Iñigo de Loyola convaleciente después de la batalla.
Tras lectura vendrá la conversión.
(Obra de Carlos Sáenz de Tejada)
Iñigo de Loyola convaleciente después de la batalla.
Tras lectura vendrá la conversión.
(Obra de Carlos Sáenz de Tejada)
AVATARES DE FARETTA
“Ahora
cuesta abajo en mi rodada
Las
ilusiones pasadas
Ya
no las puedo arrancar”
Alfredo
Le Pera
¡Caramba!
El estreno de la segunda parte de Avatar ha suscitado algo que nos mueve a volcarnos otra vez, como
ya hicimos en varios otros escritos, ya sea en libros o blogs, en el género que
podemos denominar “corrección fraterna”. O, si se quiere, “correctivo”. Género
que no hace sino, indirectamente, poner en evidencia cómo la –perdónese la
teilhardiana expresión- “webósfera” alberga una cantidad creciente de
intelectuales que aparecen presentados o auto-expuestos como maestros, de un
extremo al otro del arco de las ideas. Muchos de ellos son, ¡ay!, argentinos.
Y, sí, es nuestro problema. Así nos va. Porque, aunque puedan ser valiosos en diversos puntos de sus enseñanzas, no son veramente "maestros" sino simplemente
pseudo-maestros confundidos y confundidores. De algunos de ellos nos hemos
podido ocupar en nuestros libros, especialmente en lo que tiene que ver con el
gnosticismo. También pululan los católicos conservadores o de derecha (la “nueva
derecha” se hacen llamar), que intentan una conciliación o asociación con el
liberalismo, o con ciertos liberales amigos suyos, para hacer frente al
progresismo. Un sinsentido, aunque quienes lo planteen sean reputados
licenciados, filósofos, politólogos, doctores y otros reconocidos influencers y youtubers con mucha propaganda en Internet. Se habla de hacer una “batalla
cultural” pero se trata más bien de una “batallita” sin profundas consecuencias.
Sin Dios todo es vano. Sin Cristo reinando en la sociedad reina el espíritu
anticristiano.
Pero vamos a lo nuestro.
Resulta por demás sorprendente que el platonísimo, el pitagórico,
el schopenhaueriano, el theilhardista Ángel Faretta encabece su crítica de la
nueva Avatar [1]
citando a Aristóteles, filósofo al que no es, precisamente, afecto. Lo hace
mencionando su famoso dicho: “Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”.
Pero, ¿hasta qué punto es “amigo de la verdad”? Veremos enseguida que no es tan
así.
“Agua que no has de beber, déjala correr” dice el
refrán. Dejaremos correr el agua de la nueva Avatar, pero indudablemente las ideas que sostiene Cameron son las
que están salpicando hoy al mundo entero, por eso le damos alguna atención. Ángel
se muestra muy disgustado –el grado de su ironía lo prueba- con la segunda
parte de Avatar. Así de mala ha de
ser sin dudas, cosa que no pretendemos comprobar exponiéndonos a la idiota
hipnosis colectiva de la pantalla azul, cuando ya sufrimos su primera parte
allá lejos y hace tiempo, y a la cual le dedicamos un pequeño libro.[2]
Ante una “sala llena”, dice A.F. entre otras cosas:
Flavio Mateos analiza su libro sobre
la relación
entre el mensaje de Fátima y Rusia
Por
JAVIER NAVASCUÉS
Flavio
Mateos es un seminarista argentino (SAJM) que estudia en Francia y además es
escritor. Habiendo dejado atrás un largo pasado en el ateísmo y la militancia
comunista, tras su conversión a la fe católica empezó a ajustar cuentas con
aquello que había ocupado su vida en el pasado: el periodismo y el cine. Con
libros como “El Libro Negro del Periodismo” (Ediciones Bella Vista, 2012) o su
blog “Videoteca Reduco” y los libros “La Pasión de Cristo de Mel Gibson. El
triunfo de la cruz”, “El mirar del cine”, “Lo esencial de Alfred Hitchcock”,
“Vértigo. El enigma vertical”, “Videoteca Reduco” y “Avatar y el cine anticristiano
de james Cameron” (casi todos editados por Ediciones Reacción), se ocupó de
desnudar el liberalismo y el gnosticismo presentes en los medios de
comunicación, a la vez que de rescatar los valores cristianos en el llamado
“arte del siglo XX”. Difusor del mensaje de Fátima a través de su blog “Agenda
Fátima”, en la presente entrevista nos habla de su libro “Fátima y Rusia”,
disponible en la tienda de Amazon.
-¿Por
qué un libro sobre “Fátima y Rusia”?
