miércoles, 12 de junio de 2024

DESAGRAVIO AL PADRE CASTELLANI

 


Por Flavio Mateos

 

“También había encontrado a cada momento, salpicado el lenguaje de mis interlocutores del sonzo, la macana o la pavada, vocablos despectivos de que es tan pródigo el argentino, como si hubiera querido rodear su recién nacida independencia de un cordón aislante de desdenes verbales…”

José María Pemán

 

“El orgullo sin humildad es petulancia”.

Enrique García Maiquez

 

“Hemos padecido a la plaga de los “sabelotodísimos”, que pintaba Castellani en El nuevo gobierno de Sancho”.

Antonio Caponnetto

 

 

Decía Miguel Ayuso, en un destacable libro sobre Chesterton como “caballero andante”, que el gran maestro inglés fue un combatiente que “no dejaba sin respuesta una afirmación falsa”. Nosotros, para seguir su ejemplo de temple caballeresco –y, si se nos permite, también ignaciano-, no queremos dejar pasar sin respuesta unas soeces palabras del “escritor, teórico del arte, y docente” Ángel Faretta.

Ya habíamos puesto, sobreabundantemente, los puntos sobre las íes sobre un personaje del mundillo intelectual la mar de presuntuoso y al que conocemos demasiado bien. No creíamos necesario volver a ocuparnos de su figura, pues ya en varios de nuestros libros y blogs contestamos gran parte de sus yerros, y no sólo eso, sino que hasta desnudamos su falta de honestidad intelectual (1). Esto es así y, aunque sea duro decirlo, hay que alertar –caballerescamente, pero con las armas en la mano- contra los pseudo-maestros.

Pero, ¿por qué volver entonces a ocuparnos de un asunto ya perimido? Porque resulta que un amigo desde la (para nosotros) lejana Buenos Aires, nos envió el enlace a un video, y la siguiente indicación, conteniendo una cita textual de Faretta:

Min. 42 aprox.: 'Como decía el Padre Castellani, que decía muchas pavadas pero en este caso tenía razón...".

https://www.youtube.com/live/5x3NP8kVyxg?si=ZINEV4C_M6oRIPCp

Nos asomamos al video en el lugar señalado, o un poquito antes, para tener además el contexto. La frase está dicha por Faretta con desdén (como resalta Pemán en el acápite el uso de tales vocablos), diríase que con agresividad, con “mala leche” (para decirlo en el lenguaje vulgar al que no le escapa AF), y en el marco de una entrevista donde el “mítico crítico de cine” la emprende de manera agresiva tanto contra el revisionismo histórico como contra el nacionalismo católico. 

No siendo Faretta un historiador ni estudioso de la historia, no sabemos a cuento de qué se le ha solicitado para que diserte acerca del 25 de mayo de 1810. Pero el “maestro”, con la audacia propia de un sofisticado Fidel Pintos (2), y siempre dispuesto a hablar de todo un poco, aceptó el convite.

El video es, como dijimos, una entrevista, en un canal “cultural”, realizada por dos jóvenes con los criollos nombres de Leyla Bechara y Sasha Pak, dedicados a la agenda cultural y política de la Argentina –así nos informan desde Youtube-, los cuales se exhiben con un aspecto muy moderno –el muchacho a lo sodomita, la chica bastante prostibularia- y, desde ya, como puede captarse en su canal apenas asomando a sus videos, perorando con sus ideas de vanguardia. Nada nuevo bajo el sol en la triste metrópoli porteña.

Convengamos que la presentación y el contexto ya de por sí no favorecen al pobre Faretta. Pero es ese el ambiente en que se mueve, y desde donde lanza sus invectivas supuestamente católicas, patrióticas, monárquicas y antiliberales.

Desde ya, vale aclararlo, uno puede disentir con el gran Padre Castellani, en tal o cual cosa, de hecho nosotros lo hacemos desde alguno de nuestros libros y lo dejamos puntualizado. Pero lo de Faretta ya no es simple disentimiento, sino desprecio, inquina, resentimiento, falta de respeto. Pero, ¿cuáles serían las pavadas –las muchas pavadas- que decía el Padre Castellani, según el sabio de Villa Urquiza? (3)

Faretta no explicita. Pero como sabemos bien lo que piensa, como que fuimos alumnos suyos, vamos a decirlo. Creemos que Faretta se irrita con Castellani por tres razones fundamentales, a saber: Castellani no era peronista ni le gustaba el tango –dos grandes debilidades farettianas-, y hay sobre todo un motivo de peso por el cual Faretta reacciona con mucha violencia, y critica de ese modo al Padre Castellani: es la viril y lúcida repulsa de Castellani hacia Teilhard de Chardin, que es el gurú –o uno de los guías anímico-espirituales-intelectuales- de Faretta.

Sí, el lector leyó bien: Teilhard de Chardin.

No hace falta decir que Teilhard fue un hereje de tomo y lomo, un personaje nefasto, un masón y, por sobre todas las cosas, un pensador delirante, al que ya nadie –salvo Faretta y ciertos modernistas infiltrados en la Iglesia de Roma- toma en cuenta hoy en día.

