La profecía para nuestro tiempo que contiene la
elícula El Exorcista.
Hace
5 décadas, en 1973, se estrenó la película El Exorcista, que marcó una época
cinematográfica.
Y
con el transcurso del tiempo, y viendo las cosas que están pasando en el mundo
y en la Iglesia, no podemos dejar de pensar que Dios la pensó proféticamente
para nuestro tiempo.
Un
tiempo en que se ha dejado de creer en Dios y en lo sobrenatural.
Donde
la apostasía ha penetrado en la Iglesia a través de buena parte de los
ordenados.
Y
donde el demonio está más activo que nunca, cambiando la moral de la
civilización y de la Iglesia, y llevándose más gente con él.
Aquí
hablaremos sobre los dos grandes aportes ocultos que la película El Exorcista
está haciendo hoy mismo a nuestro tiempo, permitiéndonos ver los caminos
negativos que hemos emprendido e indicándonos los valores que debemos
recuperar.
La
película El Exorcista se estrenó en 1973.
La
trama trata de un demonio que se instala en una niña de 12 años y se niega a
dejarla ir, desconcertando a los médicos y aterrorizando a la
madre.
Ni
médicos ni pastores protestantes pueden desalojarlo, hasta que finalmente libra
una guerra total contra dos sacerdotes, quienes lo expulsan de la niña.
Se
trata de un caso verídico que fue informado por The Washington Post en 1949,
aunque en realidad el poseído fue un niño de 11 años.
William
Peter Blatty, un estudiante de literatura, tomó esa historia y escribió el
libro El Exorcista.
Él
siempre insistió que su libro era una obra que hablaba sobre la fe.
Y
cuando William Friedkin tomó el libro para dirigir la película homónima, era un
judío secular confeso.
Aunque
cuando le preguntaban de qué trataba realmente la película, su respuesta era
que trataba sobre el misterio de la fe.
Y a
su muerte tenemos a un Friedkin que creía firmemente en las enseñanzas de
Jesús.
El
cine suele ser extrañamente profético.
Tanto
El Exorcista como El Bebé de Rosemary, de 1967, fueron realizadas por
directores que no creían en ningún mal sobrenatural.
Pero
en ambas películas la realidad del diablo se afirma, no como una vaga
construcción psicológica, sino como una entidad diabólica real.
En
ese tiempo en que el mundo estaba cambiando – mayo de París, movimiento hippie,
Concilio Vaticano II -, que Hollywood hiciera un par películas sobre un
artículo de fe como la creencia en la realidad del diablo, fue inesperado, por
decir lo menos.
Proclamó
una verdad eterna, ampliamente descuidada por la Iglesia en ese momento.
En
ambas películas, el plan del maligno está claramente delineado: denigrar,
degradar y, en última instancia destruir a la madre y al niño, presentados en
cada una de las películas.
Y
a partir de ahí la mayoría de las buenas películas de terror que le siguieron,
trataron indirectamente temas de fe, de una manera que pueden llegar a los más
alejados, a los que descreen de Dios y de lo sobrenatural.
A
aquellos que están en las antípodas de los católicos observantes, a los
incrédulos, les plantean la existencia del mal.
Y
les suscitan preguntas: ¿Hay vida después de la muerte? ¿Existe el demonio,
quién es?
En
rigor es un paso gigante respecto a la mayoría de las películas seculares que
evitan la religión y los temas trascendentes, preocupándose por contar
historias solamente sobre sentimientos humanos.
Las
películas de terror sobrenatural, que dólar por dólar constituyen uno de los
géneros más lucrativos de Hollywood, no rehúyen la espiritualidad, sino
que se inclinan hacia ella.
Nos
recuerdan que la ciencia no tiene todas las respuestas.
Que
más allá de lo material acechan verdades mayores, a veces aterradoras.
Y
nos dicen que el mal corrompe y tiene consecuencias.
Pero
tienen mala prensa entre los cristianos.
Porque
es claro que aún las buenas películas de terror sobrenatural tienen
problemas.
