lunes, 25 de marzo de 2024

LA PASIÓN DE CRISTO: 20 AÑOS DE SU ESTRENO EN ARGENTINA

 




Por Flavio Mateos

 

Hoy 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, y en este año Lunes de Semana Santa, hace exactamente veinte años, el jueves 25 de marzo de 2004, se estrenaba en Argentina una obra cumbre del arte religioso, la película más trascendente de la historia del cine y la más revulsiva para el establishment hollywoodense: La Pasión de Cristo, dirigida por Mel Gibson. Obra arriesgadísima, inspirada confluencia de talentos sostenidos por la gracia (puesto que sus máximos responsables acudían a la misa tridentina diariamente), transgresora respecto de la mediocridad y cobardía de sus antecedentes en el género, rigurosa tanto en su resolución formal como jugada en su ortodoxia doctrinal, ya hemos dedicado un libro y muchas más páginas a la película, así que no queremos repetirnos. Pero, rememorando este hecho que merece ser recordado, puesto que el beneficio para los fieles católicos ha sido inmenso en todo el mundo, apenas damos unos apuntes, para lo cual vamos a traer acá a nuestro siempre requerido Padre Castellani.  

Decía aquel, en su sermón del Domingo de Ramos de 1966:

“Si nos ponen ante los ojos una escena estremecedora de sufrimientos, naturalmente lloramos; yo he llorado en el teatro tres o cuatro veces: no en el teatro nacional. Eso lo puede hacer mejor un actor que un predicador, y mejor aún el cine. De modo que para llorar a gritos, mejor es que fueran ustedes a ver una de las treinta y cinco o cuarenta “filmes” que han hecho los yanquis sobre la Vida de Cristo o su Pasión; “filmes” que empiezan, promedian y terminan con el dogma moderno de que Cristo apareció en la tierra para defender la Democracia”.

(Esta y todas las citas están tomadas del libro “Homilías inéditas”, Edive, Mendoza, 2020).

Ahí está servida en bandeja una observación que permite de inmediato cualificar la película de Gibson: sí, de acuerdo, hemos llorado mucho (los espectadores normales, no los intelectuales pedantes o farisaicos, no los judíos ni los modernistas ni los periodistas a sueldo de los medios masivos de falsificación, que por el contrario han rabiado, pataleado, denigrado, acusado de antisemitismo y otras paparruchadas al director del film), pero si debemos destacar por sobre todas las cosas la película, no es por su gran carga emotiva, absolutamente lograda merced al talento artístico de sus realizadores, sino porque contradice todas las versiones previas del cine –sea o no hollywoodense-,  cine que nunca se animó a presentar la Pasión en sí misma, ni se animó a afirmar con convicción la relación del sacrificio redentor de Cristo que es el sacrificio redentor de la santa misa, ni se animó a mostrar el fariseísmo de frente y con crudeza, sin pedir permiso a la B’nai B’rith para satisfacer las demandas de los fariseos contemporáneos. Sí señor, como dice Castellani: “No está mal llorar los dolores de Cristo; pero llorar nuestros pecados es más alto; el llorar por todos los pecados del mundo, aún más alto: “dichosos los que lloran”; el hacerse una idea de lo que será el pecado delante de Dios, más alto todavía; y el conocer que “Dios es amor” es lo mejor de todo. Para eso sirve el vivo recuerdo de la Pasión, que tanto se empeña la Iglesia en suscitar ahora. Eso sí, debe ser vivo, cuanto más vivo mejor”. Y ese recuerdo vivo, vivísimo, nos lo ha presentado “La Pasión de Cristo”, que anuncia desde un comienzo, que todo lo que hemos de ver que sufre Cristo en la película fue, como dice el capítulo 53 de Isaías, que cita el film: “Él, en verdad, ha tomado sobre sí nuestras dolencias, ha cargado con nuestros dolores, y nosotros le reputamos como castigado, como herido por Dios y humillado. Fue traspasado por nuestros pecados, quebrantado por nuestras culpas; el castigo, causa de nuestra paz, cayó sobre él, y a través de sus llagas hemos sido curados”.