Del tema Teilhard hablamos bastante en nuestros blogs, por lo que no insistiremos. Es disparate defender hoy en día a tal personaje, a no ser que se tomen sus obras como relatos de ciencia ficción. Que ni así vale la pena leerlos, pues, como decía Castellani, “leerlo enferma”. (4)

Por si fuera poco, el Addison de Witt ítalo-porteño utiliza la frase de Castellani que, entre tanta pavada que decía, habría resultado lúcida, para atacar a los revisionistas y nacionalistas, que según él –Faretta- fueron unos derrotistas. Dejando a salvo a Ernesto Palacio y a Jauretche (que no fue precisamente de la escuela revisionista ni nacionalista, o en todo caso fue un revisionista peronista, lo cual es de por sí contradictorio: Perón fue contra el revisionismo histórico), y a nadie más que recuerde, señala que Irazusta y los otros eran “unos chamuyeros” porque “pensaban que Juan Manuel de Rosas iba a volver por una situación mediúmnica” (5). No contento con eso, dictamina que los revisionistas no fueron “ni útiles ni hábiles”, y acusa con acritud que “gran parte de nuestro nacionalismo eran unos cobardes”, “cómodos y calienta sillas” que “seguían hablando de algo que tenía que volver cuando en realidad lo que tenían que pensar es cómo seguir adelante” (6). Supuestamente aquellos hombres se encerraron en un particularismo nacionalista provinciano (“un nacionalismo de mapa”, según Faretta) en vez de abrirse al universalismo que habría encarnado el peronismo, al que los nacionalistas “no entendían lo que era” y al que se habrían opuesto principalmente porque Perón hizo un contrato con la petrolera California de los EE.UU.

Hagamos un inciso. ¿Faretta no entendió lo que fue el peronismo, o es un –siguiendo su argumento antinacionalista- cobarde que no se anima a decir lo que en verdad fue? Porque está claro que fueron dos los factores decisivos entonces, para que el nacionalismo católico se opusiese a Perón y combatiera hasta verlo fuera del poder: la cuestión de la entrega petrolera y la persecución anticatólica de Perón (cuyo gobierno estaba infestado de masones). Eso es algo que Faretta –quien se presenta como católico- nunca menciona. Respecto del contrato con la petrolera yanqui, que según el teórico del cine fue solamente un acto pragmático porque nosotros no teníamos industria, veamos lo que enseña no un sanatero, sino un historiador en serio, como Enrique Díaz Araujo:

“En cuanto al convenio con la compañía California Argentina, filial de la Standard Oil, de los Rockefeller, lo menos que hay que decir es que la concesión de 50.000 km2, por cuarenta años, eximidos de impuestos, con extraterritorialidad judicial, con derecho a exportar el petróleo y las ganancias obtenidas libremente, en Santa Cruz, y los 30.000 km2 concedidos a la misma empresa en Neuquén, bajo las mismas condiciones, aparte de proporcionar el crudo más caro del mercado internacional, estaban en contradicción flagrante con el art. 40 de la Constitución Justicialista de 1949. Como un detalle, un tanto erudito pero quizá conveniente, hay que saber que dicho artículo, redactado por Arturo Enrique Sampay, había contado con el apoyo del presidente de aquella Convención Reformadora, Cnl. Domingo Mercante, pero con la oposición de J. D. Perón. Ver: Potash, Robert A., El Ejército y la política en la Argentina 1945-1962. De Perón a Frondizi, Bs. As. Sudamericana, 1981; Gómez Morales, Alfredo, Hay que capitalizar a la Argentina, Bs. As. 1984; González Arzac, Alberto, Vida, pasión y muerte del artículo 40, Bs. As., 1969”. (7)

 Desde ya que el “mítico crítico de cine” no sólo no conoce bien la historia, sino que usa lo poco que conoce para tergiversar el pensamiento de los nacionalistas y los hechos de la misma historia. O al menos para no decir lo que debe decirse. Puesto que, en primer lugar, lejos de ser cobardes o derrotistas, los historiadores del revisionismo histórico cumplieron un papel fundamental al escribir la historia verdadera, yendo de frente contra la leyenda liberal que era la única versión histórica hasta entonces permitida e impuesta a toda la sociedad. Ya muy bien lo decía Cervantes en el Quijote: “El poeta puede contar o cantar las cosas, no como fueron, sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna” (II, c. III). En ese sentido, estaban abriendo lúcida y corajudamente un camino para, a partir de la verdadera historia, poder caminar hacia el futuro.

JOSÉ MARÍA PEMÁN: LA HISPANIDAD ENTRE NOSOTROS

 


Extractamos, a la manera de aforismos, pensamientos, observaciones, reflexiones del gran José María Pemán, en su libro “El Paraíso y la Serpiente”, tras su paso por Argentina y Uruguay en el año 1941.

 

-“Lo bello del ascetismo es la bienaventuranza eterna a que aspira, no el potaje de garbanzos a que se resigna”.

 

-“El instrumental humano de Buenos Aires es una selección de cortesía, moderación y buenas formas. Todos los tipos más matizados y sutiles de la civilización europea de hace unos años –el gentleman, el abate, el diletante-, tienen allí excelentes reproducciones”.

 

-“El indigenismo no es más que el recurso genealógico de los que no tienen archivo doméstico”.

 

-“Lo que importa en el mestizaje, como en las palabras compuestas, es colocar bien el acento”.

 

-“Con reminiscencias clásicas se puede hacer cesarismo, y se puede hacer demagogia. Con gestos romanos se decoró la Revolución francesa, y se decora el fascismo italiano".

 

-“Y es cierto que un romano, dijo lindamente, para la tumba de una muchacha: “Séate la tierra leve, como tú fuiste leve sobre la tierra”. Pero, ¡cuidado!, que en Santiago del Estero un guaraní, para la tumba de otra muchacha, dijo: Chaupí, punchaupí, tutahiarka; lo cual no es muy eufónico, pero significa nada menos que esta preciosidad: “En la mitad del día anocheció…” La sobriedad poética es una flor humana, no un tema de retórica clásica”.

 

-“La “ópera” es la liturgia de una época individualista que carecía ya de verdaderos estímulos de congregación. El hombre que no se congregaba ya en la catedral, ni en el ágora, buscó ese modo de hacerse espectáculo de sí mismo”.

 

-“Toda democracia ha sido siempre empresa de una oligarquía”.