Quizás
se pueda explicar mejor el porqué del libro teniendo en cuenta el contexto en
que surgió. Que no es otro que el del insoportable tiempo de confinamiento
impuesto a raíz de la oficialmente llamada “Pandemia de coronavirus” que luego
pasó a llamarse “Covid-19”. De un día para el otro el mundo se vio envuelto en
una revolución que parecía poner en marcha acelerada el camino final hacia lo
que la élite ha venido llamando “Nuevo Orden Mundial”, ahora rebautizado como
“The Great Reset”. Vimos entonces a nuestro alrededor, no sólo a la gente
habitualmente desnortada, sino a personas aparentemente lúcidas, sumirse en la
mayor de las perplejidades, el desaliento y la desesperanza. Algunos parecieron
despertar y darse cuenta que los enemigos del Cristianismo (y por tanto de lo
que aún resta débilmente de la Cristiandad) controlan prácticamente todas las
instancias y resortes del poder mundial y están dispuestos a aniquilarnos sin
miramientos.
Cuando
llegaron a la prohibición de las misas públicas, o a la imposición de la
comunión en la mano y al cierre de santuarios –como el de Fátima, entre otros,
por primera vez en su historia- y demás medidas vejatorias contra la Iglesia
(con la complicidad de sus más altas autoridades, hay que decirlo), quedó más
claro el terrible panorama ante el cual nos encontrábamos. Pero a la vez que
surgían incontables analistas de la situación –muchos verdaderamente serios y
valiosos, pero otros francamente poco fundados y “conspiranoicos”- había un
tema que nadie mencionaba, y que para nosotros tiene que ver con todo lo que
pasó, con lo que pasa y seguirá pasando. Nos referimos al mensaje que vino a
traernos en 1917 una Señora que sí cree en las conspiraciones, porque vino para
advertirnos contra ellas. Estoy hablando de la Virgen de Fátima. La salvación
vendrá de su Corazón Inmaculado, y lejos de ser este un deseo piadoso, es algo
que se sustenta en su mensaje, en sus propias palabras.
-¿Cuál
sería la relación entre Fátima y Rusia?
Es
la misma Santísima Virgen quien hace la relación, desde su mensaje del 13 de
julio de 1917 hasta el mensaje en la manifestación de la Teofanía trinitaria el
13 de junio de 1929. El mensaje de la Madre de Dios, por otra parte, no se
circunscribe a advertir contra el comunismo soviético, y ya. Las apariciones y
el mensaje total son la última manifestación del Cielo que forma parte del
combate que desde el inicio se da entre la Serpiente y la Mujer del
Apocalipsis, entre el Dragón y la Virgen, entre la Sinagoga de Satanás y la
Iglesia de Cristo, entre la Masonería con las sociedades secretas que conforman
el naturalismo organizado y el orden sobrenatural que defiende la Iglesia
católica. Y ese combate es cada vez más claro, más encarnizado, más duro, a
medida que se acerca a su final. Usted recuerda que San Ignacio habla en los
Ejercicios Espirituales de “las dos banderas”. Pues bien: hay solo dos
banderas, la de Cristo y la del Anticristo, no hay más.
-Usted
dice en su libro que Rusia tendría un papel que cumplir en esta guerra.
Exacto. Partamos de las palabras mismas de la Virgen en el referido mensaje: “Al fin mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia que se convertirá y será concedido al mundo un cierto tiempo de paz”. Nuestro Señor ha dicho a sor Lucía que quería que el papa junto con los obispos consagrasen Rusia al Corazón Inmaculado porque la paz que de allí vendría –que no sería una paz “milenaria”, atención- sería un reconocimiento del Corazón Inmaculado de María, a quien quiere ver exaltada como se debe, y colocada su devoción junto a la de su Sagrado Corazón. La misma Virgen dijo, en la aparición del 13 de junio, que Dios quería establecer en el mundo la devoción a su Corazón Inmaculado. Y agregó: “A quien practique esta devoción yo le prometo la salvación”. En la siguiente aparición, del 13 de julio, tras haberles mostrado el Infierno, les dijo: “Habéis visto el Infierno, adonde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”.
“No hay nada más exasperante que ver muchos buenos
libros aparecer cada día y saber que no tendrán jamás sino una difusión
limitada porque los mass-media no hablarán jamás de ellos. El verdadero combate
contrarrevolucionario debería ser llevado principalmente sobre ese terreno de
la difusión de libros. Yo siempre pensé que ese solo cara a cara del lector y
del libro es susceptible de lograr conversiones, recuperaciones, de esclarecer
a aquellos que se equivocan por ignorancia de los hechos.”
