómico que trágico; pero ¿cómo definirla? Podría decirse que la vanidad es como un sucedáneo del orgullo, como un orgullo menor en calidad y mayor en cantidad, un orgullo de saldo o limosna, un orgullo devaluado, pero también más ostentoso que el verdadero orgullo, que suele ser discreto o clandestino, más calculador y avergonzado de sus intenciones. La vanidad, en cambio, siempre es presuntuosa, siempre hincha el pecho y despliega su plumaje, como el pavo real. El orgullo, aunque pueda resultar destructivo, tiene cierta grandeza trágica que mueve a la piedad, incluso a la admiración, porque el hombre orgulloso está dispuesto a dejarse todos los pelos en la gatera con tal de coronar su empresa; y, si no la corona, jamás muestra a las claras su íntima desolación. La vanidad, en cambio, es frívola, poco propensa al heroísmo y dispuesta incluso a caer en el ridículo con tal de satisfacer sus apetencias, que por lo demás suelen ser bastante fútiles. Digamos que, si el orgullo es grave, la vanidad es fútil y caprichosa, capaz de adentrarse insensatamente en los territorios del vodevil y de la picaresca, en los que jamás osa adentrarse el orgullo, más taimado y prevenido. El orgullo es un pecado de cuello cerrado y luto riguroso, un pecado sombrío y puritano; la vanidad es un pecado despechugado y colorista, chispeante y disipado. El orgullo es hermético y se basta a sí mismo hasta lo demoníaco; la vanidad es exhibicionista y no puede vivir sola, necesita verse reflejada en otros, como en un espejo que celebre admirativamente sus mañas y piruetas. La vanidad sufre con el desengaño y no le importa mostrarlo a las claras, convirtiéndose en plañidera de sus fracasos, para escarmiento o escarnio ajenos. El orgullo, por el contrario, se guarda el sufrimiento de la decepción en un estuche, donde se pudre y agusana, y se refugia en una torre de altivo narcisismo.

Según reza el diccionario, la vanidad no es sólo presunción y envanecimiento, sino también algo más noble y delicado: «Ilusión o ficción de la fantasía». Esta tierna faceta de la vanidad (tan presente en la vida de los escritores, que sueñan con éxitos que nunca obtendrán) la distingue también del más renegrido orgullo, que no repara en ilusiones ni fantasías, sino que se basa siempre en una exageración de los méritos propios. Pero el orgullo es pundonoroso y tozudo y obra en volandas de la ambición, a diferencia de la vanidad, que suele obrar a tontas y a locas, seducida de su propio carácter fantasioso, aspirando a empresas quiméricas o improbables, y en no pocas ocasiones por completo carentes de categoría y de lustre. Lo que más llama la atención de la vanidad de los escritores es la modestia ridícula de sus aspiraciones: tal o cual premio amañado, tal o cual honor de pacotilla, tal o cual invitación a un foro de medio pelo. Así, zarandeada por aspiraciones sin sustancia, la vida del escritor acaba convertida en pompa y humo. La vanidad, a la postre, consiste en ocupar fantasmalmente un espacio que no nos corresponde, siquiera por unos días o unas horas; el orgullo, por el contrario, aspira a llenar perpetuamente ese espacio, hasta adquirir su propiedad. La vanidad es diletante y picaflor; el orgullo es concienzudo y recalcitrante. En cierto modo, el orgullo es el doctorado de la vanidad.

Pero, aunque su carácter es jovial y volandero, la vanidad puede arrastrarnos a la perdición; desde luego, ha arrastrado a muchos escritores, que con tal de disfrutar de un espejismo de éxito han llegado a convertirse en caricaturas irrisorias de sí mismos. A mí, sin ir más lejos, la vanidad me llevó a programas televisivos infectos, a sabiendas de que mezclarme con la patulea que los frecuentaba acabaría ensuciando mi prestigio; pero siempre el brillo del aplauso instantáneo acaba atrapándonos, como la luz atrapa a la polilla, antes de calcinarla. Al escritor, a la postre, le ocurre como a aquella dama principal a la que se refiere don Quijote, que se sintió ofendida porque un poeta no la había incluido en una sátira escrita por él contra algunas cortesanas. El poeta, atendiendo sus quejas, incluyó entonces a la dama en su sátira, poniéndola «cual no digan dueñas», y ella quedó satisfecha «de verse con fama, aunque infamada».