 

-“Cuando se dijo: “proletarios del mundo, uníos”, ¿en qué se unieron los proletarios? En el gesto, en la divisa y en el himno: en el puño cerrado, en el trapo rojo. Pero que lo más insobornable y hondo de los proletariados había quedado fuera de esa internacional, bien claro se ha visto en lo rápidamente que se “nacionalizaron”, al encontrarse en guerra”.

 

-“España no sabe de aldeanismos nacionalistas. Es, por esencia, universalista y católica”.

 

-“Es proverbial la cortesía y la amabilidad de los argentinos. Cada presentación va seguida de una invitación. Sí, Buenos Aires es una de las ciudades del mundo que más saturan al visitante de urbanismo, de ciudadanía, de urbanidad civil”.

 

-“No menos expresivo de esa otra realidad argentina que es su solícita cortesía hospitalaria, es el “¿cómo no?” Desde que el forastero llega al país, todos –el portero, el cochero, el mandadero-, acatan sus órdenes con un continuo y extremoso: ¿cómo no? Parece que la Argentina viviera en un perpetuo asombro de que alguien pueda dudar de su amabilidad universal e inmensa”.

 

-“El “gaucho” siempre ha estado, por instinto, con lo más autóctono y nativo en la política. Fue de San Martín, fue de Rosas, fue de Artigas, fue de Liniers. Lucía su bigote como una protesta de “independencia”; no en balde los soldados invasores de Beresford venían rapados.”

 

-“El “gaucho” se mustia, se achica. Se siente un cero desamparado e inerme en la máquina de la Libertad. Llega a esta dolorosa conclusión:

Porque el gaucho en esta tierra

sólo sirve pa votar.”

 

-“Yo esperaba mucho de este capítulo de la revelación argentina. La música popular es la expresión urgente del sentir y el pensar de cada pueblo. Cuando los catedráticos empiezan a definir a una nación, ya ella se ha denunciado, mil veces, al son de una guitarra”.

 

-“Para que descansaran las gargantas de los trovadores, se hizo un intermedio de baile. Desde luego, por decreto del doctor Meade, se desechó “el tango”. El tango no es argentino. Es que el extranjero, en definitiva, no conoce de Argentina más que los muelles de Buenos Aires, que son, como todos los muelles, revueltos y cosmopolitas. El tango no es de aquí ni de allí, es un lúbrico balanceo de marinero recién desembarcado y en celo, construido con una mezcla tropical de habanera y milonga. Es de todos los muelles y de ninguna de las Musas”.

 

-“Una eliminación valiente de prejuicios anti-tradicionales, una buena educación clasicista y centrípeta, podrá hacer del universalismo argentino un inestimable laboratorio de “ricos aumentos” para el castellano”.

 

-“La Independencia sudamericana, en su más lúcida parte, fue obra de soldados y sacerdotes. Por patriotismo y por ortodoxia, respectivamente, esos son los dos tipos sociales que tenían que sentir más hondamente la reacción frente a aquel instrumento de las ideas enciclopedistas que era Napoleón. San Martín y el deán Funes, por ejemplo, son dos tipos representativos del verdadero pensamiento emancipador: dos dioses lares. Por eso decía Lugones que aquellos países son obra de la Espada y de la Cruz. Algunos españoles se asombrarán al ver así convertida en una especie de “carlismo”, la emancipación que ellos creían obra doctrinaria, afrancesada y liberal. Pero así es la Historia y la Verdad”.

 

-“Y la Hispanidad o no será nada, o tendrá que ser eso: el cuerpo donde vuelva a encarnar Cristo para una segunda redención del mundo”.

 

-“Padre Artigas, vencedor de las Piedras: hay una batalla americana que ganar al lado de Buenos Aires, y hay una batalla mundial que ganar al lado de España”.

 

-“Creo, siempre, en el valor de las “minorías selectas”; pero esa fe mía se duplica en la América española, donde estimo insospechado el empuje que puede tener un grupo escogido de hombres decididos y cultos. El influjo social del intelectual puro es mucho mayor en América que en Europa. Sociedad más elemental e ingenua conserva mayor fe en el “vate”, en el “augur”, en el “rapsoda”.

 

-“En sí, ni la “democracia” que es ruido, ni la “estatolatría” que es aplastamiento, son climas propicios para la Cultura. En la soledad tranquila de una granja, en las afueras de Roma, mientras el César se ocupaba de la administración, pudieron escribirse las Odas de Horacio y la Eneida de Virgilio. No se hubieran escrito si Virgilio y Horacio hubieran tenido que salir, a cada momento de la granja, para votar y ser diputados y concejales. Tampoco se hubiera escrito si el Estado los hubiese molestado continuamente en la granja con un lujo intervencionista de planillas, registros, declaraciones y tributos”.

 

-“Mira, a mi juicio, estamos viviendo la liquidación y término de un ciclo histórico: el de la Revolución francesa. Esta, como toda revolución laica y materialista, desprendida de la unidad suprema y divina, se rompe en dos capítulos. Uno, multitudinario y demagógico, que es el jacobino; otro de reacción autoritaria, que es el napoleónico: vaivén de péndulo, como todo lo que es acción y reacción puramente materialista, sin apelación a una superior verdad. Todo un siglo se reparte en esos capítulos: o el “individualista” que dice: “Todo el Estado para el individuo”; o el “totalitarista”, que dice: “Todo el individuo para el Estado”. A la liquidación de ese ciclo revolucionario estamos asistiendo: esta gran guerra de Europa [II Guerra mundial] es la guerra de los últimos napoleones contra los últimos jacobinos”.