Jacques
Ploncard d’Assac
EL
DEMONIO DE LA CONFUSIÓN MENTAL
Siguiendo
a Giovanni Papini (“ese escritor italiano que no tenía siempre ideas justas
sobre todo pero que de todos modos tenía siempre un sentido cristiano”), Jugnet
gustaba repetir que el gran mal actual no era tanto el amor de las riquezas, o
incluso la sensualidad, sino la confusión mental:
[…] Es el demonio que los antiguos
llamaban Belfegor. Es el genio de la confusión intelectual, aquel que os hace
ver negro lo que es blanco, que os hace ver a la derecha lo que está a la
izquierda, que os hace ver como bueno lo que es específicamente malo y
condenado y maldecido por Dios.
Frente
a ese demonio, toda la acción y toda la pedagogía de Louis Jugnet fueron obras
de claridad y de discernimiento, persiguiendo la “confusión intelectual” hasta
en la literatura contemporánea, por luminosas conferencias sobre el surrealismo
o sobre escritores católicos como Bloy, Greene, Bernanos, Claudel (él apreciaba
a este último, a causa de su tomismo). Incluso ahí, Jugnet supo resistir al entusiasmo
de su época, y recodar que es a la filosofía y a la teología que corresponde
juzgar las ideas difundidas por los poetas, ensayistas y novelistas, y no a la
inversa”.
Le Sel de la terre nº 47 hiver
2003-2004.
LA
REENCARNACIÓN – POR JEAN VAQUIÉ
Casi
todas las doctrinas esotéricas modernas comportan la creencia en la
reencarnación de las almas, y cuando no se refieren a ello explícitamente es
porque lo suscriben implícitamente.
La
reencarnación es el nuevo nombre de la metempsicosis. Se la llama también
teoría de la migración o de la transmigración de las almas. También se la
denomina palingenesia, que etimológicamente significa lo mismo: «palin»
significa «de nuevo» y «genesia» sugiere la idea de generación y de encamación.
Más raramente se la llama reviviscencia. Todas esas denominaciones, que no
difieren sino por ínfimos matices, son prácticamente sinónimas. Es, pues,
posible dar una definición común: es la doctrina por la que las almas humanas
pasan de un cuerpo a otro. Las almas sobreviven a los cuerpos (eso nadie lo
duda), y tras haber esperado durante un período más o menos largo y en diversas
situaciones, según las diferentes escuelas, volverían a la tierra para animar
nuevos cuerpos en el momento de su nacimiento.
Se
sabe que es una doctrina arcaica. Pero hay que subrayar que no es absolutamente
primitiva. Así, por ejemplo, ni los textos más antiguos de la Biblia ni los
primeros escritos védicos (llevados a la India por los arios) mencionan la
existencia de la teoría de la transmigración de las almas. Es verosímil que
esta concepción naciera en la época en que el politeísmo empírico comenzó a
sistematizarse y a crear teogonías más o menos coherentes.
Por
otro lado, es difícil asignar un origen preciso a la doctrina de la
reencarnación. Unos dicen que viene del orfismo; otros, no sin motivo, hacen de
ella una teoría egipcia. Se sabe igualmente que el budismo ha contribuido
ampliamente a su expansión por extremo Oriente. Por su difusión ha cubierto
todo el mundo, pese a la hostilidad de ciertos filósofos (Aristóteles la
criticaba) y la resistencia que le opuso el cristianismo desde el principio.
Los
gnósticos de los tres primeros siglos han enseñado la metempsicosis bajo
diversas formas. Pero el cristianismo, con el que es incompatible, llegó a
dejarla fuera completamente del mundo occidental. Esta creencia no ha
subsistido en tierras cristianas sino marginalizándose. No ha sido profesada
sino con sordina por los ocultistas de todas las épocas. En el siglo XIX son
los espiritistas y los teósofos quienes comienzan a enseñarla públicamente e
incluso a hacer de ella una de las piezas maestras de sus sistemas
Nos es preciso examinar cuáles son las diferentes fases del razonamiento reencarnacionista.
Fragmento del libro “VÉRTIGO, DE ALFRED HITCHCOCK. EL ENIGMA VERTICAL”,
disponible aquí: https://www.amazon.com/-/es/Flavio-Mateos-ebook/dp/B0BJMXJFCK/ref=sr_1_1?__mk_es_US=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&keywords=flavio+mateos+vertigo&qid=1669997615&sr=8-1
Quizás haya que
empezar diciendo con el siempre oportuno y meduloso Chesterton lo siguiente: “Exageración: es la definición del arte”[i].