Sigue el Padre Castellani:

“¿Por qué escogió Cristo una muerte tan atroz? Si bastaba una lágrima, una gota de sangre del Hombre Dios para hacer la Redención, ¿a qué esa monstruosa orgía de atrocidades? La respuesta corriente es que sus enemigos eran atroces; y es buena en puridad. Puesto que Cristo iba a satisfacer por todos los pecados del mundo, era conveniente que toda la maldad del mundo se volcara sobre él –dice Santo Tomás. Y así toda la maldad humana se concentró en un rincón del mundo y se hizo una punta, un “pincho” que cayó sobre un solo hombre. Esa palabra “pincho o aguijón usa San Pablo: “el pincho del pecado es la muerte”-dice (I Cor. 15,56).”

Esa “extrema violencia” de que acusaron a la película los que entonces se erigieron en escandalizados guardianes del decoro (mismos que elogiaban toda clase de bazofia ultraviolenta surgida de la enajenación de los asalariados de la perversión judeo-hollywoodense), era necesario se mostrase, y arriba está la razón. Porque además “toda esa masa de perversidad se había conglomerado en Palestina y era empujada de atrás por toda la perversidad humana, gobernada por el Príncipe de este Mundo” (Castellani). Y aquí tenemos otro grandísimo acierto de la película: la presentación del diablo, el enemigo, el ideólogo homicida y mentiroso de toda esa salvaje maldad impotente. Y “era necesario –dice Castellani- que la maldad se hiciese manifiesta en un ejemplo retumbante para darnos una idea de lo que es el pecado –y sus consecuencias”. De no haberse mostrado todo ello, la película hubiese sido otra falsificación más, una mediocridad de la que nadie seguiría hablando ya hace mucho tiempo.

En definitiva, “La Pasión de Cristo” puso en escena, en la gran pantalla, y de forma bella, todo aquello que nadie se había hasta entonces animado a des-ocultar, a poner a la consideración mundial, sin concesiones a la corrección política. El coraje y la audacia que hicieron falta para ello, ya de por sí vale nuestro encomio. El resultado es una obra que ya es un clásico del cine. Y como toda obra de arte, llama a ser contemplada, disfrutada, interpretada para ser, finalmente, trascendida.


sábado, 24 de febrero de 2024

EL ARTE EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES DE SAN IGNACIO

 


El arte iluminador para uso del pueblo: la Pasión de Cristo de Mel Gibson.


Por Giovanni Papini

 

En tiempo de San Ignacio el arte comenzaba a decaer; todavía seguía representando temas cristianos pero con espíritu pagano; procurábase hacer resaltar la belleza material de las formas antes que la fidelidad inteligible y la expresión espiritual. Los artistas abandonaban poco a poco su condición de humildes artesanos, o en todo caso de humildes ilustradores de la fe para convertirse en maestros orgullosos al acecho de pingües ganancias, de gloria y de novedad. Cada uno de ellos quería afirmar, como hoy se dice, la propia personalidad y, por exhibicionismo o por otras ambiciones relegaban a segundo plano la instrucción del pueblo y sólo le interesaban su capricho y su fama. Y bajo el nombre de Madonne se complacieron en retratar a sus amantes y se sirvieron de la Crucifixión y de la Resurrección para exhibir su sabiduría anatómica, los efectos inusitados de colores, los contrastes geniales de sombras y de luces. El arte, bajo cierto aspecto, salió ganancioso —por el placer sensual de los ojos— pero acusó una sensible pérdida en su esplendor espiritual: todas las pinturas religiosas de Rafael no tienen el valor, como interpretación y visión mística, de un solo fresco de Giotto. Y el arte, en vez de ser el texto iluminador para uso del pueblo, convirtióse poco a poco en el lujo y voluptuosidad de los ricos.

