“Ante nuestros ojos aparecen en lucha dos tradiciones; lejos de conducir el mismo contenido nocional son antagonistas. La una transmite sin disimulo la religión del verdadero Dios, y es la Tradición apostólica, en la cual la tradición primordial está totalmente incluida. La otra, llamada por los neognósticos Tradición primordial, transmite, bajo un disfraz de luz, la religión tenebrosa que quiere ponerse en el lugar de Dios”. (Jean Vaquié, Ocultismo y fe católica: los principales temas gnósticos).

miércoles, 22 de octubre de 2025

EL EQUÍVOCO GUENONIANO

 



Por DON CURZIO NITOGLIA

 

“Tradición” espuria guenoniana

 

René Guénon († 1951) puso de relieve, criticándola, la crisis del mundo moderno y revalorizó la Tradición. Pero ¿cuál es la Tradición a la que él se remite y qué aspecto de la Modernidad ha criticado en sus obras?

La Tradición guenoniana no es la Tradición apostólica, sino la “Tradición primordial”, es decir, un conocimiento (gnosis) iniciático/esotérico, autosalvífico e incluso autodivinizado mediante el solo conocimiento (gnosis) del iniciado en la escuela de un maestro (gurú) o un sabio (elegido).

La iniciación guenoniana es activa y se adquiere naturalmente por parte del iniciado mediante la gnosis o conocimiento esotérico; ella es profundamente diferente de la Mística cristiana, que es pasiva —aunque luego se deba corresponder a ella—, sobrenatural e infundida por el Espíritu Santo en el alma del justo.

 

Guénon filomasón cabalista anticristiano

 

En Occidente, según Guénon, la única fuerza capaz de transmitir la Tradición primordial sería la Masonería especulativa y mística, es decir, cabalística (dado que la filosofía esotérica de la Masonería es la cábala judía), y ya no lo sería la Iglesia católica, que habría perdido desde los primeros siglos la verdadera Tradición esotérica.

Sin embargo, paradójicamente (aunque no tanto), según los guenonianos la habría reencontrado con los Decretos pastorales del Concilio Vaticano II Nostra aetate y Unitatis redintegratio, que propugnan el pan-ecumenismo o la unidad trascendente de todas las religiones, tan deseada por Guénon y por Schuon.

En Oriente, para Guénon, la filosofía hindú sería aún más perfectamente transmisora de la Tradición primordial que la Masonería cabalística en Occidente. Ahora bien, el hinduismo y el budismo son una filosofía nihilista fundada en la nada, que prefigura el Nihilismo filosófico de la posmodernidad en Nietzsche, la Escuela de Frankfurt y el Estructuralismo francés, que nos ha llevado al cumplimiento y al empeoramiento de la Modernidad, es decir, al paroxismo ultramoderno y posmoderno que estalló en toda su virulencia con el 68.

Pero ¿cómo se puede criticar la crisis de la Modernidad intentando curarla con la posmodernidad, que es ultramoderna? ¿Acaso se puede curar un resfriado con una pulmonía? ¿Y una pulmonía con un cáncer de pulmón?

La Tradición primordial es llamada por Guénon también “metafísica”, es decir, por encima (metà) del mundo material (tà physiká).

Sin embargo, la metafísica guenoniana no tiene nada que ver con la platónica, aristotélica y tomista.

De hecho, ella está más allá, por encima no tanto del mundo físico, cuanto sobre todo de la Religión revelada y positiva, especialmente de la católico-romana, que para Guénon sería una Tradición desviada.

EL OCULTISMO, AGENTE PRECURSOR DEL ECUMENISMO: DEL DIÁCONO CONSTANT A TEILHARD DE CHARDIN

 

Ab. Constant, alias Eliphas Levi.


por CHRISTIAN LAGRAVE


Le Sel de la terre n.º 50

Otoño de 2004, pp. 125-146.

 

Este estudio se inscribe dentro de una perspectiva histórica como la expuesta por Jean-Claude Lozac’hmeur en sus dos obras fundamentales. La primera demuestra que la masonería es la forma moderna adoptada por una religión dualista muy antigua, la cual opone a un dios pretendidamente tiránico (el Dios de la Biblia) un dios supuestamente emancipador y amigo de los hombres, simbolizado por la serpiente [1]; la segunda explica cómo los adeptos de este culto ejercen, desde el Renacimiento, a través de organizaciones multiformes y más o menos secretas, una acción continua y profunda cuyo fin es el establecimiento de un Estado totalitario universal bajo la forma de una teocracia colectivista [2].