 

-“Ni democracia, ni autoritarismo –las dos partes incompletas de la solución revolucionaria; del vaivén materialista del siglo- las tenemos nosotros “enfrente”, como enemigos. Las tenemos “detrás” como valores superados en nuestro camino. Nuestro José Antonio Primo de Rivera, al formular la tesis española, concretó clarísimamente dos postulados que, por sí solos, nos diferencian, por elevación, de las otras tesis incompletas de la hora. Dijo que la política debe basarse sobre “el respeto a la persona humana portadora de valores eternos”; dijo que la Nación tenía que ser “una gran misión que cumplir en lo universal”. Ya comprenderás que no puede confundirse con ningún nacionalismo incompleto o pagano, este originalísimo y mal llamado nacionalismo español, que nace, desde el primer momento, preocupándose de las dos cosas que, por una o por otra, precisamente, exceden a la Nación: el individuo y el mundo. Ya están ahí en fila y jerarquía los tres valores tradicionales y cristianos: lo individual, lo nacional y lo universal o católico. Por eso José Antonio negó siempre que su doctrina pudiera considerarse como un “fascismo” más, y declinó la invitación que le hicieron para un Congreso internacional “fascista” que había de celebrarse en Montreux. José Antonio no quiso despilfarrar su tesoro cristiano y sintético, entregándolo a las incomprensiones de una Europa agitada de egoísmos y utilidades. Lo guardaba, acaso, para la pureza íntima y hogareña de la Hispanidad”.

NOVEDADES BIBLIOGRÁFICAS

 



JOHN WAYNE EN LA IMBATIBLE DILIGENCIA

 


Por Flavio Mateos

 

El 11 de junio se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de John Wayne. O sea, de su paso a la eternidad, porque no sólo su arte cinematográfico perdura en el tiempo, sino que el actor se convirtió al catolicismo en su lecho de muerte. Hasta nos dejó un nieto que es sacerdote, y ha de haber rezado misas por su eterno descanso.

Los actuales comanches, salvajes pero, a diferencia de aquellos, cobardes, que se escudan tras el anonimato periodístico, no han ahorrado sus envenenadas flechas, que, por supuesto, a “Duke”, allá arriba, no han de hacerle ni cosquillas.

Su figura y sus películas son imbatibles.

Con motivo de un nuevo aniversario de su fallecimiento, Clarín, el gran diario zurdo, políticamente correcto, gayfriendly, y propiedad de la firma especuladora Goldman Sachs, dedicó una entrada a difamar, insultar, vituperar, execrar, a uno de los más grandes representantes del buen cine norteamericano.

Lo hace inequívocamente desde su título, en una nota que firma: REDACCIÓN CLARÍN: “John Wayne: macho, rudo, racista y alcahuete”.

ttps://www.clarin.com/espectaculos/john-wayne-macho-rudo-racista-alcahuete_0_vuj6nFDEyM.html

El redactor o redactora, graduado o graduada en “cultura de la cancelación”, “filosofía woke”, “feminismo” e ideología “LGBTXYZ”, debió acusarlo de ser blanco, heterosexual y patriota, pero no se animó. Ha preferido mostrarse menos ideológico y más ruinmente vulgar. Aunque mete la pata hasta el cuadril, cuando dice imbécilmente: “Ver hoy cualquier película de John Wayne es comprender que trabajaba para una audiencia cretina y ordinaria”. Es decir que los espectadores, no sólo de USA sino del resto del mundo, eran en su mayoría cretinos y ordinarios; no eran distinguidos y nobles como son ahora, desde ya, los espectadores que disfrutan de la pornografía woke tan adulta que ofrece Hollywood, Netflix y HBO. Pero la acusación, que si fuese hecha por alguien de “derecha” sería tildada de “fascista”, no finaría solamente en el gran actor, puesto que las películas las hacen directores y productores, entonces todos ellos habrían sido copartícipes de sus bellaquerías. Es decir que todos eran entonces “cretinos y ordinarios”.

En efecto, la nota de “el gran diario ‘argentino’” llega mismo hasta condenar el género del western, que seguramente debe ser el género más sano y popular de cuantos han surtido el mundo del cine: “Contribuyó a un cine de cuando el mundo todavía parecía defender la esclavitud. Con sus comanches, y antes de que apareciera McDonald's, Wayne era la cara misma de los Estados Unidos. Una mole de casi dos metros y cien kilos cuya imagen competía con la de la Estatua de la Libertad. Envejeció mal y bastante rápido. Estilo Luis Sandrini. Cuando se habla de un western hasta queda más simpático el subgénero, el spaghetti western de Terence Hill y Bud Spencer”.

Pero eso no es todo, porque John Wayne era además, según esta prensa canalla, “racista y homofóbico”. Raro lo primero, porque siempre tuvo a su lado a mujeres hispanas, no a rubias wasp (merced a ese contacto con el mundo hispano llegó al fin a acercarse al catolicismo). Lo de homofóbico ya sabemos lo que significa: que reivindicaba la ley natural y repudiaba la contranatura, cosa que toda persona normal en este mundo hace. ¡Faltó que lo tacharan de “antisemita”! ¡Oh, quizás el “antisemita” estaría siendo el Clarín, porque acusa a Wayne de haber estado haciendo toda su vida películas racistas, homofóbicas, ordinarias y cretinas…pero los estudios de cine de Hollywood estaban en manos de propietarios y productores judíos…

Pero aún insatisfecha, sigue la redacción de Clarín expresando su aversión por el “Duke”: “Definía su trabajo diciendo: "Yo no actúo, reacciono”. Lejísimo de cualquier criterio de deconstrucción, definía al varón de un modo bastante elemental: "El hombre debe ser duro, justo y valeroso, nunca buscando una pelea, pero tampoco dando la espalda a una”. Es de aplaudir su definición del varón, porque eso es lo que hoy falta, empezando por el o los escribas cobardecitos de Clarín.