A la carencia del arte que iba encuadrándose en perfiles netamente paganos remedió —sin pensarlo de un modo claro, ya que los santos no se ocupan de estética — el genio de San Ignacio. Sustituyó las pinturas materiales y perecederas de los muros con las pinturas, siempre nuevas y eternamente evocables de la fantasía. Y de esta manera volvió a conducir y conduce a los cristianos a la familiaridad visible, casi palpable y aspirable, de Cristo hijo del Dios vivo; su método suprime la ilusión de los siglos y convierte a los cristianos obedientes en contemporáneos de Pilato y de San Juan.

Él sabe que los hombres, atados a la servidumbre de los sentidos, aman profunda y únicamente las cosas que ven, sienten y palpan, y sabe que su memoria es débil y su espíritu difícil de encender. Y quiere extender a todos los cristianos, nacidos miles de años más tarde el supremo privilegio de los apóstoles, de los pescadores de Galilea y de los habitantes de Jerusalén. Ver a Cristo y amarle; verle sufrir y querer sufrir con El y por El es una sola cosa, y es el objetivo que persigue la práctica perfecta de los Ejercicios. Ellos suprimen, en el plano de la vida espiritual, las distancias de tiempo y de espacio que nos separan sólo por una ilusión nuestra, de la presencia actual del Señor. Y no son solamente, como muchos reconocen, un prodigio de sabiduría psicológica, sino uno de aquellos caminos simples, pero milagrosos, que los santos han trazado para acompañar a las almas sumergidas en el lodo ante la faz informe de Dios.

 

 

Giovanni Papini, SAN IGNACIO DE LOYOLA, en “La escala de Jacob”, 1928.

 


miércoles, 20 de diciembre de 2023

Expectante

 


LOS LIBROS DE EDICIONES REACCION

 

















Dr. Alberto Barcena: "Esa es una imagen de lo que pasó de verdad"

 

SOBRE "EL EXORCISTA"

 


Frente a frente con el diablo.


Excavando El Exorcista: análisis del film (activar subtítulos)

LA IMPORTANCIA DE LA POESÍA

 

Estanque entre la niebla». Obra de Henri Biva (1848-1928).


   

La importancia de la poesía (II): Poesía y contemplación

     

Por MIGUEL SAMARTIN FENOLLERA

       

«Todo es símbolo, todo es lo que es y algo más».

San Juan de la Cruz

 

 

«En el pensamiento hay vagabundeo; en la meditación, estudio; en la contemplación, maravilla. El pensamiento es de la imaginación; la meditación, de la razón; la contemplación, de la comprensión».

Ricardo de San Víctor

 

 

«Este esfuerzo supremo por alcanzar la belleza sobrenatural (…) es quien ha dado al mundo todo lo que éste ha sido alguna vez capaz de comprender y de sentir en materia de poesía».

Edgar Allan Poe

 

 

«La poesía es un intento de aproximación a lo absoluto por medio de los símbolos».

Juan Ramón Jiménez

 

 

El auténtico acceso a la verdad, entendida como el «descubrimiento» de la realidad íntima de Dios en su misterio trinitario, solo nos será accesible a través de la contemplación. Pero esta contemplación no es propia de este mundo, sino que espera al hombre en la otra vida. En esta, como señala el padre Louis Bouyer (1913-2004), el hombre solo puede llegar a conocer un anticipo de ella, y siempre que se oriente eficazmente «hacia su fin eterno por las virtudes teologales». Bouyer está hablándonos aquí de la experiencia mística.

Muchos poetas han creído que el arte podría ser un paso previo para este último tipo de contemplación mística, y, algunos otros, una vía para la expresión y comunicación de tal experiencia a los demás. T. S. Eliot (1888-1965) y Gerard Manley Hopkins (1844-1889) eran de la primera de las opiniones, pero ya antes, santa Teresa de Jesús (1515-1582) o san Juan de la Cruz (1542-1591) no solo lo creyeron, sino que experimentaron la visión mística y nos la trataron de mostrar. Y algunos otros lo intuyeron incluso antes.