El éxito de su plan supone que se realicen simultáneamente, por una parte, la disolución de las naciones en provecho de un gobierno mundial, y por otra, la fusión de todas las religiones en una sola, bajo una autoridad espiritual única cuyo carácter luciferino —primero oculto bajo el velo de los símbolos— debe revelarse poco a poco para culminar en el culto público y casi universal del demonio. Este será el reino efímero del Anticristo. Estas dos maniobras de unificación de las naciones y de las religiones están en curso; incluso se hallan bastante avanzadas: la primera es el mundialismo, la segunda el ecumenismo.

Intentaremos mostrar que, en buena parte, el movimiento ecuménico contemporáneo ha sido inspirado por las tesis del esotero-ocultismo, vehiculadas por el “cristianismo romántico”, que fue a su vez fruto del ocultismo del siglo XVIII (como lo demostró la obra clásica de Auguste Viatte, Les Sources occultes du Romantisme); este seudo-cristianismo inspiró el esoterismo de fines del siglo XIX, el cual influyó profundamente en dos de los padres espirituales del Concilio Vaticano II: Marc Sangnier y Teilhard de Chardin.

Nos detendremos particularmente en un personaje clave, que constituye de algún modo el vínculo entre el cristianismo romántico —en el que transcurrió su juventud— y el esoterismo de fin de siglo, al que contribuyó ampliamente a suscitar: el diácono apóstata Alphonse-Louis Constant, conocido como Éliphas Lévi.

 

El esotero-ocultismo

 

Los términos “esoterismo” y “ocultismo”

Según Jean-Pierre Laurant [3], el sustantivo “esoterismo” apareció en 1828, bajo la pluma del historiador de la gnosis Jacques Matter (1791-1864), en su Histoire critique du gnosticisme. Pero el adjetivo “esotérico” había sido utilizado ya en 1742 por un masón, Louis-François de La Tierce, caballero protestante francés, establecido en Inglaterra y luego en Alemania, y autor de Histoire, Obligations et Statuts de la Très Vénérable Confraternité des Francs-Maçons, Fráncfort, 1742; en esta obra, “oponía dos clases de doctrinas: la exotérica, de la cual se podía hablar en público, y la esotérica, reservada al secreto de las logias [4]”. Los masones hicieron rápidamente un gran uso de este neologismo:

El fundador del rito de Memphis, Jacques-Étienne Marconis de Nègre (1795-1868), presentó en L’Hiérophante, développements complets des mystères maçonniques (1839) al conjunto de la masonería como un esoterismo heredero directo de los misterios pitagóricos. Una concepción semejante puede verse en el clásico de F. T. Bègue-Clavel, Histoire pittoresque de la franc-maçonnerie, París, Pagnerre, 1843, al comienzo del cap. I [5].

En cuanto al ocultismo, si la noción probablemente proviene del De occulta philosophia, enciclopedia de magia publicada en 1533 en Alemania por el médico y cabalista Henricus Cornelius Agrippa (1486-1535), el término parece haber aparecido hacia comienzos de la monarquía de Julio, pues figura en 1842 en el Dictionnaire des mots nouveaux de Richard de Radonvilliers; sería adoptado y difundido en 1856 por Alphonse-Louis Constant en su obra Dogme et rituel de la haute magie, firmada con el seudónimo de Éliphas Lévi.

La historia de estos dos términos aparece, pues, íntimamente ligada a la gnosis, a la masonería y a la magia. Pero ¿qué realidades designan?

El esoterismo

El esoterismo pretende fundarse en la existencia de una “Tradición primordial” que habría sido dada a los hombres desde los orígenes bajo una forma velada, de modo que sólo una élite pudiera acceder a ella. El esoterismo propone dar acceso a esas verdades ocultas por medio de una revelación, una “iniciación”, que es como un “despertar”, un segundo nacimiento. El conocimiento que procura es iluminativo e intuitivo; esta iluminación gnóstica por medio del conocimiento produce una especie de éxtasis que imita al de los místicos cristianos. Como lo expresa muy bien el Padre Barbier, el esoterismo postula la existencia de una tradición secreta, la conservación de una enseñanza reservada únicamente a los iniciados, la cual se habría perpetuado desde la antigüedad a través de los siglos; que el mismo Jesucristo la habría recibido y comunicado a algunos de sus discípulos para que fuera guardada con igual cuidado en el seno del cristianismo, y que, desfigurada o traicionada por la Iglesia, habría sido fielmente conservada por las sectas ocultas, cuya cadena ininterrumpida se remontaría a los orígenes mismos del cristianismo.