También informa la desgraciada nota que: “John Wayne trabajó en 153 películas y cuenta con el récord de ser el actor con mayor número de papeles protagonistas en la historia del cine: ¡142! encabezando marquesina. Esa consideración lo hizo dueño de un amor propio único. “No quiero aparecer nunca en una película que pueda avergonzar al espectador. Un hombre puede llevar a su mujer, su madre y a su hija a una de mis películas sin sentirse nunca incómodo”.

Otra vez aplaudimos su declaración, y nos regocija encontrar ese número simbólico, 153, que es el número de Avemarías del Santo Rosario. No, no fueron todas sus películas buenas, por supuesto, pero al fin se le dio la oportunidad y no la desaprovechó: fue recibido en la Iglesia católica en sus últimos instantes de vida. Dato que, de haberlo sabido no habría aligerado los denuestos de los empleados de Goldman Sachs, por supuesto. Más bien confirmaría su aversión por el actor anticomunista, viril y patriota que, más allá de sus errores, configuró un modelo a través de la épica de las películas, modelo que ya se ha extinguido, pero que revive con cada revisión de sus filmes.  

Su hijo Patrick dejó este testimonio sobre la actuación más importante de su vida, su conversión:

Cuando estaba muriéndose en el hospital todavía no había sido bautizado. (…) Los últimos diez días los pasó en coma. El sábado por la noche, dos días antes de morir, salió del coma cuando mis hermanos Michael, Toni y Aissa estaban presentes. En el rato que estuvo despierto dijo otra vez que quería convertirse, pero al poco tiempo entró de nuevo en coma. El lunes, yo estaba con él y vi que se estaba poniendo peor. Sonó el teléfono. Era el capellán católico que quería pasar a verlo. Colgué. Aunque mi papá estaba todavía dormido, le dije sin esperar respuesta: "Papá, el capellán quiere verte". Entonces le oí decir: "Okay." Me quedé atónito, pero llamé al capellán, que apareció en menos de media hora. Con él todavía dormido, le dije: "Papá, el capellán está aquí", y otra vez dijo: "Okay". Entonces se despertó. Abandoné el cuarto durante unos minutos. Desde fuera pude oír el murmullo de su conversación. Cuando el capellán salió, me dijo que mi papá había sido bautizado. Esa misma tarde falleció”.

Aquí un relato más completo:

http://videotecareduco.blogspot.com/2013/10/la-conversion-de-john-wayne-en-el-lecho.html

En definitiva, parafraseando el título castellano –en algunos países- de su, para nosotros, mejor película, The Searchers, dirigida por John Ford, esto es, “Más corazón que odio”, los progres que atacan a John Wayne tienen “Más odio que corazón” o, mejor aún, “Más odio que razón”. Por ello son, a pesar de su muy correcto “indigenismo”, los nuevos y reciclados comanches. Pero la diligencia en la que va “Ringo” llega siempre a su meta. Una y otra vez, la victoria está de nuestra parte.

HIDALGUÍA DE ESPÍRITU

 


Enrique García-Máiquez es el flamante ganador del I Premio de Ensayo ‘Sapientia Cordis’, convocado por CEU Ediciones, con su ensayo Ejecutoria, una hidalguía del espíritu. Un libro que está concitando entusiasmos y en el que García-Máiquez vuelca años de lecturas y pensamientos, Jorge Soley ha entrevistado al autor para El Debate de las Ideas:

 

Estamos ante uno de esos libros que acompañan al lector a lo largo de su vida, que son revisitados una y otra vez y que nos atrevemos a decir que tienen vocación de clásico. Nos sentamos con el autor, rodeados de libros y gintonics, para charlar sobre esta su última obra.

 

–Voy a empezar, Enrique, agradeciéndote (que por otra parte es algo muy propio de la hidalguía) el que hayas escrito Ejecutoria, que creo que ya es un libro de cabecera y en el que has volcado miles de lecturas y reflexiones, todas ellas bien destiladas. Después de un libro así, ¿se puede escribir algo más?

–Pues tu generosidad, además de hidalga, acierta, como suele hacer la generosidad. Tras este libro, me asalta una vaga inquietud: «¿Qué escribiré ahora?» Otro ensayo, diría que no, pues los que se me ocurren los haréis mejor otros. Ojalá poesía, de nuevo, si las musas me perdonan los devaneos en prosa y me acogen de vuelta.

–Se está hablando mucho de Ejecutoria, tanto que se puede decir que es el ensayo del momento. ¿Te esperabas esta recepción? ¿A qué la atribuyes?

–La exageración también es una exactitud aristocrática, muchas gracias. Una buena recepción entre los nuestros me la esperaba. Mi miedo es decepcionarlos: no estar a la altura de la ilusión con que los amigos me preguntaban por este libro. Yo no me propuse escribir sobre hidalguía: hubiese sido pretencioso, como si tuviese algún título para ello. Lo he hecho a empujones de peticiones ajenas. Todo partió del encargo de Nueva Revista para reseñar un libro, Nobleza de espíritu. Una idea olvidada de Rob Riemen que, aunque no era del todo satisfactorio, sí daba un pistoletazo de salida. A partir de ahí, cuando me invitaban a conferencias, yo me ofrecía a hablar de poesía o de conservadurismo o de los sentidos del humor…, pero preferían mi crítica constructiva a la nobleza de espíritu, y hasta aquí.

–¿Puede ser que la gente esté sedienta de algo que dé sentido a su vida?

–Seguro. No podemos renunciar al señorío, que es la dignidad encarnada, porque es el proyecto de sentido que cristaliza desde la Edad Media. El ideal de la caballería es la auténtica paideia cristiana. Es nuestra Odisea y nuestra Iliada, sin tener que renunciar a Homero, como preciosa prehistoria.

–Tan importante es que incluso escribes que ni siquiera el amor es posible sin nobleza de espíritu.