Uno de estos fue el monje agustino del siglo XII, Ricardo de San Víctor, Magnus Contemplator, como se le conocía, quien en su obra, Ars Mistica, junto a la clásica división entre la contemplación activa (la que puede reducirse a la meditación) y la pasiva (la única verdadera, infusa y sobrenatural, y que de ningún modo se puede adquirir con nuestros esfuerzos), habla de una tercera especie, de carácter inferior: «el conocimiento de las cosas invisibles de Dios por medio de las cosas visibles del mundo». Esta tercera especie de contemplación puede ser identificada con el conocimiento poético, un conocimiento nacido de la experiencia y adquirido por connaturalidad con la cosa conocida. El filósofo tomista francés Jacques Maritain (1882-1973), en esta línea, da una definición de poesía como «la adivinación de lo espiritual en lo sensible, expresada a su vez en lo sensible». Este conocimiento o experiencia poética estaría orientado, además, a la expresión (sea a través de la palabra proferida o de la obra producida), y es pues, un conocimiento creativo; no en vano la palabra griega de la que procede poesía (ποίησις\poiesis) significa creación.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

CIERTAMENTE NO MÁS DE LO MISMO. RESEÑA AL LIBRO DE JAVIER ANZOÁTEGUI

 


Las hojas de la higuera (más de lo mismo), Javier Anzoátegui. Vórtice, Buenos Aires, 2023. 513 p.

Por Enrique de Zwart

Sabíamos que el Dr. Javier Anzoátegui era un hombre de buenas leyes. Y ahora sabemos que es también de buenas letras. Lo segundo confirmado con la reciente y actualísima Las hojas de la higuera (más de lo mismo) que nos han sacado de la modorra y motivado a escribir unas breves líneas.

¿De qué se trata? Digamos que es el tema esjatológico[1] por excelencia que solo grandes escritores se han atrevido a tocar, y que solo una fracción de estos lo ha hecho exitosamente. Las hojas de la higuera (LHDLH) entra sin dudas en esta categoría.

¿De qué grandes autores estamos hablando? De Vladimir Soloviev y su Breve relato sobre el anticristo (1900), de Robert H. Benson y su Señor del mundo (1907), de C. S. Lewis y su Trilogía cósmica (1945), de J.R.R. Tolkien y su El Señor de los Anillos (1954). Para colmo compatriotas de Anzoátegui, y nuestros, han incursionado en el tema de modo muy logrado: Hugo Wast con Juana Tabor, 666 (1942), Leonardo Castellani con Su Majestad Dulcinea (1956), Juan Luis Gallardo con Omega 666: El planeta gris (1996). Pesos pesados. Y no es una lista exhaustiva, sino de aquellos a quienes hemos leído. Y nos limitamos solo a novelas, dejando ensayos y otros estilos fuera.

No se crea que esto es una mera permutación de Benson o Castellani. Mucha agua ha corrido bajo el puente. Hay mucho mérito de Anzoátegui para imaginar escenarios plausibles y probables, y distintos a los esbozados anteriormente. Donde Benson conjeturaba a Roma resistiendo y ergo siendo destruida por el Anticristo, acá éste la hace su sede debido a la Gran Apostasía y a las buenas migas con el Falso Profeta. Benson sí vio las naciones diluidas y fagocitadas por el globalismo, pero no se atrevió a imaginar a Roma claudicando y plegándose al Enemigo. Castellani si la pudo vislumbrar, por eso el carácter profético de Su Majestad Dulcinea (SMD) con la Iglesia traicionada por sus jerarcas y funcional a los poderes del mundo. Claro que lo de Benson fue un pronóstico de un siglo, lo de Castellani de medio siglo, y lo de Anzoátegui es en gran parte un diagnóstico. Benson no pudo concebir la infiltración en la Iglesia, Castellani sí. Anzoátegui simplemente la describe.

 

domingo, 3 de diciembre de 2023

50 AÑOS DE “EL EXORCISTA”

 


La profecía para nuestro tiempo que contiene la elícula El Exorcista.

Hace 5 décadas, en 1973, se estrenó la película El Exorcista, que marcó una época cinematográfica.

Y con el transcurso del tiempo, y viendo las cosas que están pasando en el mundo y en la Iglesia, no podemos dejar de pensar que Dios la pensó proféticamente para nuestro tiempo.

Un tiempo en que se ha dejado de creer en Dios y en lo sobrenatural.