ADULTIZACIÓN INFANTIL: EL CRIMEN SILENCIOSO CONTRA TUS HIJOS

 

AMADO GILBERT

 



Por Juan Manuel de Prada

 

Aunque reeditado con profusión durante los últimos años, Gilbert Keith Chesterton sigue corriendo el riesgo de ser un escritor malinterpretado. Pues el rescate 'literario' que de él se ha hecho es en gran medida el que conviene a la curiosidad diletante del mundo, que nos presenta a un Chesterton devoto de las formas más juguetonas y paradójicas de la inteligencia, clarividente biógrafo de literatos insignes, rendido admirador de las intrigas detectivescas; y, mientras se exalta a este Chesterton exquisitamente hemipléjico, se nos escamotea al paladín de la ortodoxia, al polemista moral, al refutador incansable de todas las herejías modernas, al divulgador gozosamente empeñado en enseñar el catecismo a los hombres de su generación. A Chesterton no conviene leerlo en 'antologías' que con frecuencia lo desfiguran, sino en las obras íntegras que entregó a la imprenta.

En una época en la que triunfaban el modernismo religioso, el positivismo, el darwinismo y tantas otras filosofías falsas, en volandas siempre de una visión 'progresista' del hombre y de la historia, Chesterton ataca la idea misma de progreso, que con la excusa de elevar al hombre lo impulsa hacia un vacío sin asideros. «Quizá sería injusto –escribió Chesterton– decir que el hombre moderno sólo trata de pensar; o, en otras palabras, que sólo hace un esfuerzo desesperado por pensar. Pero sería cierto decir que el hombre moderno, con frecuencia, sólo ensaya o intenta llegar a una conclusión. En cambio, el hombre medieval creía que no merecía la pena pensar si no podía llegar a una conclusión». ¿No está lanzando Chesterton aquí, en unas pocas líneas, una refutación completa de todo el pensamiento moderno, cuya principal aspiración es arrebatar al hombre todas las certezas y arrojarlo a un mar de dudas? En Chesterton es constante el esfuerzo por mostrar al lector que toda filosofía que carece de tesis es puro diletantismo, o un mero intento de arrojar al hombre hacia el caos. Y también es constante su afán por demostrar que la recuperación de la tradición no es, como pretende el moderno, la vuelta a un pasado de oscurantismo, sino el único modo de aclarar nuestro futuro: «La verdadera objeción a ciertas novedades no es la novedad –escribe–. Se trata de algo que la mayoría de la gente no asocia con la novedad, sino más bien con lo que podría llamarse estrechez. Algo que hace fijarse la mente a una moda hasta olvidarse de que es una moda. Y esa clase de novedad estrecha la mente no sólo por hacerla olvidar el pasado, sino también por hacerla olvidar el futuro».

Chesterton insistió mucho en esta cuestión: para salvarse, al hombre no le bastará con bajarse del tren del progreso, sino que tendrá que darse la vuelta, hasta llegar a la encrucijada donde tomó el camino errado. Esa fortaleza para desandar el camino errado la halló Chesterton en la tradición católica, que le mostró el modo de iluminar el futuro con una luz traída del pasado. Pretender que el pasado sea un páramo de barbarie, como pretende la modernidad, es una falacia semejante a la del hombre «que dijera al amanecer que, si estaba más oscuro cuatro horas antes, tendría que estar todavía más oscuro catorce horas antes», ignorando que esas catorce horas lo devolverían al día anterior, en el que lució un sol radiante. Chesterton sabe que las modas son un aborto y una falsificación de la costumbre; y se enfrenta a las filosofías falsas que triunfaban en su época (versiones medrosas y germinales de las que hoy se han hecho hegemónicas) con la certeza de que los hombres terminarían abjurando de ellas, porque cuando los hombres han hecho cosas realmente dignas han deseado siempre que perduren. Y, para que algo perdure, tiene que afianzar al hombre en la búsqueda de sentido, no arrojarlo al extravío y el desconcierto, como hacen siempre las filosofías falsas, después de embriagarlo con vinos que después le dejan una pésima resaca.