–Lo escribe Dostoyevski, nada menos, en El jugador: una pareja de jóvenes que lo tenía todo para la felicidad y les falló, ay, la nobleza de espíritu. Eso puede estar pasando hoy entre nosotros. El amor, tal como se concibe en la civilización occidental, tiene mucho de creación caballeresca. Con deliciosa audacia, Jean Verdon sostiene que el amor se inventó en el siglo XII, cuando entró en escena llevado de una mano por la libertad y de la otra mano por la cortesía.

–En una época como la nuestra, donde todo son estadísticas, encuestas, apelación a las masas, tu propuesta es una apelación a la persona y a su responsabilidad que rompe por completo con las propuestas más comunes ahora mismo.

–Los números son importantes para echar cuentas, pero la aristocracia es una rebelión contra el imperio de la contabilidad: «We few, we happy few». Y todavía más, esto es, menos: la afirmación de la individualidad es un imprescindible contrapeso en una sociedad muy aplastada bajo las tablas excel. La kriptonita de la sociedad de masas es el viejo lema aristocrático: «Aunque todos, yo no».

–Tu propuesta, no obstante, no es para unos pocos, sino para todos… pero al mismo tiempo reconoces que la nobleza de espíritu exige sacrificio. ¿Cómo se conjuga el llegar a muchos si son pocos los que son capaces de sacrificarse? Aunque, refiriéndote a Los muchachos de la calle Pál, también hablas de que hay un instinto natural a la nobleza de espíritu que, si no se reprime, prende en el pecho de los niños ¿Te parece que no solamente como deseo, sino en la realidad, la tuya puede ser una propuesta que llegue a mucha gente?

–Hay una cita durmiente en el libro: «Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos». La llamada es universal —el instinto—, pero la respuesta —el sacrificio— depende de cada cual. La práctica de la nobleza es tan importante o más que la teoría. Me irrita de otras propuestas de nobleza de espíritu que se queden en algo muy de biblioteca, de leer a los clásicos y casi nada más. Me entusiasman las bibliotecas, pero la hidalguía no es sólo un humanismo. El momento esencial de Don Quijote, que es por donde empieza la novela, es cuando Alonso Quijano se decide a salir de su biblioteca en busca de aventuras. Ha estado más de 40 años leyendo y era imprescindible, pero sólo se eleva a don Quijote al echarse a los caminos de La Mancha.

La respuesta a tu pregunta sobre lo inalcanzable del ideal la da el mismo Don Quijote: él es todo lo contrario a un ideal de perfección. Tampoco lo eran los caballeros artúricos, que, de hecho, cometen errores, dudan, resultan risibles a menudo o incluso ridículos. El ideal resulta especialmente hacedero porque no propone la perfección, sino la aventura inacabable de intentarla.

–Tu propuesta democratizadora de la nobleza de espíritu hace referencia a Chesterton y su apelación a ser todos como el duque de Norfolk, no a que el duque de Norfolk sea como todos. Pero entre nobleza de sangre y nobleza de espíritu, reconociéndole la importancia a la primera, tiendes a decantar la balanza hacia la segunda.

–Faltaría más. Los nobles de sangre fueron y deberían ser los primeros en decantar la balanza hacia la nobleza de espíritu. Por eso, la búsqueda de la nobleza de espíritu no puede convertirse en un desprecio por defecto de la nobleza de sangre, como si hubiese alguna rivalidad entre ambas. La aristocracia heráldica, cuando cumple, es una de las muchas decantaciones históricas de la nobleza de espíritu, y nos ha dejado algunos ejemplos bellísimos. Lo decías tú antes, la gratitud es una actitud hidalga.

–Siguiendo con Chesterton y sus paradojas, citas aquello suyo de que «lo más excelente y meritorio es saberse heredero». Meritorio sin hacer nada, o más bien haciendo algo, que es reconocerse heredero. ¿Está ahí una de las claves de la nobleza de espíritu?

Absolutamente. Los españoles tenemos esa palabra maravillosa que es «hidalguía». Lo encierra todo. La sencillez o la indiferencia, porque el hidalgo puede ser pobre. La universalidad y la gratitud, porque, con su propio nombre, reconoce que nace de que uno es hijo, que lo somos todos, y tampoco hijo necesariamente de un grande, sino de «algo». La némesis del hidalgo sería, en la literatura y en la historia, el pícaro, pero actualmente el enemigo del hidalgo es el hombre hecho a sí mismo, ese pícaro postmoderno.

En el hidalgo, además, hallamos una paradoja muy chestertoniana, que une dos cosas tan contradictorias como necesarias en la vida: el orgullo y la humildad. Sin orgullo no se puede vivir en este complicado mundo. Una de las cosas más bonitas que me han dicho del libro me la escribió por whatsapp un amigo: «Llevo leídas sólo noventa páginas, pero ya ando más erguido por la calle». Sin embargo, el orgullo sin humildad es petulancia. El hidalgo es humilde porque se enorgullece de lo recibido, del mérito ajeno, de la herencia. Quien está en deuda es más rico que el hombre pagado de sí mismo. Julián Marías dice que los hidalgos del Greco son hombres orgullosos de su alma, una expresión que también mezcla orgullo con humildad, porque la valiosísima alma nos ha sido dada.

–Esto tiene que ver con la idea que recoges de estar a la altura de tus antepasados. También de los más cercanos, como en esa anécdota del corredor que explica su comportamiento, el no aprovecharse de una confusión de su rival, con aquello de «qué pensaría mi madre de mí».