Donde la apostasía ha penetrado en la Iglesia a través de buena parte de los ordenados.

Y donde el demonio está más activo que nunca, cambiando la moral de la civilización y de la Iglesia, y llevándose más gente con él.

Aquí hablaremos sobre los dos grandes aportes ocultos que la película El Exorcista está haciendo hoy mismo a nuestro tiempo, permitiéndonos ver los caminos negativos que hemos emprendido e indicándonos los valores que debemos recuperar.

La película El Exorcista se estrenó en 1973.

La trama trata de un demonio que se instala en una niña de 12 años y se niega a dejarla ir, desconcertando a los médicos y aterrorizando a la madre.

Ni médicos ni pastores protestantes pueden desalojarlo, hasta que finalmente libra una guerra total contra dos sacerdotes, quienes lo expulsan de la niña.

Se trata de un caso verídico que fue informado por The Washington Post en 1949, aunque en realidad el poseído fue un niño de 11 años.

William Peter Blatty, un estudiante de literatura, tomó esa historia y escribió el libro El Exorcista.

Él siempre insistió que su libro era una obra que hablaba sobre la fe. 

Y cuando William Friedkin tomó el libro para dirigir la película homónima, era un judío secular confeso. 

Aunque cuando le preguntaban de qué trataba realmente la película, su respuesta era que trataba sobre el misterio de la fe.

a su muerte tenemos a un Friedkin que creía firmemente en las enseñanzas de Jesús.

El cine suele ser extrañamente profético.

Tanto El Exorcista como El Bebé de Rosemary, de 1967, fueron realizadas por directores que no creían en ningún mal sobrenatural.

Pero en ambas películas la realidad del diablo se afirma, no como una vaga construcción psicológica, sino como una entidad diabólica real.

En ese tiempo en que el mundo estaba cambiando – mayo de París, movimiento hippie, Concilio Vaticano II -, que Hollywood hiciera un par películas sobre un artículo de fe como la creencia en la realidad del diablo, fue inesperado, por decir lo menos. 

Proclamó una verdad eterna, ampliamente descuidada por la Iglesia en ese momento.

En ambas películas, el plan del maligno está claramente delineado: denigrar, degradar y, en última instancia destruir a la madre y al niño, presentados en cada una de las películas.

Y a partir de ahí la mayoría de las buenas películas de terror que le siguieron, trataron indirectamente temas de fe, de una manera que pueden llegar a los más alejados, a los que descreen de Dios y de lo sobrenatural.

A aquellos que están en las antípodas de los católicos observantes, a los incrédulos, les plantean la existencia del mal.

Y les suscitan preguntas: ¿Hay vida después de la muerte? ¿Existe el demonio, quién es?

En rigor es un paso gigante respecto a la mayoría de las películas seculares que evitan la religión y los temas trascendentes, preocupándose por contar historias solamente sobre sentimientos humanos.

Las películas de terror sobrenatural, que dólar por dólar constituyen uno de los géneros más lucrativos de Hollywood, no rehúyen la espiritualidad, sino que se inclinan hacia ella.

Nos recuerdan que la ciencia no tiene todas las respuestas.

Que más allá de lo material acechan verdades mayores, a veces aterradoras. 

Y nos dicen que el mal corrompe y tiene consecuencias.

Pero tienen mala prensa entre los cristianos.

Porque es claro que aún las buenas películas de terror sobrenatural tienen problemas. 

Se podría nombrar una legión de ellos: pueden ser sangrientas, profanas y sensuales; y tener graves problemas doctrinales.

Pero conozco a algunas personas que han sido conducidas a la fe, no alejadas de ella, mediante estas películas aterradoras.

Las películas de terror existen para asustarnos. 

Pero las buenas películas de terror también nos piden que pensemos en la realidad sobrenatural.

Y nos informan de graves peligros que nos acechan.

Por ejemplo, la niña de El Exorcista quedó poseída demoníacamente por jugar a la ouija, cosa que desechan los incrédulos, a pesar de la montaña de evidencias que tienen los exorcistas.  