Claro que, para desmontar el trampantojo de las filosofías falsas, Chesterton sabe que los hombres tienen que recuperar antes su capacidad para espantarse de las monstruosidades morales. «La gente sencilla no siente horror por las monstruosidades físicas, así como la gente culta no lo siente por las monstruosidades morales». No habrá restauración del bien, de la verdad, de la belleza, mientras nos siga pastoreando esa 'gente culta' que nos 'liberó' del cristianismo. «Y, al liberarnos del cristianismo –concluye Chesterton–, nos hemos liberado de la libertad. Ahora no podemos volver a un humorismo meramente pagano, pues el nuevo paganismo es cualquier cosa menos humorístico». Tenías toda la razón del mundo, amado Gilbert, y la sigues teniendo.


EL GRAN PROFETA DE LA ADMIRACIÓN

 



Por Bruno Moreno

 

Mis lectores sin duda conocerán bien los libros del genial G.K. Chesterton (y, si no los conocen, no se qué hacen perdiendo el tiempo en este blog en vez de leerle a él). Aparte de esos justamente célebres libros, escribió también muchos poemas, que suelen ser menos conocidos (con excepción del dedicado a la batalla de Lepanto).

Ayer releí una de sus breves poesías juveniles, escrita antes de su conversión al cristianismo, en la que ya se manifiesta una  fascinación por la figura de Jesucristo y por  la fe católica que duraría toda su vida:

En Oriente vivió un hombre hace siglos
y ahora yo no puedo contemplar una oveja o un gorrión,
un lirio, un trigal, un cuervo o una puesta de sol,
una viña o una montaña, sin pensar en él;
si eso no es ser divino, ¿qué es lo que es?

Son versos muy sencillos, pero que muestran, ante todo, la inmensa influencia de Cristo en todos los siglos posteriores. Un agnóstico victoriano, como era entonces Chesterton, entendía inconscientemente el mundo a través de un cristianismo en el que todavía no creía. Es imposible entender los últimos dos milenios (y, en realidad, también los milenios anteriores) sin conocer la fe católica y su poderosísimo influjo en las mentes y los corazones de los hombres.

Jesucristo no es uno más entre los innumerables personajes históricos, sino que verdaderamente partió la historia en dos, porque es su centro. Cosas tan simples y cotidianas como un gorrión, una oveja o una viña quedaron transformadas para siempre por sus palabras, que les dieron un significado eterno. O, mejor dicho, revelaron la capacidad que tienen todas las criaturas de reflejar la gloria de Dios y servir obedientemente a sus designios.

Las ovejas no existen por casualidades evolutivas, sino para que un día Él pudiera hablarnos de una oveja perdida y cada uno de nosotros descubriera, asombrado, que esa oveja lleva su nombre. Un gorrión insignificante, que vemos pero no miramos porque no llama nuestra atención, es, si abrimos bien los ojos, un himno a la divina Providencia, al amor cariñoso y protector que Dios me tiene a mí en concreto. El trigo con el que la humanidad ha hecho pan durante milenios para alimentarse estaba destinado a saciar, milagrosamente, un hambre mucho más profunda que solo el verdadero Pan del cielo puede satisfacer.

En realidad, no hay nada profano, nada “neutral” con respecto a Dios, nada puramente mundano, nada casual. Todas las cosas nos hablan de Él. Todas. La creación entera nos habla constantemente de Dios Padre, de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo. La belleza de las cosas es reflejo de la Belleza de Cristo, su riqueza es signo de la inagotable generosidad divina, la inmensidad del universo no hace más que balbucear la infinitamente más inmensa inmensidad de Dios, el ser de todo lo que existe está apoyado en el mismo ipsum esse subsistens como la oveja perdida en el Buen Pastor y todas las cosas cantan sin cesar un himno de gloria al que las creó.