La gesta del corredor de cross Iván Fernández Anaya en 2012 en Burlada, sacrificando su victoria, es muy significativa: la hidalguía ofrece la solución a muchísimos embrollos éticos provocados por el legalismo y el subjetivismo. El corredor no hubiese contravenido el reglamento ganando la carrera. Pero entonces le viene a la cabeza lo que hubiese pensado su madre de aquella victoria ventajista y deja ganar al corredor nigeriano que lo merecía aunque se hubiese confundido de meta. Yo tengo alumnos en mi Instituto de Enseñanza Secundaria a los que, más que amenazar con la aplicación de las normas de comportamiento del ROF (Reglamento de Organización y Funcionamiento), les planteo: «¿Qué haría una señorita o un caballero?». Y se acabó el problema de convivencia, porque se sienten interpelados en lo mejor de sí mismos, y no pueden fallarse.

–Recoges el comentario de Tolstoi de saberse aristócrata por su familia. Tolstoi tenía una familia de rancio abolengo, pero recoges también lo que escribe Ana Iris Simón de que es heredera de una raza mítica, algo que en el fondo somos todos (el feriante ahora es mítico, quién sabe si dentro de varios siglos el oficinista o el informático también serán míticos). ¿Es por eso que propones que echemos la mirada hacia nuestro árbol genealógico?

Lo de Tolstoi es muy divertido y lo de Ana Iris es precioso. Además, su libro Feria es la demostración de aquella ley contraintuitiva que enunciaba Edmund Burke: sólo la gente que aprecia a sus antepasados tiene hijos. Ana Iris Simón iba a escribir un homenaje a sus mayores, pero lo acabó con el deseo sobrevenido y ferviente de tener un hijo. Si nuestra sociedad fuese más atenta a sus raíces, no padecería problemas demográficos.

A mirar a nuestros antepasados nos enseña el emperador Marco Aurelio. Era el hombre más poderoso de la tierra, pero, cuando se puso a repasar lo que había heredado de sus antepasados, no dijo «De éste heredé una finca impresionante en Sicilia», sino «de mi abuelo heredé el buen humor». Todos podemos marcarnos un Marco Aurelio: echar la mirada atrás y escoger qué virtudes sencillas, hondas y cotidianas de nuestros mayores llevaremos por bandera y legaremos a nuestros hijos.

lunes, 25 de marzo de 2024

LA PASIÓN DE CRISTO: 20 AÑOS DE SU ESTRENO EN ARGENTINA

 




Por Flavio Mateos

 

Hoy 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, y en este año Lunes de Semana Santa, hace exactamente veinte años, el jueves 25 de marzo de 2004, se estrenaba en Argentina una obra cumbre del arte religioso, la película más trascendente de la historia del cine y la más revulsiva para el establishment hollywoodense: La Pasión de Cristo, dirigida por Mel Gibson. Obra arriesgadísima, inspirada confluencia de talentos sostenidos por la gracia (puesto que sus máximos responsables acudían a la misa tridentina diariamente), transgresora respecto de la mediocridad y cobardía de sus antecedentes en el género, rigurosa tanto en su resolución formal como jugada en su ortodoxia doctrinal, ya hemos dedicado un libro y muchas más páginas a la película, así que no queremos repetirnos. Pero, rememorando este hecho que merece ser recordado, puesto que el beneficio para los fieles católicos ha sido inmenso en todo el mundo, apenas damos unos apuntes, para lo cual vamos a traer acá a nuestro siempre requerido Padre Castellani.  

Decía aquel, en su sermón del Domingo de Ramos de 1966:

“Si nos ponen ante los ojos una escena estremecedora de sufrimientos, naturalmente lloramos; yo he llorado en el teatro tres o cuatro veces: no en el teatro nacional. Eso lo puede hacer mejor un actor que un predicador, y mejor aún el cine. De modo que para llorar a gritos, mejor es que fueran ustedes a ver una de las treinta y cinco o cuarenta “filmes” que han hecho los yanquis sobre la Vida de Cristo o su Pasión; “filmes” que empiezan, promedian y terminan con el dogma moderno de que Cristo apareció en la tierra para defender la Democracia”.

(Esta y todas las citas están tomadas del libro “Homilías inéditas”, Edive, Mendoza, 2020).

Ahí está servida en bandeja una observación que permite de inmediato cualificar la película de Gibson: sí, de acuerdo, hemos llorado mucho (los espectadores normales, no los intelectuales pedantes o farisaicos, no los judíos ni los modernistas ni los periodistas a sueldo de los medios masivos de falsificación, que por el contrario han rabiado, pataleado, denigrado, acusado de antisemitismo y otras paparruchadas al director del film), pero si debemos destacar por sobre todas las cosas la película, no es por su gran carga emotiva, absolutamente lograda merced al talento artístico de sus realizadores, sino porque contradice todas las versiones previas del cine –sea o no hollywoodense-,  cine que nunca se animó a presentar la Pasión en sí misma, ni se animó a afirmar con convicción la relación del sacrificio redentor de Cristo que es el sacrificio redentor de la santa misa, ni se animó a mostrar el fariseísmo de frente y con crudeza, sin pedir permiso a la B’nai B’rith para satisfacer las demandas de los fariseos contemporáneos. Sí señor, como dice Castellani: “No está mal llorar los dolores de Cristo; pero llorar nuestros pecados es más alto; el llorar por todos los pecados del mundo, aún más alto: “dichosos los que lloran”; el hacerse una idea de lo que será el pecado delante de Dios, más alto todavía; y el conocer que “Dios es amor” es lo mejor de todo. Para eso sirve el vivo recuerdo de la Pasión, que tanto se empeña la Iglesia en suscitar ahora. Eso sí, debe ser vivo, cuanto más vivo mejor”. Y ese recuerdo vivo, vivísimo, nos lo ha presentado “La Pasión de Cristo”, que anuncia desde un comienzo, que todo lo que hemos de ver que sufre Cristo en la película fue, como dice el capítulo 53 de Isaías, que cita el film: “Él, en verdad, ha tomado sobre sí nuestras dolencias, ha cargado con nuestros dolores, y nosotros le reputamos como castigado, como herido por Dios y humillado. Fue traspasado por nuestros pecados, quebrantado por nuestras culpas; el castigo, causa de nuestra paz, cayó sobre él, y a través de sus llagas hemos sido curados”.