 

Fuente:

https://www.religionenlibertad.com/opinion/631555291/vanidosos-escritores.html


Una palabra importante

 



“Una palabra más, y es la última y quizá la más importante. Con argumentos y réplicas se obliga tal vez a enmudecer al adversario, Y no es poco esto en algunas ocasiones. Pero con esto solo no se alcanza muchas veces su conversión. Para esto suelen valer tanto o más las fervorosas oraciones que los más bien hilados raciocinios. Más victorias ha logrado para la Iglesia de Dios el gemido del corazón de sus hijos, que la pluma de sus controversistas y la espada de sus capitanes. Sea. pues, aquélla el arma principal de nuestros combates, sin descuidar las demás. Por el ruego cayeron los muros de Jericó, más que al empuje de guerreras maquinas; ni venciera Josué al feroz Amalech si no estuviera Moisés, alzadas sus manos, en ardiente oración durante la batalla. Oren, pues, todos los buenos, y oren sin descansar. Y sea de consiguiente el verdadero epílogo de estos artículos lo que viene a resumir todo el objeto de ellos. Ecclesiae tuae, quaesumus Domine, preces placatus admitte, ut, destructis adversitatibus et erroribus uníversis, secura Tibi serviat liberate.”

 

Don Félix Sarda i Salvany, EL LIBERALISMO ES PECADO


Foto histórica

 


El Dr. Gustavo Martínez Zuviría, conocido como novelista por Hugo Wast, firma, en su calidad de Ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Nación Argentina, la Ley de educación religiosa en las escuelas argentinas, el 31 de diciembre de 1943.

Fotografía inédita que nos fuera caritativamente facilitada por su hija la Sra. Magdalena Martínez Zuviría (1928-2020), familiarmente llamada Madelón, que gentilmente nos honró con su amistad.

Aquí puede leerse una semblanza de tan destacada señora: https://aica.org/noticia-el-instituto-hugo-wast-recuerda-a-su-presidenta-honoraria-magdalena-sofia-martinez-zuviria 


Borges no creía en “disparates”

 



Por Flavio Mateos

 

Como si no bastase la estupenda serie de juicios vertidos por el Padre Castellani sobre Borges, y que hemos recogido –si no en su totalidad, casi- en anexo a nuestro libro “Castellani y Lefebvre”, ahora nos topamos con el “Borges íntimo” que su amigo Bioy Casares –otro habitué de la zoncera intelectual traficada en sus hábiles –a veces magistrales- relatos novelescos, fue anotando a lo largo de las varias décadas que duró su gran amistad con el destacado –por los mass media liberales- escritor ciego.  

Así refiere ABC uno de sus encuentros:

Martes, 11 de diciembre, 1973

Encuentro del jurado de La Nación: Borges (muy afectuoso), Mallea (muy amistoso), Carmen Gándara (éxtasis de bobera), Leónidas de Vedia (reblandecido). BORGES: «Somos griegos y judíos, más que latinos; al fin y al cabo, Roma es una prolongación de Grecia». Carmen: «¿Por qué judíos?». BORGES: «Por el cristianismo. Desde luego, no creo en esos disparates sobre la Trinidad, ni en el sacrificio de Cristo, ni en el Dios hecho hombre, ni en los premios y castigos, pero somos cristianos, una secta judía». Con Borges, a pie hasta Harrods y luego a casa, donde comemos.

“Borges”, por Bioy Casares, Página 1443.