Chesterton llegó a la fe abriendo los ojos para ver de verdad lo que todos tenemos delante de nuestras narices, pero ya no lo vemos, sea por rutina, ideologías, preocupaciones mundanas o la ceguera de los vicios. Es el gran profeta de la admiración, que gritó al mundo: abrid los ojos como si fuerais niños de nuevo, admiraos de lo que veis y, para vuestra sorpresa, encontraréis que todo os habla de Él.


https://www.infocatolica.com/blog/espadadedoblefilo.php/2510041147-el-gran-profeta-de-la-admirac#more47482

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CHESTERTON SEGÚN GRAMSCI

 



Por Antonio Gramsci

 

Prisión de Turín, 6 de octubre de 1930.

Querida Tania,

Me alegró la visita de Charles. Me dijo que te has recuperado bien, pero me gustaría tener noticias más precisas de su salud. Gracias por todo lo que me has enviado. No me han dado aún los dos libros: la bibliografía fascista y los relatos de Chesterton que leeré con ganas por dos razones. En primer lugar, porque creo que serán tan interesantes como los de la primera serie y también porque voy a tratar de imaginar la impresión que deben de haberte causado. Te confieso que encontraré en esto un placer extremo. Me acuerdo con precisión de tu estado de ánimo al leer la primera serie: tenías una feliz disposición a recibir las impresiones más inmediatas y menos complicadas. Por otra parte, no habías logrado darte cuenta de que Chesterton ha escrito una fina caricatura de las novelas de detectives propiamente dichas. El Padre Brown es un católico que se burla de la manera de pensar mecánica de los protestantes y el libro es esencialmente una apología de la Iglesia romana frente a la Iglesia Anglicana. Sherlock Holmes es el policía protestante que descubre hablando desde el exterior, basándose en la ciencia, en el método experimental, en la inducción. El Padre Brown es el sacerdote católico que, a través de las refinadas experiencias psicológicas suministradas por la confesión y los trabajos de casuística de los sacerdotes, y sin embargo sin olvidar la ciencia y la experiencia, pero basándose sobre todo en la deducción y la introspección, derrota a Sherlock Holmes de forma evidente, haciéndolo aparecer como un niño pequeño pretencioso, mostrando toda su estrechez y mezquindad. Por otra parte, Chesterton es un gran artista, mientras que Conan Doyle era un escritor mediocre, a pesar de que le nombraron baronet por sus méritos literarios; hay en Chesterton una distinción a establecer entre el contenido, la intriga policial y la forma, y también en la materia tratada encontramos una sutil ironía que hace las historias más deliciosas. ¿Qué piensas tú? Recuerdo que leías estas historias como si fueran hechos reales y que las hacías tuyas hasta el punto de expresar tu admiración por el Padre Brown y su maravillosa delicadeza con una ingenuidad que me divertía mucho. No te ofendas por esto, pues en mi placer había un punto de envidia por tu capacidad de recibir impresiones frescas y puras.

Te beso… con cariño.

Antonio.

[Antonio Gramsci. Cartas de la cárcel.]

https://espai-marx.net/?p=3153

CHESTERTON

 



POR JUAN LUIS GALLARDO

19.01.2023

Que yo sepa, el único argentino que vio personalmente a Gilbert K. Chesterton fue el Padre Leonardo Castellani. Ello ocurrió cuando el sacerdote subía por la escalinata central de la Basílica de San Pedro y alguien lo señaló diciendo aproximadamente: ``Ese que va ahí es el escritor más importante del pensamiento católico actual''.­

Delante de Castellani ascendía la escalinata un hombre inmenso, de revuelta melena blanca y bigote hirsuto que iba del brazo de una mujer pequeña, que resultaría ser su esposa .­

Y quien informaba a Castellani no se equivocaba pues, casi con seguridad. Gilbert ha sido el más destacado hombre de letras del pensamiento católico contemporáneo.­

No analizaré aquí su obra literaria, pues hacerlo requeriría contar­ con un espacio muy superior al de una escueta nota periodística. Me reduciré a destacar las formidables aventuras del Padre Brown y su eterno rival, el ladrón francés Flambeau. Aunque, desde luego, la obra de Chesterton incluya materias mucho más serias.­

Chesterton amaba su país, Inglaterra, particularmente bajo sus facetas más populares. Sus personajes suelen ser gente del pueblo inglés, amigos de los refranes y bebedores de cerveza. Como Chesterton. Sublima los paisajes británicos, describiendo atardeceres rojizos, bosques sombríos, estrechas callejuelas.­

Y se lo puede considerar el Emperador de la Paradoja.­

Era amigo y enemigo de Bernard Shaw. Amigo porque mantenía con él una relación cordial. Enemigo porque las ideas de uno y otro discrepaban totalmente.­

Un par de anécdotas para cerrar esta nota. Cuando inició su viaje de luna de miel compró un revólver, por si tenía que defender el honor de su mujer.