Pero, el barroco de por sí, tiene una inclinación mayor a ello. ¿Por qué?
Luego de las
dos etapas previas del arte, la del Románico y la del Gótico, que podríamos
llamar de la afirmación primero y la exaltación después del Cristianismo, las
cosas se complican. Es el “Renacimiento”, y el Barroco que aparece en este
período. Es el tiempo en que se produce la “Reforma” o revuelta protestante,
que parece va a arrasar con toda Europa. ¿Qué hace la Iglesia? Contraataca. Se
afirma a partir del Concilio de Trento, de la impetuosa labor de los Jesuitas,
y del Arte barroco. Como dice Hans Seldmayr, “por su actitud ante el culto y el sacramento, el protestantismo no
puede admitir la noción de obra total del arte”. Contra el oscuro pesimismo
protestante, fundamentalmente nórdico, que a despecho de la belleza litúrgica y
la prescindencia de lo simbólico se afirma en la “pura interioridad” (falsa) y
exteriormente en lo crematístico (de allí vendrá primero el capitalismo y más
tarde el socialismo), reacciona la actitud católica de optimismo, confianza y
ascensión hacia lo trascendente a partir de la propia condición humana, en
lucha con el mundo. Monseñor Marcel Lefebvre hablaba del barroco como “ese arte de puro movimiento y de expresiones
a veces patéticas [que] es un grito de triunfo de la Redención, un canto de
victoria del catolicismo sobre el pesimismo de un protestantismo frío y
desesperado”. Sin embargo, la decadencia de las monarquías católicas y el
decaer de la propia Iglesia (en lo cual jugó un papel importante la disolución
de la Compañía de Jesús, a través de las intrigas masónicas), llevaron también
al decaer del arte. A partir del s. XVIII las artes empezaron a separarse unas
de otras, a volverse autónomas, en una tendencia que llevaría al arte moderno,
abstracto, y sobre todo horrible, lo cual ocurrirá, en consonancia, con el
hombre que se “purificará” de todo residuo heredado, incluso de su condición
sexual para elegir aquella que su capricho desee. Dice Seldmayr que no es
posible aislar las artes sin degenerarlas. Debido a que el arte es una gran
unidad en la variedad, un compuesto de fuerzas que se complementan, en el
aislamiento de cada fuerza se ve la autonomía que el hombre pretende respecto
de la realidad que lo rodea, y, finalmente, de Dios, que es el Creador de esa
su propia naturaleza que le resulta al hombre revolucionario (racionalista,
subjetivista) “limitante”. Esa separación “purificadora” iba de la mano de la
irrupción de las ideologías utópicas, y llegaría hasta la separación o división
del átomo, con las consecuencias por todos conocidas.
Pues bien, el
arte barroco, que ha sido –más allá de sus abundantes excesos o desvíos- una
apuesta reaccionaria contra todo esto, fue replegándose a medida que perdía el
soporte tanto del Estado católico (monárquico) como de la Iglesia. La
Cristiandad estaba en retirada, y muy acelerada. El arte barroco se replegó
finalmente en algunos pocos artistas para, tras la disolución del último imperio católico, Austria-Hungría, al
finalizar la Primera Guerra mundial, asumir la última forma de representación
posible: el cine. Y fue en Hollywood donde la unidad del arte se manifestó en
el estilo que hizo posible el rescate del símbolo, que el progresismo
positivista había expulsado de toda manifestación artística. Allí se dieron las
condiciones operativas necesarias para tal supervivencia, pero no por una
supuesta alianza entre judíos y católicos como postula un crítico con
insistencia (como hemos venido viendo, los judíos no han jugado absolutamente
ningún papel en las etapas del Arte que floreció en tiempos de la Cristiandad,
por el contrario, sí lo jugaron en la expansión del protestantismo y también lo
han jugado en la etapa final y decadente del arte moderno, más bien al conocer
el cine entendieron rápidamente, como no podía ser menos, que aquello era una
“mina de oro”) sino porque en medio de una enorme y muy redituable industria de
alcance internacional, financiada y construida (al igual que la industria
editorial/periodística y, más acá en el tiempo, la televisiva y la pornográfica)
por empresarios judíos llegados desde la Europa devastada por la guerra, un
puñado de directores de cine y artistas talentosos aportaban al crecimiento de
esa industria, surgida en unas tierras generosas para toda tendencia. De hecho
el descontrol que había comenzado a producirse obligó a que la misma industria,
merced a la presión sobre todo de los católicos, debiera imponer una ley de
censura para sus filmes. Necesariamente, el cine levantó su puntería. Y las
arcas de las grandes productoras también subieron. Ahora bien, comparar a estos
talentosos productores de cine con el mecenazgo que ejercían, v.gr., los Medici
en Florencia con Miguel Angel, Botticelli o Ghirlandaio, nos parece fuera de
lugar. En primer lugar porque en Hollywood estamos fuera de la órbita de lo
católico, y en segundo lugar porque Hollywood era una industria tremendamente
redituable en términos económicos, de allí la fortuna que ganaban los que
trabajaban allí. No había allí un polo de poder disidente, cuando las finanzas
de Wall Street habían cimentado el poder mediático judío. De hecho, esta
industria soportaba la mentalidad artesanal de grandes autores, pero la
mentalidad industrial hacía que, finalmente, el mismo éxito comercial
significara más un inconveniente que una ayuda para los grandes artistas del
cine, ya que se los encuadraba en determinadas categorías exitosas y les
resultaba muy difícil zafarse de tal condicionamiento. No obstante lo cual era
posible en muchos casos desarrollar una obra artística muy personal, llevada
adelante con mucha inteligencia, pero eso no como parte de una deliberada
política que hubiese surgido de una “alianza”.