Los exorcistas llegan a decir que aquellos que responden con curiosidad positiva mientras usan una tabla ouija son generalmente susceptibles a la influencia diabólica.

Por ejemplo, las dos películas La Monja alertan que el demonio se puede disfrazar con un atuendo que significa el bien y puede ser letal para la vida en la Tierra.

El Exorcista del Papa, a pesar de mostrar una lucha más ridícula que lúcida contra el mal, deja un mensaje sorprendentemente resonante.

Cuando el demonio le grita a un sacerdote «¡Dios no está aquí!», el sacerdote le contesta «¡Dios siempre está aquí!».

Y Nefarious muestra que la posesión es una paciente estimulación de nuestras debilidades por el demonio, que ofrece tentaciones y lleva a la rendición de la voluntad del poseído.

Por otro lado, el segundo aporte que hace la película El Exorcista, es señalar dos posiciones en pugna dentro de la Iglesia e indicar cual es la correcta.

En El Exorcista aparecen dos sacerdotes que caracterizan el drama interno de la Iglesia hoy.

El más joven de los dos sacerdotes de la película, el jesuita Damien Karras, es un cura típico de principios de la década de 1970: un sacerdote que cuestiona lo que la Iglesia enseña en materia de fe. 

También parece estar en una crisis personal, cuestionando su propia vocación.

Es agnóstico sobre la existencia del diablo y aún más dudoso sobre si existen circunstancias que requieran la realización de un exorcismo. 

En cambio, el padre Lankester Merrin, el mayor de los dos sacerdotes, un franciscano, es un hombre sabio y experimentado, que ha visto el lado oscuro de la humanidad. 

Respetuoso de la Tradición y las Escrituras. 

Sabe exactamente contra qué, o más precisamente contra quién, ha sido llamado a luchar.

Por ejemplo, cuando la madre agnóstica le pregunta al joven padre Karras sobre la posibilidad de un exorcismo, él le responde “tendría que subirme a una máquina del tiempo y retroceder al siglo XVI”.

En cambio, el padre Merrin reconoce exactamente desde el primer momento la naturaleza del combate.

E instruye al sacerdote más joven para que se prepare para lo que vendrá, trayendo vestimentas tradicionales sacerdotales, agua bendita y una copia del Ritual Romano.

En este escenario, la película deja claro quién es el sacerdote más auténtico. 

Es quien cree en lo que la Iglesia siempre ha enseñado sobre la realidad del diablo.

Y quien se esfuerza por actuar como sacerdote en la situación que se presenta ante una familia angustiada.

En cambio, el público observa cómo el sacerdote más joven se evade y filosofa. 

Es que en la realidad, 8 años antes del estreno de El Exorcista había finalizado el Concilio Vaticano II. 

Algunos pensaban que era el comienzo de una nueva primavera dentro de la Iglesia, y otros, que podría ser la llegada de la noche.

La confusión en la Iglesia que siguió al Concilio llevó a muchos a no enfatizar la batalla sobrenatural, enfocándose en la batalla por las cuestiones sociales.

Y así el diablo fue silenciosamente descartado y puesto a un lado suavemente para enfatizar un evangelio diferente.

 

https://forosdelavirgen.org/mensaje-oculto-pelicula-exorcista/


LA PASIÓN DE CRISTO», UN ESCÁNDALO PARA TRASTORNAR LOS CIMIENTOS DE NUESTRO CONFORMISMO

 


por Juan Manuel de Prada

 

Como contrapunto de El Evangelio según San Mateo, de Pasolini, no se nos ocurre mejor título que La Pasión de Cristo (2004), la película de Mel Gibson que, en el momento de su estreno, desató los vituperios más furibundos y epilépticos entre los biempensantes. Especialmente llamativo nos resultó entonces que, para condenar la violencia perturbadora que asomaba a algunas secuencias de La Pasión de Cristo, sus detractores sacaran mucho en romería la obra citada de Pier Paolo Pasolini, oponiéndola al 'tremendismo' de Gibson.