Segunda anécdota: Chesterton era muy despistado y frecuentemente, se­ veía precisado a enviar un telegrama a su mujer diciendo: ``Estoy en tal parte. ¿Dónde debería estar?''.

Lo más frecuente era que su mujer le respondiera por la misma vía: No te preocupes, regresa a casa.­

¡Qué no daría para conseguir que el pensamiento católico de nuestros días contara con una figura del calibre de don Gilbert!­

https://www.laprensa.com.ar/525032-Chesterton.note.aspx

 


viernes, 17 de octubre de 2025

GNOSIS Y GNOSTICISMO O POR QUÉ NO PUEDE HABER UNA VERDADERA «GNOSIS CRISTIANA»

 


Por ALAIN PASCAL

Cap. II del libro LA PRÉ-KABBALE. LA GUERRE DES GNOSES. LES ÉSOTÉRISMES CONTRE LA TRADITION CHRÉTIENNE. Éditions des Cimes, 2016.

 

La ambigüedad del término «gnosis»

Un poco de semántica para evitar discusiones inútiles.

La palabra «gnosis» [gnose, en francés] viene del griego «gnosis», conocimiento. La gnosis se define como la ciencia superior de los misterios de la religión.

Su empleo da lugar a numerosas polémicas. En efecto, según ciertos autores, la palabra gnosis debería poder emplearse para todas las religiones, incluido el cristianismo. A la lectura de algunos Padres de la Iglesia, algunos autores llaman una «gnosis cristiana» [1] que estiman conforme a la ortodoxia del cristianismo. Esta «gnosis cristiana» sería interna a la teología (la ciencia de la religión), su conocimiento superior. No tenemos la competencia para decir si tienen razón o no, pero, porque hay un gran «pero», resulta que, desde el siglo I, el término gnosis se convierte casi en el patrimonio exclusivo de los enemigos de la Iglesia. Desde su fundación, la Iglesia debe combatir las doctrinas de los gnósticos, término que designa a la vez a herejes cristianos y a no cristianos. Así, san Pablo reprocha a un judío convertido de Alejandría hacer del cristianismo una gnosis, y en el siglo II, san Ireneo combate a los gnósticos, etc. De este modo, los términos «gnosis» y «gnóstico» quedan desacreditados para un católico tradicionalista.

Desde entonces, nos encontramos frente a un dilema. Podría hablarse de una primera gnosis, interna a la teología cristiana, que, para un cristiano, o incluso un católico de la Tradición [2], sería la «verdadera» gnosis, y una segunda gnosis, la de los gnósticos, que, para un católico siempre, sería la «falsa» gnosis. En este caso se debe afrontar una confusión del vocabulario, fuente inevitable de una confusión del pensamiento. Para algunos, la gnosis seguiría siendo una ciencia interna a la teología cristiana, y quizá tengan razón. Para otros, la gnosis sería por definición la enemiga de la tradición cristiana, y seguramente tienen todavía más razón. Los adversarios de la tradición cristiana son efectivamente los partidarios del gnosticismo, término que designa al conjunto de doctrinas no conformes con el dogma cristiano, es decir, no conformes con los puntos fundamentales de la doctrina cristiana, tal como los define la Iglesia. Los partidarios del gnosticismo pretenden poseer una filosofía secreta y esotérica, que emane o no de Cristo. El término gnosis significa para ellos la filosofía superior que contiene todos los conocimientos sagrados[3].

Para salir de esta confusión del vocabulario, algunos autores han propuesto diferenciar a los gnósticos de los «gnosticistas». El gnóstico calificaría a quien sigue la gnosis interna a la teología cristiana; el gnosticista, a quien sigue la gnosis enemiga de la Iglesia. Solo los gnosticistas serían los adeptos del gnosticismo. Es una excelente idea. Queda, sin embargo, que, a nuestro parecer, la sutil distinción entre gnósticos y gnosticistas tiene el gran inconveniente de perpetuar la confusión. ¿Cómo distinguir en efecto a los gnósticos de los gnosticistas en la historia, cuando, en los textos que jalonan los dos milenios y tratan de la cuestión, tal distinción no existe?