Como detalle curioso, apuntemos que JLB había sido bautizado en la misma pila bautismal donde fue bautizado el mártir Héctor Valdivielso Sáez, en la antigua Iglesia de San Nicolás de Bari.

Ernesto “Che” Guevara también había sido bautizado.

Evidentemente, en este país todos son “católicos”, pero casi nadie sabe lo que eso significa.

Religión mistonga, que diría Castellani, apta para sí creer en disparates, blasfemar impunemente y volverse famoso.

¡San Héctor Valdivielso Sáez, ruega por nosotros! 



Intransigencia doctrinal

 


Louis Veuillot:

 “Vemos desde hace mucho tiempo que el sufragio universal nos conduce al abismo y sabemos que no escaparemos…Francia no será salvada sino por Jesucristo y con Jesucristo.”


La batalla equivocada

 



Se habla de la prolongación del marxismo en lo que sería una «nueva izquierda» que no se sabe bien qué es. Tanto es así que habría que hacer grandes malabarismos para poder distinguirla de la ideología liberal-capitalista.

 

Carlos Daniel Lasa 

 

Advierto, dentro del mundo católico, un extravío que tiene que ver, entre otras cosas, con un diagnóstico equivocado de la realidad cultural actual. Esto viene unido, además, a una pérdida de la genuina tradición y al abandono de la dimensión metafísica.

En la actualidad, existen católicos que consideran que el marxismo, ya inerte hace tiempo, es la gran amenaza de la cultura en general, y de la católica en particular. Otros hablan de la prolongación del marxismo en lo que sería una «nueva izquierda» que no se sabe bien qué es. Tanto es así que habría que hacer grandes malabarismos para poder distinguirla de la ideología liberal-capitalista. En sus trazos esenciales, su agenda no difiere mucho de la del liberalismo económico.

Sin embargo, el punto que sí se han propuesto ambas agendas, de modo sistemático, es terminar con todo valor de la tradición judeo-cristiana. Quizás el único dato que se ha mantenido, aunque absolutizado, es el de la vida biológica. Jean-Claude Michéa ha expresado, con suma agudeza, que el desarrollo continuo de la economía de mercado es lo que erosiona, cada día más, la base antropológica de los valores tradicionales (Le complexe d’Orphée. París, Flammarion-Champs, 2008. Citado por Alain de Benoist. Contra el liberalismo. Madrid, Ediciones Insólitas, 2020, 1ª edición, p. 40).

Este diagnóstico errado al que hago referencia recuerda al de aquellos católicos que, en su momento y erróneamente, abrazaron el fascismo. Pensaban ingenuamente que defendería y promovería la cultura católica. Los partidarios de las versiones políticas de derecha, actualmente, creen que estas serán la salvaguarda para mantener vivas las virtudes cristianas en Occidente.

En el año 1967, el destacado filósofo italiano Augusto Del Noce había expuesto que los conflictos ético-políticos de la contemporaneidad no tienen nada que ver con la oposición derecha-izquierda, oriente-occidente, totalitarismo-democracia. Por el contrario, se trata del enfrentamiento entre dos modelos de hombre: el primero, exalta la contemplación, y el segundo, elogia la acción (Il problema politico dei cattolici. Roma-Milano, Unione italiana per il progresso della cultura, 1967, p. 11). Por mi parte considero que, por nuestros días, permanece y se ha acentuado este conflicto.

En este sentido, a juicio del destacado filósofo, era menester recuperar la idea agustiniana de sabiduría para re-descubrir y re-vitalizar los valores de la tradición cristiana. El santo de Hipona había desarrollado esa noción en el libro XII de su escrito De Trinitate que se ocupaba de la distinción entre ciencia y sabiduría.

En el referido escrito, Agustín distingue, por un lado, el hombre exterior, volcado sobre las cosas múltiples de su entorno al que intenta conocer a través de la ciencia. Por el otro, el hombre interior, en contacto con las verdades eternas dadas por el Verbo. Por medio de ellas puede juzgar de todas las cosas, es decir, conocerlas y situarlas en el lugar exacto en la jerarquía de lo real.