Cuando lo cierto es que Pasolini cuenta en su filmografía con alguno de los títulos más insoportablemente violentos de la historia del cine, como Saló o los 120 días de Sodoma, donde la adaptación del Marqués de Sade servía como vehículo de denuncia del fascismo. Y es que en este mundo podrido el uso iconográfico de la violencia resulta admisible si se emplea para ilustrar un alegato antifascista o antibélico; en cambio, produce escándalo en un alegato cristiano.

Por los mismos días en que se estrenaba La Pasión de Cristo lo hicieron también títulos pululantes de aberraciones como La pianista de Michael Haneke o Irreversible de Gaspar Noé, por supuesto bendecidos por los ditirambos de la misma cofradía que puso a caer de un burro la obra maestra de Gibson. Pero los vituperios que entonces cayeron sobre Gibson no eran causados por su verismo violento, sino por mostrar la insoportable imagen de un Dios encarnado que se inmola para redimir a los hombres; pues el mingafrigidismo moderno considera que todo sufrimiento es estéril y repudia la idea del sacrificio, mucho más si tal sacrificio es divino. Es misión legítima y necesaria del verdadero arte golpearnos sin remilgos, trastornar los cimientos de nuestro conformismo y actuar como una Gorgona que nos petrifica de horror. Y en este sentido, la película de Mel Gibson logra plenamente su misión artística.

Para añadir un poco de pimienta al guiso, se pretendió que La Pasión de Cristo era un panfleto antisemita (y todo por reproducir el clamor de los judíos ante el pretorio, tal como se recoge en los Evangelios: «Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos»). Lo cual, tratándose de una película que recoge entre sus fotogramas pasajes de la vida terrenal de Jesucristo tan significativos como la predicación del amor a los enemigos, es cuando menos pintoresco.

A la postre, queda demostrado que La Pasión de Cristo ofende por su catolicismo militante, que se manifiesta, sobre todo, en su tratamiento de la figura de la Virgen María (interpretada por Maia Morgenstern), cuyo sufrimiento sereno depara algunos de los momentos más memorables de la película, también los más originales; pues aunque Gibson sigue casi al dedillo los Evangelios y las visiones de la agustina Ana Catalina Emmerich, se permite algunas licencias creativas muy enriquecedoras.

Así ocurre, por ejemplo, cuando María se prosterna y pega la oreja al pavimento y extiende los brazos sobre él, como si lo quisiera abrazar; un pudoroso movimiento de cámara nos muestra que, justamente debajo de ese lugar, se halla Jesús, aherrojado en una mazmorra.

Así ocurre también cuando María, transida de dolor, presencia una de las caídas de su Hijo, aplastado por el peso de la cruz; entonces Gibson intercala un flash-back en el que Jesús, todavía niño, se tropieza mientras corretea y se pega un morrón, lo que obliga a María a correr a su lado, para consolar su llanto.

Ese mismo movimiento instintivo y protector la impulsa a socorrer, tantos años después, al Hijo que va a ser sacrificado; y la transposición de planos temporales logra crear un clima de un patetismo estremecedor. Otras secuencias, como aquella en la que la Virgen y María Magdalena (Monica Bellucci) se agachan sobre el suelo del pretorio, para limpiar con unos paños la sangre vertida por Jesús durante la flagelación, poseen una hondura teológica que excede las modestas intenciones de este artículo.

Mel Gibson, en fin, postula un entendimiento de la Pasión en el sentido etimológico de la palabra, como sufrimiento que estimula la aflicción. Esta vindicación del pathos como instrumento de catarsis estética y moral la hallamos ya en los trágicos griegos y ha estado siempre muy presente en la iconografía católica (pensemos, por ejemplo, en la imaginería barroca española). Pero nuestra época no soporta tales enseñanzas: pese al aparente éxito de la película, Gibson se convirtió desde entonces en un apestado, también entre los católicos fariseos, que pronto empezaron a hacer dengues y aspavientos ante los turbulentos episodios que protagonizaría en su caída.

Publicado en XLSemanal.

https://www.religionenlibertad.com/opinion/128365068/pasion-cristo-escandalo-trastornar-cimientos-conformismo.html