Sigue el Padre Castellani:

“¿Por qué escogió Cristo una muerte tan atroz? Si bastaba una lágrima, una gota de sangre del Hombre Dios para hacer la Redención, ¿a qué esa monstruosa orgía de atrocidades? La respuesta corriente es que sus enemigos eran atroces; y es buena en puridad. Puesto que Cristo iba a satisfacer por todos los pecados del mundo, era conveniente que toda la maldad del mundo se volcara sobre él –dice Santo Tomás. Y así toda la maldad humana se concentró en un rincón del mundo y se hizo una punta, un “pincho” que cayó sobre un solo hombre. Esa palabra “pincho o aguijón usa San Pablo: “el pincho del pecado es la muerte”-dice (I Cor. 15,56).”

Esa “extrema violencia” de que acusaron a la película los que entonces se erigieron en escandalizados guardianes del decoro (mismos que elogiaban toda clase de bazofia ultraviolenta surgida de la enajenación de los asalariados de la perversión judeo-hollywoodense), era necesario se mostrase, y arriba está la razón. Porque además “toda esa masa de perversidad se había conglomerado en Palestina y era empujada de atrás por toda la perversidad humana, gobernada por el Príncipe de este Mundo” (Castellani). Y aquí tenemos otro grandísimo acierto de la película: la presentación del diablo, el enemigo, el ideólogo homicida y mentiroso de toda esa salvaje maldad impotente. Y “era necesario –dice Castellani- que la maldad se hiciese manifiesta en un ejemplo retumbante para darnos una idea de lo que es el pecado –y sus consecuencias”. De no haberse mostrado todo ello, la película hubiese sido otra falsificación más, una mediocridad de la que nadie seguiría hablando ya hace mucho tiempo.

En definitiva, “La Pasión de Cristo” puso en escena, en la gran pantalla, y de forma bella, todo aquello que nadie se había hasta entonces animado a des-ocultar, a poner a la consideración mundial, sin concesiones a la corrección política. El coraje y la audacia que hicieron falta para ello, ya de por sí vale nuestro encomio. El resultado es una obra que ya es un clásico del cine. Y como toda obra de arte, llama a ser contemplada, disfrutada, interpretada para ser, finalmente, trascendida.


sábado, 24 de febrero de 2024

EL ARTE EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES DE SAN IGNACIO

 


El arte iluminador para uso del pueblo: la Pasión de Cristo de Mel Gibson.


Por Giovanni Papini

 

En tiempo de San Ignacio el arte comenzaba a decaer; todavía seguía representando temas cristianos pero con espíritu pagano; procurábase hacer resaltar la belleza material de las formas antes que la fidelidad inteligible y la expresión espiritual. Los artistas abandonaban poco a poco su condición de humildes artesanos, o en todo caso de humildes ilustradores de la fe para convertirse en maestros orgullosos al acecho de pingües ganancias, de gloria y de novedad. Cada uno de ellos quería afirmar, como hoy se dice, la propia personalidad y, por exhibicionismo o por otras ambiciones relegaban a segundo plano la instrucción del pueblo y sólo le interesaban su capricho y su fama. Y bajo el nombre de Madonne se complacieron en retratar a sus amantes y se sirvieron de la Crucifixión y de la Resurrección para exhibir su sabiduría anatómica, los efectos inusitados de colores, los contrastes geniales de sombras y de luces. El arte, bajo cierto aspecto, salió ganancioso —por el placer sensual de los ojos— pero acusó una sensible pérdida en su esplendor espiritual: todas las pinturas religiosas de Rafael no tienen el valor, como interpretación y visión mística, de un solo fresco de Giotto. Y el arte, en vez de ser el texto iluminador para uso del pueblo, convirtióse poco a poco en el lujo y voluptuosidad de los ricos.

A la carencia del arte que iba encuadrándose en perfiles netamente paganos remedió —sin pensarlo de un modo claro, ya que los santos no se ocupan de estética — el genio de San Ignacio. Sustituyó las pinturas materiales y perecederas de los muros con las pinturas, siempre nuevas y eternamente evocables de la fantasía. Y de esta manera volvió a conducir y conduce a los cristianos a la familiaridad visible, casi palpable y aspirable, de Cristo hijo del Dios vivo; su método suprime la ilusión de los siglos y convierte a los cristianos obedientes en contemporáneos de Pilato y de San Juan.

Él sabe que los hombres, atados a la servidumbre de los sentidos, aman profunda y únicamente las cosas que ven, sienten y palpan, y sabe que su memoria es débil y su espíritu difícil de encender. Y quiere extender a todos los cristianos, nacidos miles de años más tarde el supremo privilegio de los apóstoles, de los pescadores de Galilea y de los habitantes de Jerusalén. Ver a Cristo y amarle; verle sufrir y querer sufrir con El y por El es una sola cosa, y es el objetivo que persigue la práctica perfecta de los Ejercicios. Ellos suprimen, en el plano de la vida espiritual, las distancias de tiempo y de espacio que nos separan sólo por una ilusión nuestra, de la presencia actual del Señor. Y no son solamente, como muchos reconocen, un prodigio de sabiduría psicológica, sino uno de aquellos caminos simples, pero milagrosos, que los santos han trazado para acompañar a las almas sumergidas en el lodo ante la faz informe de Dios.

 

 

Giovanni Papini, SAN IGNACIO DE LOYOLA, en “La escala de Jacob”, 1928.