“Ante nuestros ojos aparecen en lucha dos tradiciones; lejos de conducir el mismo contenido nocional son antagonistas. La una transmite sin disimulo la religión del verdadero Dios, y es la Tradición apostólica, en la cual la tradición primordial está totalmente incluida. La otra, llamada por los neognósticos Tradición primordial, transmite, bajo un disfraz de luz, la religión tenebrosa que quiere ponerse en el lugar de Dios”. (Jean Vaquié, Ocultismo y fe católica: los principales temas gnósticos).

miércoles, 26 de noviembre de 2025

ANATOMÍA DE UN LIBRO PARA OLVIDAR LO ANTES POSIBLE

 



Por REDUCO

 

Casi llamamos necropsia a este trabajo que nos decidimos a hacer, quizás para justificar el gasto de comprar y leer este libro que nos deja un sabor muy amargo en la boca.

Si uno se propone saber quién era Alfred Hitchcock, deberá ignorar olímpicamente la presente “anatomía del maestro del suspense”, escrita por alguien llamado Edward White cuyos antecedentes mencionables son haber trabajado dos años en la BBC y colaborar en el suplemento literario de The Times.

Muchos años después de la bochornosa biografía de Donald Spoto, ahora tenemos una especie de reedición (un remake) bajo otro nombre, autor y formato. En esencia es lo mismo. Está advertido el lector.

De paso, este autor mismo dice que la biografía de Spoto fue ridiculizada “por algunos de los colaboradores más fieles de Hitchcock por malicioso y fantasioso”. La ventaja que tiene este autor de ahora es que no quedan colaboradores de Hitchcock vivos o si lo están serán demasiado ancianos para ocuparse de ridiculizar a este sucesor de Spoto. Bueno, nosotros vamos a hacerlo. No porque conociéramos a Hitchcock, sino porque conocemos sus películas.

Escribir una biografía, ¿para qué? ¿Qué se propone quien lo hace?

De las vidas de los grandes hombres, los héroes y los santos, podemos sacar enseñanzas de vida, deseos de imitación, y una mayor admiración por la gracia de Dios que obra en nuestro barro.

De la vida de los malvados, podemos entender cómo obra el diablo, y de qué modo esas personalidades han marcado la historia. De cómo las ideas erradas pueden desviar a un hombre del buen camino.

De las vidas de los grandes artistas, que en general no son ejemplares ni imitables, podemos sacar un mayor entendimiento acerca de la obra que llevaron a cabo y legaron al mundo. Y de allí también una mayor valoración y admiración por esa obra.

Por lo tanto, en este último caso, sin una admiración y deseo de mayor comprensión de la obra del artista, la biografía en sí carece de interés, y sólo se trata de un amasijo de anécdotas de chismosos, de destape de miserias físicas escudriñadas con placer morboso, de defectos espulgados con afán psicoanalítico, y de hasta teorías peregrinas que cuestionarían todo lo que hasta ahora se sabía del personaje-víctima en cuestión.

 Este libro reúne esos defectos y al hacerlo no deja de exponer la inepcia porque promete descubrirnos “doce vidas de Alfred Hitchcock” y al final no nos entrega ni una sola.

Para empezar, el subtítulo dice que es una “anatomía del maestro del suspenso”, pero una anatomía es el estudio de las partes del cuerpo, no del alma o la psicología. White se traiciona porque intenta todo el tiempo bucear en las profundas y oscuras motivaciones de la conducta de Hitchcock. Pero, finalmente, como no entiende al autor por su obra, es decir sus películas, no llega a penetrar en el alma de este complejo personaje. Porque White parte de una premisa equivocada: pretende explicar (no decimos entender) el cine de Hitchcock a través de su vida, cuando lo correcto es llegar a entender en cierto modo la vida de Hitchcock a partir de sus películas. Y cuando decimos “la vida” no queremos decir ese conjunto infinito de gestos fútiles de cada día, esas miserias humanas que todos tenemos, sino lo que subyace bajo las apariencias, y que se ha podido plasmar en su obra artística.

Empezamos el libro leyendo la que este autor nos propone como la vida número doce: “El hombre de Dios”. Allí se revela claramente que el escritor no es católico ni entiende el catolicismo, por lo cual no puede entender el catolicismo –virtuoso o negligente- del biografiado. Y por eso no entiende sus películas, lo cual lo ayudaría precisamente para entender al hombre que las hizo. Ejemplo de esto lo tenemos cuando explica la aparición de Grace Kelly en “La ventana indiscreta” como algo “extraterrestre”, apareciendo de la nada en la oscuridad total mientras Jeff duerme. Eso, como ya lo explicamos en uno de nuestros libros, es la imagen de Eva que aparece ante Adán. Y la película, como el cine de Hitchcock, nos habla siempre de la caída, del pecado original. Pero vaya uno a explicarle esto a un periodista inglés ateo deseoso de sacar fama con una biografía de un director famoso.

