lunes, 3 de marzo de 2025

EASTWOOD, HITCHCOCK Y EL PERIODISMO TILINGO

 





Por REDUCO

 

Se ha hecho un lugar común en la prensa sistémica, cuando de cine se trata, apalear, denigrar, rebajar, cuanto sea posible, tanto el cine como la persona de Alfred Hitchcock. Tanto es así, que lo hemos reflejado, años ha, en dos artículos titulados “Hitchcock y la irritación de los progresistas I y II” (incluidos en nuestro libro “Lo esencial de Alfred Hitchcock”). No se nos ocurre otra causa para el resentimiento o la actitud mezquina de tales medios masivos de desinformación, sino el catolicismo del más grande director de cine de todos los tiempos. Ya en vida le fue negado una y otra vez el famoso premio “Oscar”...

Volvemos a encontrar ese desdén por el genio del cine en una crítica del diario “Clarín”, cuyo título proclama: “Jurado N°2”: Clint Eastwood pulveriza a Hitchcock en esta película de juicio. https://www.clarin.com/revista-n/jurado-n2-clint-eastwood-pulveriza-hitchcock-pelicula-juicio_0_KilCxMKqc4.html

Según el escriba a sueldo del multimedios de Goldman-Sachs, la película de Clint es tan buena que el cine de Hitchcock queda reducido a polvo: Memento, Alfred, quia pulvis es et in pulverem reverteris.

¿Se trata de una crítica cuaresmal?

El título de la nota –y el contenido- nos despertó la intriga. Y he aquí que, a raíz de un largo viaje en avión (Lisboa-Rio de Janeiro) tuvimos la oportunidad de ver –y, en cuanto nos fue posible, mirar- la película de Eastwood: “Jurado N° 2”. Se nos podrá argüir que la pequeña pantalla de un avión no es lo más apropiado para ver una película, y es cierto, pero lo es también que la película se fundamenta y construye en base a los diálogos, puesto que es una película de juicio que transcurre en gran parte dentro de un tribunal. De allí el rigor del guión y la puesta en escena ceñida a los personajes en un ámbito reducido. No es, por tanto, una película de un gran despliegue visual. Casi se diría que es un “telefilm”.

Bueno, pero, ¿pulveriza o no pulveriza?

Hablemos de la película. Es realmente buena, muy buena. Mucho más si tenemos en cuenta la clase de oferta que solemos encontrar en las butacas de los aviones. Es una película: 1)decente, 2)inteligente, 3)para prestar atención, 4)sin efectos especiales, sin golpes bajos ni escenas de sexo. Todo lo dicho la convierte en una película inusual, más afín al cine clásico, del cual Eastwood (94 años), con sus defectos y todo (pues hizo bastante cine inmoral), viene a ser el último representante.

“Jurado N° 2” es, pues, una buena película menor, modesta, con actores de segundo orden. No le pidamos mucho más.

El planteo de la película es una vuelta de tuerca a “Doce hombres en pugna”, obra clásica en dos versiones cinematográficas, en la cual el protagonista, un miembro del jurado, debe convencer a todos los demás de sus dudas acerca de la culpabilidad de un acusado, al cual todos se ven urgidos a condenar para sacarse de encima el compromiso. En este caso, el que cumple el papel de contradictor, tiene la carga extra de querer hacerlo porque sabe perfectamente que el acusado es inocente. ¿Cómo lo sabe? La víctima, que se cree asesinada, en realidad fue atropellada accidentalmente por él mismo, el “jurado N° 2”, en una noche oscura y tormentosa, habiendo pensado que se trataba de un venado. Pero, y si fue un accidente, ¿por qué no lo confiesa sin vueltas? Porque esa misma noche, mientras el acusado agredía a su novia, él estaba en el mismo bar. Y siendo un ex alcohólico, y pese a que esa noche no probó una gota de alcohol, razonablemente pensó que nadie le creería. Así, sería muy probablemente condenado por atropellar a alguien conduciendo “ebrio”. Cuenta además, este personaje, con la presión extra de tener que zafar pues su joven esposa embarazada está por dar a luz. Como se ve, el argumento tiene todos los condimentos dramáticos para atrapar al espectador, en un dilema moral que acorrala al protagonista.

El problema para Reduco –o sea, un servidor- es el siguiente: si bien el guión ensambla muy bien todos estos conflictos, más otros laterales, es muy difícil identificarse con el protagonista, un joven actor abúlico con bastante poca personalidad, si lo comparamos sobre todo con los protagonistas de aquellas recordadas versiones de “Doce hombres en pugna”, como eran Henry Fonda y Jack Lemmon. Además, hay una sub trama poderosa que a medida que avanza la película cobra mayor protagonismo, y va apagando el interés sobre la suerte del personaje principal: la fiscal es una mujer implacable que está decidida a hacer condenar al acusado para favorecer su ambición política de ser elegida fiscal de distrito. Pero, he allí lo interesante, su situación da un giro en un momento y, en una especie de “conversión”, empieza a buscar en serio la verdad, al descubrir que el acusado -¡y condenado!- es inocente, y que el culpable podría ser en verdad el “jurado N° 2”. Entonces, el protagonismo del “jurado N°2” pierde vigor, al punto que la película llega hacia su resolución final sin haber pasado antes por el clímax, como toda obra clásica narrativa requiere.

En definitiva, la emoción del espectador ha quedado en modo de espera definitivo. El suspenso se apagó porque simplemente no nos identificamos con el protagonista principal. No nos pusimos en su piel. No sufrimos como nuestra su apretura.

Y en esto, claramente, entre tantas cosas, Eastwood al lado de Hitchcock se parece a Zelensky al lado de Trump. ¿Quién pulveriza a quién?

Dice el cronista clarinero: Jurado Nº 2 traza puentes con otras tradiciones: la película de juicio, por un lado, y una visión hitchcockiana del mundo, por el otro. Pero son puentes contrahechos, caminos torcidos que Eastwood desvía hacia otros destinos”. ¿Qué viene a ser la “visión hitchcockiana del mundo”? Respondamos: la puesta en escena de un personaje acusado de un crimen que no cometió, pero que es culpable en otro sentido. Pero eso, ya lo dijimos, deriva de la visión católica de Hitchcock o, en palabras de Gómez Dávila: “Los hombres se dividen en dos bandos: los que creen en el pecado original y los bobos”. El que ha construido “puentes contrahechos” es en verdad Eastwood, v.gr. “Los puentes de Madison”.

¿Qué visión del mundo ofrece aquí Eastwood? La verdad y la justicia deben ir juntas. Esa noción de bien y justicia, objetivas, no nos llevan a pensar más allá. En tiempos de wokismo y de agenda 2030, en tiempos de sionismo, no es poca cosa y no le podemos pedir más.

De nuestra parte, podemos inferir que los juicios por jurados, democráticos, esencia del Sistema “americano”, en cuanto a lo que se nos muestra, lleva al triunfo de la injusticia y la mentira. ¿Habrá querido plantear, Clint Eastwood, algo de eso?

No sabemos. Lo que sí sabemos, es lo que dijo una vez Alfred Hitchcock, cuando lo cuestionaron por realizar una escena humorística en las narices mismas de los próceres norteamericanos, en el Monte Rushmore: “Para mí el cine está antes que la democracia”.  

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