Por REDUCO
Se ha hecho un lugar común en la prensa sistémica,
cuando de cine se trata, apalear, denigrar, rebajar, cuanto sea posible, tanto
el cine como la persona de Alfred Hitchcock. Tanto es así, que lo hemos
reflejado, años ha, en dos artículos titulados “Hitchcock y la irritación de los progresistas I y II” (incluidos en
nuestro libro “Lo esencial de Alfred
Hitchcock”). No se nos ocurre otra causa para el resentimiento o la actitud
mezquina de tales medios masivos de desinformación, sino el catolicismo del más grande director de
cine de todos los tiempos. Ya en vida le fue negado una y otra vez el famoso
premio “Oscar”...
Volvemos a encontrar ese desdén por el genio del cine
en una crítica del diario “Clarín”, cuyo título proclama: “Jurado
N°2”: Clint Eastwood pulveriza a Hitchcock en esta película de juicio. https://www.clarin.com/revista-n/jurado-n2-clint-eastwood-pulveriza-hitchcock-pelicula-juicio_0_KilCxMKqc4.html
Según el escriba a sueldo del multimedios de
Goldman-Sachs, la película de
Clint es tan buena que el cine de Hitchcock queda reducido a polvo: Memento, Alfred, quia pulvis es et in
pulverem reverteris.
¿Se trata de una crítica cuaresmal?
El título de la nota –y el contenido- nos despertó la
intriga. Y he aquí que, a raíz de un largo viaje en avión (Lisboa-Rio de
Janeiro) tuvimos la oportunidad de ver –y, en cuanto nos fue posible, mirar- la
película de Eastwood: “Jurado N° 2”.
Se nos podrá argüir que la pequeña pantalla de un avión no es lo más apropiado
para ver una película, y es cierto, pero lo es también que la película se
fundamenta y construye en base a los diálogos, puesto que es una película de
juicio que transcurre en gran parte dentro de un tribunal. De allí el rigor del
guión y la puesta en escena ceñida a los personajes en un ámbito reducido. No
es, por tanto, una película de un gran despliegue visual. Casi se diría que es
un “telefilm”.
Bueno, pero, ¿pulveriza o no pulveriza?
Hablemos de la película. Es realmente buena, muy
buena. Mucho más si tenemos en cuenta la clase de oferta que solemos encontrar
en las butacas de los aviones. Es una película: 1)decente, 2)inteligente,
3)para prestar atención, 4)sin efectos especiales, sin golpes bajos ni escenas
de sexo. Todo lo dicho la convierte en una película inusual, más afín al cine
clásico, del cual Eastwood (94 años), con sus defectos y todo (pues hizo
bastante cine inmoral), viene a ser el último representante.
“Jurado N° 2” es, pues, una buena película menor, modesta,
con actores de segundo orden. No le pidamos mucho más.
El planteo de la película es una vuelta de tuerca a
“Doce hombres en pugna”, obra clásica en dos versiones cinematográficas, en la
cual el protagonista, un miembro del jurado, debe convencer a todos los demás
de sus dudas acerca de la culpabilidad de un acusado, al cual todos se ven
urgidos a condenar para sacarse de encima el compromiso. En este caso, el que
cumple el papel de contradictor, tiene la carga extra de querer hacerlo porque
sabe perfectamente que el acusado es inocente. ¿Cómo lo sabe? La víctima, que
se cree asesinada, en realidad fue atropellada accidentalmente por él mismo, el
“jurado N° 2”, en una noche oscura y tormentosa, habiendo pensado que se
trataba de un venado. Pero, y si fue un accidente, ¿por qué no lo confiesa sin vueltas?
Porque esa misma noche, mientras el acusado agredía a su novia, él estaba en el
mismo bar. Y siendo un ex alcohólico, y pese a que esa noche no probó una gota
de alcohol, razonablemente pensó que nadie le creería. Así, sería muy
probablemente condenado por atropellar a alguien conduciendo “ebrio”. Cuenta
además, este personaje, con la presión extra de tener que zafar pues su joven
esposa embarazada está por dar a luz. Como se ve, el argumento tiene todos los
condimentos dramáticos para atrapar al espectador, en un dilema moral que
acorrala al protagonista.
El problema para Reduco
–o sea, un servidor- es el siguiente: si bien el guión ensambla muy bien todos
estos conflictos, más otros laterales, es muy difícil identificarse con el
protagonista, un joven actor abúlico con bastante poca personalidad, si lo comparamos
sobre todo con los protagonistas de aquellas recordadas versiones de “Doce
hombres en pugna”, como eran Henry Fonda y Jack Lemmon. Además, hay una sub trama
poderosa que a medida que avanza la película cobra mayor protagonismo, y va
apagando el interés sobre la suerte del personaje principal: la fiscal es una
mujer implacable que está decidida a hacer condenar al acusado para favorecer
su ambición política de ser elegida fiscal de distrito. Pero, he allí lo
interesante, su situación da un giro en un momento y, en una especie de
“conversión”, empieza a buscar en serio la verdad, al descubrir que el acusado -¡y
condenado!- es inocente, y que el culpable podría ser en verdad el “jurado N° 2”.
Entonces, el protagonismo del “jurado N°2” pierde vigor, al punto que la
película llega hacia su resolución final sin haber pasado antes por el clímax,
como toda obra clásica narrativa requiere.
En definitiva, la emoción del espectador ha quedado en
modo de espera definitivo. El
suspenso se apagó porque simplemente no nos identificamos con el protagonista
principal. No nos pusimos en su piel. No sufrimos como nuestra su apretura.
Y en esto, claramente, entre tantas cosas, Eastwood al
lado de Hitchcock se parece a Zelensky al lado de Trump. ¿Quién pulveriza a
quién?
Dice el cronista clarinero: “Jurado
Nº 2 traza puentes con otras
tradiciones: la película de juicio, por un lado, y una visión hitchcockiana del
mundo, por el otro. Pero son
puentes contrahechos, caminos torcidos que Eastwood desvía hacia otros destinos”.
¿Qué viene a ser la “visión hitchcockiana del mundo”? Respondamos: la puesta en
escena de un personaje acusado de un crimen que no cometió, pero que es culpable
en otro sentido. Pero eso, ya lo dijimos, deriva de la visión católica de
Hitchcock o, en palabras de Gómez Dávila: “Los hombres se dividen en dos bandos: los que creen
en el pecado original y los bobos”. El que ha construido “puentes contrahechos” es en
verdad Eastwood, v.gr. “Los puentes de Madison”.
¿Qué visión del mundo ofrece aquí Eastwood? La verdad
y la justicia deben ir juntas. Esa noción de bien y justicia, objetivas, no nos
llevan a pensar más allá. En tiempos de wokismo y de agenda 2030, en tiempos de
sionismo, no es poca cosa y no le podemos pedir más.
De nuestra parte, podemos inferir que los juicios por
jurados, democráticos, esencia del Sistema “americano”, en cuanto a lo que se
nos muestra, lleva al triunfo de la injusticia y la mentira. ¿Habrá querido
plantear, Clint Eastwood, algo de eso?
No sabemos. Lo que sí sabemos, es lo que dijo una vez
Alfred Hitchcock, cuando lo cuestionaron por realizar una escena humorística en
las narices mismas de los próceres norteamericanos, en el Monte Rushmore: “Para mí el cine está antes que la democracia”.
No podemos dejar de suscribirlo.