Como la confusión aprovecha a los enemigos de la Iglesia —la utilizan para infiltrar herejías y subvertir las mentes cristianas—, nosotros elegimos reservar la palabra gnosis y la designación de gnósticos a aquellos que combaten la doctrina de la Iglesia. Es una elección que algunos lamentarán, pero que tiene el mérito de la claridad. Incluso si quizá haya una «gnosis cristiana» —término que habíamos empleado en La Traición de los Iniciados, retomándolo de Bossuet — aun cuando pueda haber quizá una injusticia respecto de ciertos teólogos al rechazar una «verdadera» gnosis combatida por una «falsa»—, no hablaremos de gnosticistas, sino, como es de uso corriente, de gnósticos.

Siendo numerosas y variadas las doctrinas gnósticas, nuestro título evoca desde entonces la Guerra de las gnosis contra el dogma de la Iglesia. Nuestro libro pretende trazar las grandes líneas de la guerra —pues se trata de una verdadera guerra declarada por los gnósticos a la Iglesia. En él tomaremos la defensa del dogma cristiano combatido por las gnosis y los gnósticos.

La religión cristiana no es esotérica, sino «exotérica»:

Además de la ventaja de salir de la confusión, nuestra elección de reservar la denominación de gnósticos a los enemigos de la tradición cristiana resulta también de nuestra posición con respecto al esoterismo. Hemos subtitulado La Guerra de las gnosis: Los esoterismos contra la tradición cristiana. Si pretendemos que existe una guerra de los esoterismos contra la tradición cristiana, es indispensable que digamos de antemano por qué no hay un «esoterismo cristiano». Hablar de una gnosis interna a la teología podría en efecto dar a entender que existe un esoterismo cristiano compatible con la ortodoxia, lo cual un defensor de la tradición católica no puede admitir por diversas razones, comenzando por el «exoterismo» de la enseñanza de Cristo. El término exoterismo proviene del lenguaje guenoniano, lo cual desagradará a ciertos tradicionalistas católicos, pero lo empleamos porque nos parece excelente, cualesquiera sean las reservas que un católico pueda tener sobre Guénon. El cristianismo es un exoterismo, diremos incluso el exoterismo por definición, puesto que la Verdad es revelada a todos y no reservada a iniciados. El cristianismo es la Verdad revelada por Jesucristo, Hijo de Dios.

ALGUNAS DEFINICIONES RELATIVAS AL SIMBOLISMO CRISTIANO

 


Por JEAN VAQUIÉ

 

No hay duda de que Dios pone ARMONÍA ENTRE LAS DIVERSAS PARTES DE SUS OBRAS. Y esta armonía Él la pone en el espacio y en el tiempo.

A. En el espacio, Dios ha puesto correspondencias entre la creación espiritual y la creación material (entre lo visible y lo invisible).

Estas correspondencias entre lo ALTO y lo BAJO son reconocidas por los autores cristianos que sacan todas las consecuencias didácticas que ellas contienen.

Estas correspondencias, que están en la naturaleza de las cosas, no escapan a la gente de la "Contra-Iglesia" que las han inscripto en la "Tabla de Esmeralda": "Lo que está abajo es como lo que está arriba".

Así pues, las dos escuelas coinciden en el principio de la armonía universal.

B. En el tiempo, la misma armonía hace que las OBRAS DE DIOS LLAMEN Y SE RECUERDEN. El "Primer Adán" llama al "Segundo". Y el "Segundo" recuerda al "Primero", ya que se proclama "Hijo del Hombre", es decir, "la posteridad de Adán".

En resumen, la creación física es un reflejo del Creador. Y obtenemos un primer conocimiento del Creador al observar su reflejo "simbólico" en las criaturas.

Hasta ahí, las cosas son simples y el buen simbolismo sólo requiere no confundir al Creador con su reflejo.

Sólo que las cosas se complican porque la creación real es PROBATORIA, por lo tanto ALEATORIA. La humanidad libre está destinada a ser juzgada. Ella es puesta a prueba. Cada cosa en la naturaleza es una enseñanza que puede solicitar al hombre, sea a ascender al cielo, sea a descender al infierno.