De hecho aquello no fue ninguna “toma del poder cultural” contra el establishment (como insiste en hacer
creer un “mítico” teórico del cine ítalo-porteño) ya que Hollywood fue un
eficacísimo motor de la propaganda en todas las guerras imperialistas
emprendidas por los Estados Unidos, país masónico y mayoritariamente
protestante, pero cuya política exterior –como está fehacientemente demostrado-
es controlada por el lobby judío. Esa toma de poder sobre los EE.UU. se dio en
dos fechas decisivas: 1913 y 1929. La industria del cine no podía ser ajena a
esa “movilización total” que implicó a aquel país. Desde luego había directores
de cine con cierto grado de disidencia, pero nada más.
Siguiendo con esta trayectoria que trazamos,
consideramos a Hitchcock el último gran representante del barroco, absorbido a
través de su cultura tradicional y su cultura jesuita recibidas en una Inglaterra
donde todavía se manifestaba la influencia católica, particularmente a través
de los grandes literatos y autores como G. K. Chesterton, R. H. Benson, Maurice
Baring, etc.
Uno de los motivos más fácilmente perceptibles en Vértigo
es la espiral, que a partir del vértigo sufrido por el protagonista, se
reproduce en diferentes objetos y lugares: el peinado de Carlotta Valdes en la
pintura, que reproduce Madeleine en su cabello, el tronco de sequoia, el
travelling circular de la cámara en el siniestro beso. Ese movimiento de cámara
(que De Palma más tarde exagerará hasta cansarnos) nos separa de lo que vemos,
y lejos de exaltar lo que se nos muestra, nos inquieta. Nos advierte: no
estamos ante un simple film policial, no estamos solamente ante un drama psicológico,
el misterio está allí y rodea a los personajes. Hitchcock descarta el realismo
fotográfico al igual que todo intento alegórico, y juega con las formas al
borde del abismo, como dijera Castellani, acerca del Barroco: “…para que un
niño pueda jugar al borde de un abismo (…) es necesario que haya un antepecho a lo largo del abismo; y así el
siglo de la “Reforma” y de las guerras religiosas, vio aparecer el arte más
libre, juguetón y antojadizo que existe”. Y en otro sitio, hablando de las
parábolas de Cristo, decía el maestro argentino: “Esta distorsión de rasgos responde al propósito, como está dicho, de
aludir al misterio, a lo teológico, a lo infinito; y ha sido comparada no sin
propiedad por Chesterton al soplo impetuoso que en la plástica barroca hincha
los ropajes, tuerce los miembros y agita las líneas arquitectónicas,
haciéndolas danzar a veces; como en los cuadros del Greco, las estatuas del
Bernini y los altares del Vignola”[ii].
Como ya lo dijimos, Gavin Elster pone ante los ojos de Scottie una diosa
pagana, una esfinge, una figura salida del (mal llamado) Renacimiento.
Hitchcock desnuda esta figura para que la veamos como es. Su film es Barroco
porque mediante lo simbólico nos conduce al misterio. La alegoría se pierde
finalmente en el abismo. Vértigo es
la obra suprema del barroco en el cine, y probablemente Psycho, de 1960 (comienzo de la más decadente y revolucionaria
década del siglo XX) sea el cierre final, definitivo.
[i] En su libro sobre Charles Dickens, cit. en Un buen puñado de ideas, Renacimiento,
2018, p. 37.
[ii] El Evangelio de
Jesucristo, Jauja/Vórtice, pág.
440.