Según Eduardo Blanco, el colegio jesuita le habría inoculado a Hitchcock “fascinación por la tortura, el dolor físico y el sufrimiento”. Dirá luego que el uso del color por parte de Hitchcock en sus películas, sobre todo en los atuendos de las actrices “rayaba en lo litúrgico”. ¿Explica por qué? No. ¿Cuál sería el sentido litúrgico del gris en Kim Novak de Vértigo, para este autor? No lo sabemos. ¿Y el amarillo de la protagonista de Marnie? Gris y amarillo, por supuesto, no son colores litúrgicos. ¿Y el rosa del vestido de Grace Kelly en Para atrapar al ladrón, sería tal vez en recuerdo del Domingo de laetare?... Sigue así el biógrafo su despiste como al decir que Extraños en un tren “tiene suficientes objetos poseídos como para llenar la Gruta de Lourdes” (¡!). Y no se priva de algún dardo venenoso hacia los sacerdotes. Y de acusar a Hitchcock de cierta severidad jansenista (¡!). Y sobrepasa los límites cuando juzga que la conexión final de Hitchcock con el catolicismo -que el sacerdote que iba a darle misa a su casa ha testimoniado, diciendo que veía caer sus lágrimas cuando comulgaba- tenía que ver “con sus anticuados modales ingleses y con su miedo a la confrontación con una figura de autoridad” (¡!). Cómo habría leído este biógrafo el alma de Hitchcock, no nos lo cuenta…

Blanco parece preocuparse demasiado en escarbar en busca de “lo peor de Hitchcock”, el cual según él era egocéntrico, presumido, mujeriego, sádico, de una masculinidad rígida, profanador de la moral pública, hombre convencional temeroso y supersticioso, quizás engañado por su esposa (¡!). Abundan en este libro los “parece que”, los “aparentemente” y, como ya dijimos, las pesquisas psicoanalíticas para tratar de dar interés a un libro soso como una revista de sala de espera. Su lista de insultos es casi tan abundante como la lista del misericordiador Bergoglio.

El autor muy políticamente correcto dice: “Los dandis gais de Hitchcock [se refiere especialmente a los de La soga, pero no solo a ellos] transmiten una idea limitada, estereotipada y bastante sombría de la vida de los homosexuales. Casi todos ellos están marcados por la psicopatía, la enfermedad mental, la soledad o la miseria [¡Bravo, decimos nosotros, es la realidad!]. Quizá, sin embargo, los usó para reconocer y explorar las ambigüedades de su propia identidad”. Así que el gordo Hitchcock, felizmente casado con una única esposa toda la vida, habría querido explorar su identidad sexualmente ambigua (¡!).

Y a pesar de todo eso que plantea suciamente, al autor, sin embargo, no le queda más remedio que reconocer, en uno de sus capítulos, que Hitchcock era un hombre de familia.

Quizás uno de los pocos aciertos del autor esté en afirmar que “el humor en la obra de Hitchcock podría explicar en cierta medida por qué nunca ganó un Oscar, un premio que casi siempre favorece lo “serio” sobre lo cómico”. En parte sí, pero fundamentalmente porque Hitchcock no era reconocido como “uno de ellos”.

Y también esto es cierto: “La desaprobación y las incesantes bromas hacia aquellos que se creen por encima de su posición son, sin duda, un rasgo del carácter inglés de Hitchcock”.

Se dice en la contratapa del libro:

“Con humor e inteligencia, Edward White relaciona de forma iluminadora las películas de Alfred Hitchcock con distintos momentos de su vida y su temperamento, y analiza la producción cinematográfica completa, desde los primeros trabajos en Inglaterra hasta sus películas más célebres en Hollywood”.

Como hemos visto, ni humor ni inteligencia ni relación iluminadora. Ni siquiera es un libro con “suspenso” o “entretenimiento”.

Sigue diciendo la contraportada: “…cada uno de los doce capítulos del libro revela algo fundamental sobre el hombre que se escondía detrás de este gran icono cultural del siglo XX”.

Lo único que revela el libro es la sandez de su redactor a la hora de abordar la compleja vida de Alfred Hitchcock. De quien no diremos que fue precisamente un modelo, pero al que le cabe una indagación más seria y consustanciada con su obra. El biógrafo no demuestra ni entusiasmo ni conocimiento de su obra. Ergo, su “anatomía del maestro del suspense” fracasa rotundamente.