Cada cosa, por lo tanto, tiene un sentido BENÉFICO y un sentido MALÉFICO. Así es como hay un "león que clama en el desierto", pero también otro "león quaerens quem devoret". El primero es la figura del profeta que anuncia al Mesías, el segundo es la figura del demonio.

La ambivalencia de los símbolos se acentuó con la Caída, que agravó el sentido maléfico de ciertas cosas. Por ejemplo, algunos animales devinieron dañinos e inmundos, simbolizando los vicios.

Esta es la regla general. Ella no sería demasiado difícil de aplicar, si fuera absoluta. Por desgracia, esta regla de la Ambivalencia de los símbolos tiene sus EXCEPCIONES.

LA ÚLTIMA PÁGINA: UNA PELIGROSA CONFUSIÓN

 



Por P. Flavio Mateos

 

Programa de “La última página 305: Francisco García Bazán y la importancia de su obra” [1]. Hacia el minuto 17 aproximadamente, los conductores Diego Ortega y Sebastián Porrini, parecen acusar recibo y se defienden, ante lo que parecería ser una imputación abusiva o injusta hacia ellos de varias personas (incluso de quien esto escribe, según parece). Tal vez sintiéndose incomprendidos (¿!), afirman que se los acusa de “gnósticos”. Tratan entonces de despegarse de tal etiqueta, y hasta Ortega afirma que él elige la que considera “la tradición verdadera, cristiana, católica”, pero aclarando que ésta tiene una gran cantidad de relaciones con las semillas de verdad de otras tradiciones (nos recuerda esto a las famosas “semillas del Verbo”, véase artículo sobre eso en nuestro blog). Luego, aclaran que “García Bazan y otros siguen una línea que no es blanco y negro” y que no es necesario dividir entre “evolianos y guenonianos”. Por supuesto que esa última discusión no nos interesa lo más mínimo: tanto guenonianos como evolianos están en el error.

De inmediato lamentan que también se los acusó por su programa sobre la masonería y se evaden enseguida (más rápido que el famoso Houdini) como si fuera un tema sin ninguna importancia. Y luego salen con el típico latiguillo que suelen repetir los gnósticos y es que “no hay que confundir lo gnóstico con el concepto de gnosis” (al respecto también puede leerse el esclarecedor texto de Alain Pascal en este mismo blog).

Vamos a ir punto por punto. No sabemos qué han dicho otros visitantes del canal de Youtube de “La última página” [2]. Nosotros nos ocupamos de este tema en nuestro libro “Castellani y Lefebvre” y en algún artículo de este blog. Lo que escribimos no es exactamente que Porrini y Ortega “son gnósticos”, sino lo siguiente:

“Allí aparecen como invitados dos exponentes caracterizados del gnosticismo a la criolla: Sebastián Porrini y Diego Ortega”. [3]

Según el Diccionario RAE, “exponente” es el que expone. Como segunda acepción significa prototipo (modelo más representativo de algo). Caracterizado, por otra parte, se define como “distinguido, determinado, característico, acreditado”.

Que ambos profesores dedican mucho espacio a exponer a autores gnósticos, es claro. Que demuestran además simpatía y respeto hacia esos autores y su pensamiento, también. Que se basan en autores gnósticos para fundamentarse, lo mismo (véase La última página 142, por ejemplo). Que no dedican programas a hacer la crítica aguda y certera que esos autores se merecen, también lo es. Por lo tanto, si como dice Ortega él elige la que considera verdadera tradición, la tradición católica, pero expone las ideas y el pensamiento de quienes se oponen a esa tradición católica, ¿dónde está su famosa búsqueda de la verdad? Porque la verdad obliga a juzgar y a definirse, una vez que se la ha encontrado. La verdad y el error no pueden ser compatibles. A no ser que todo sea verdad. De allí que digamos que esta es una peligrosa confusión que confunde a los que no están atentos, o no se esfuerzan por conocer la verdad. En lenguaje de la calle se le diría sanata.

La confusión ya puede verse en las imágenes o retratos que exhiben en su biblioteca: Jesucristo o el Arcángel San Miguel junto a personajes deplorables como los comunistas Frida Kahlo y José Saramago [4], o el gnóstico Pessoa (ver artículo sobre el mismo en este blog).