El hombre, en cuanto espíritu-incorporado o cuerpo-espirituado, como gustaba decir el destacado filósofo argentino Alberto Caturelli, debe vivir. Esto exige actuar, y el actuar, a su vez, necesita del conocimiento. De allí que exista en el alma del hombre, nos diría Agustín, una razón inferior ocupada de conocer las cosas particulares (conocimiento científico). Pero el hombre no solo debe vivir la vida biológica, sino que también tiene una dimensión espiritual. Y esta se caracteriza por la presencia de una razón superior, sede de las verdades eternas mediante las cuales el Verbo ilumina nuestra alma.

Frente a estas verdades, nuestro espíritu es contemplativo. Su acto propio es verlas (teoría), sin producir ni transformar absolutamente nada. En efecto, ellas son el alimento de nuestro espíritu, y este alimento nos permite conocer quiénes somos y para qué existimos. Consecuentemente, podremos ubicar a todas y cada una de las cosas en el justo lugar de la jerarquía de los seres.

Pero hay un detalle que no puede escapársenos: el hombre es capaz de elección. Y cuando elige, no siempre lo hace conforme a este orden jerárquico que se establece entre la razón superior y la razón inferior. Al modo del hombre de la caverna de Platón, podemos llegar a abrazar las sombras considerándolas como la verdadera realidad, en lugar de la Idea.

Nuestra acción ético-política, en ese caso, se verá privada de verdades y de valores eternos que guíen la acción hacia lo bueno. Por eso, la aspiración de perfección, realizada a través de una vida centrada en los valores, se verá alterada por el deseo (cupiditas) de alcanzar el mayor goce posible de la vida. Esta vida, al ser obliterada la razón superior, ha quedado reducida a la pura dimensión biológica. Refiere Del Noce: «La subordinación de la sabiduría a la ciencia conduce a usar todo en vistas del individuo; el dominio de la ciencia pura, de la ciencia subordinada a la sabiduría, conduce a aquel puro anarquismo en el cual se ha visto uno de los rasgos de la situación presente.» (L’epoca della secolarizzazione. Torino, Nino Aragno Editore, 2015, p. 70)

Nuestra situación actual está caracterizada por el primado de una ciencia ordenada al dominio de la naturaleza: una tecno-ciencia interesada en la estricta satisfacción de los deseos de la vida biológica. Esta pérdida de los valores es correlativa a una deshumanización que Agustín describía como cupiditas, en oposición a la charitas.

El mundo presente, pues, impone una visión hegemónica, una perspectiva individualista y narcisista del hombre. El catolicismo, mientras tanto, en lugar de re-crear una cultura a partir de una sólida metafísica, se ocupa de librar batallas equivocadas que le impone la visión cultural dominante. Así, compra falsos dilemas: derecha-izquierda, conservadurismo-progresismo, totalitarismo-república.

Y ahondando en el extravío, pretende llevar adelante una pastoral que, forjada desde el primado de la acción, confirma a cada hombre en esta cultura egoísta y autónoma. Obviamente, esta pastoral es absolutamente incapaz de convertir a alguien al Evangelio.

Ojalá la Iglesia del futuro se ocupe seriamente de la formación doctrinal y espiritual, no solo de colectivos (pueblo, inmigrantes, desposeídos, etc.), sino de las personas. Los hombres de la Iglesia, sobre todo los pastores, deben abandonar la cupiditas, centrada en las cuestiones políticas. Por el contrario, deberán interesarse en la formación de la porción del Pueblo de Dios que les ha sido confiado a cada uno de ellos.

La nueva evangelización del mundo exige la presencia de cristianos con un riguroso intellectus fidei, elaborado a la luz de una sólida metafísica, y una charitas ordenada a la unión con Dios y el prójimo.

 

Fuente:

https://www.infocatolica.com/?t=opinion&cod=45016