Se
podría nombrar una legión de ellos: pueden ser sangrientas, profanas y
sensuales; y tener graves problemas doctrinales.
Pero
conozco a algunas personas que han sido conducidas a la fe, no alejadas de
ella, mediante estas películas aterradoras.
Las
películas de terror existen para asustarnos.
Pero las
buenas películas de terror también nos piden que pensemos en la realidad
sobrenatural.
Y
nos informan de graves peligros que nos acechan.
Por
ejemplo, la niña de El Exorcista quedó poseída demoníacamente por jugar
a la ouija, cosa que desechan los incrédulos, a pesar de la montaña de
evidencias que tienen los exorcistas.
Los
exorcistas llegan a decir que aquellos que responden con curiosidad positiva
mientras usan una tabla ouija son generalmente susceptibles a la influencia
diabólica.
Por
ejemplo, las dos películas La Monja alertan que el demonio se puede disfrazar
con un atuendo que significa el bien y puede ser letal para la vida en la
Tierra.
El
Exorcista del Papa, a pesar de mostrar una lucha más ridícula que lúcida contra
el mal, deja un mensaje sorprendentemente resonante.
Cuando
el demonio le grita a un sacerdote «¡Dios no está aquí!», el sacerdote le
contesta «¡Dios siempre está aquí!».
Y
Nefarious muestra que la posesión es una paciente estimulación de nuestras
debilidades por el demonio, que ofrece tentaciones y lleva a la rendición de la
voluntad del poseído.
Por
otro lado, el segundo aporte que hace la película El Exorcista, es
señalar dos posiciones en pugna dentro de la Iglesia e indicar cual es la
correcta.
En
El Exorcista aparecen dos sacerdotes que caracterizan el drama interno de la
Iglesia hoy.
El
más joven de los dos sacerdotes de la película, el jesuita Damien Karras, es un
cura típico de principios de la década de 1970: un sacerdote que cuestiona lo
que la Iglesia enseña en materia de fe.
También
parece estar en una crisis personal, cuestionando su propia vocación.
Es
agnóstico sobre la existencia del diablo y aún más dudoso sobre si existen
circunstancias que requieran la realización de un exorcismo.
En
cambio, el padre Lankester Merrin, el mayor de los dos sacerdotes, un
franciscano, es un hombre sabio y experimentado, que ha visto el lado oscuro de
la humanidad.
Respetuoso
de la Tradición y las Escrituras.
Sabe
exactamente contra qué, o más precisamente contra quién, ha sido llamado a
luchar.
Por
ejemplo, cuando la madre agnóstica le pregunta al joven padre Karras
sobre la posibilidad de un exorcismo, él le responde “tendría que subirme a una
máquina del tiempo y retroceder al siglo XVI”.
En
cambio, el padre Merrin reconoce exactamente desde el primer momento la
naturaleza del combate.
E
instruye al sacerdote más joven para que se prepare para lo que vendrá,
trayendo vestimentas tradicionales sacerdotales, agua bendita y una copia del
Ritual Romano.
En
este escenario, la película deja claro quién es el sacerdote más
auténtico.
Es
quien cree en lo que la Iglesia siempre ha enseñado sobre la realidad del
diablo.
Y
quien se esfuerza por actuar como sacerdote en la situación que se presenta
ante una familia angustiada.
En
cambio, el público observa cómo el sacerdote más joven se evade y
filosofa.
Es
que en la realidad, 8 años antes del estreno de El Exorcista había
finalizado el Concilio Vaticano II.
Algunos
pensaban que era el comienzo de una nueva primavera dentro de la Iglesia, y
otros, que podría ser la llegada de la noche.
La
confusión en la Iglesia que siguió al Concilio llevó a muchos a no enfatizar la
batalla sobrenatural, enfocándose en la batalla por las cuestiones sociales.
Y
así el diablo fue silenciosamente descartado y puesto a un lado
suavemente para enfatizar un evangelio diferente.
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