“Ante nuestros ojos aparecen en lucha dos tradiciones; lejos de conducir el mismo contenido nocional son antagonistas. La una transmite sin disimulo la religión del verdadero Dios, y es la Tradición apostólica, en la cual la tradición primordial está totalmente incluida. La otra, llamada por los neognósticos Tradición primordial, transmite, bajo un disfraz de luz, la religión tenebrosa que quiere ponerse en el lugar de Dios”. (Jean Vaquié, Ocultismo y fe católica: los principales temas gnósticos).

viernes, 17 de octubre de 2025

GNOSIS Y GNOSTICISMO O POR QUÉ NO PUEDE HABER UNA VERDADERA «GNOSIS CRISTIANA»

 


Por ALAIN PASCAL

Cap. II del libro LA PRÉ-KABBALE. LA GUERRE DES GNOSES. LES ÉSOTÉRISMES CONTRE LA TRADITION CHRÉTIENNE. Éditions des Cimes, 2016.

 

La ambigüedad del término «gnosis»

Un poco de semántica para evitar discusiones inútiles.

La palabra «gnosis» [gnose, en francés] viene del griego «gnosis», conocimiento. La gnosis se define como la ciencia superior de los misterios de la religión.

Su empleo da lugar a numerosas polémicas. En efecto, según ciertos autores, la palabra gnosis debería poder emplearse para todas las religiones, incluido el cristianismo. A la lectura de algunos Padres de la Iglesia, algunos autores llaman una «gnosis cristiana» [1] que estiman conforme a la ortodoxia del cristianismo. Esta «gnosis cristiana» sería interna a la teología (la ciencia de la religión), su conocimiento superior. No tenemos la competencia para decir si tienen razón o no, pero, porque hay un gran «pero», resulta que, desde el siglo I, el término gnosis se convierte casi en el patrimonio exclusivo de los enemigos de la Iglesia. Desde su fundación, la Iglesia debe combatir las doctrinas de los gnósticos, término que designa a la vez a herejes cristianos y a no cristianos. Así, san Pablo reprocha a un judío convertido de Alejandría hacer del cristianismo una gnosis, y en el siglo II, san Ireneo combate a los gnósticos, etc. De este modo, los términos «gnosis» y «gnóstico» quedan desacreditados para un católico tradicionalista.

Desde entonces, nos encontramos frente a un dilema. Podría hablarse de una primera gnosis, interna a la teología cristiana, que, para un cristiano, o incluso un católico de la Tradición [2], sería la «verdadera» gnosis, y una segunda gnosis, la de los gnósticos, que, para un católico siempre, sería la «falsa» gnosis. En este caso se debe afrontar una confusión del vocabulario, fuente inevitable de una confusión del pensamiento. Para algunos, la gnosis seguiría siendo una ciencia interna a la teología cristiana, y quizá tengan razón. Para otros, la gnosis sería por definición la enemiga de la tradición cristiana, y seguramente tienen todavía más razón. Los adversarios de la tradición cristiana son efectivamente los partidarios del gnosticismo, término que designa al conjunto de doctrinas no conformes con el dogma cristiano, es decir, no conformes con los puntos fundamentales de la doctrina cristiana, tal como los define la Iglesia. Los partidarios del gnosticismo pretenden poseer una filosofía secreta y esotérica, que emane o no de Cristo. El término gnosis significa para ellos la filosofía superior que contiene todos los conocimientos sagrados[3].

Para salir de esta confusión del vocabulario, algunos autores han propuesto diferenciar a los gnósticos de los «gnosticistas». El gnóstico calificaría a quien sigue la gnosis interna a la teología cristiana; el gnosticista, a quien sigue la gnosis enemiga de la Iglesia. Solo los gnosticistas serían los adeptos del gnosticismo. Es una excelente idea. Queda, sin embargo, que, a nuestro parecer, la sutil distinción entre gnósticos y gnosticistas tiene el gran inconveniente de perpetuar la confusión. ¿Cómo distinguir en efecto a los gnósticos de los gnosticistas en la historia, cuando, en los textos que jalonan los dos milenios y tratan de la cuestión, tal distinción no existe?

Como la confusión aprovecha a los enemigos de la Iglesia —la utilizan para infiltrar herejías y subvertir las mentes cristianas—, nosotros elegimos reservar la palabra gnosis y la designación de gnósticos a aquellos que combaten la doctrina de la Iglesia. Es una elección que algunos lamentarán, pero que tiene el mérito de la claridad. Incluso si quizá haya una «gnosis cristiana» —término que habíamos empleado en La Traición de los Iniciados, retomándolo de Bossuet — aun cuando pueda haber quizá una injusticia respecto de ciertos teólogos al rechazar una «verdadera» gnosis combatida por una «falsa»—, no hablaremos de gnosticistas, sino, como es de uso corriente, de gnósticos.

Siendo numerosas y variadas las doctrinas gnósticas, nuestro título evoca desde entonces la Guerra de las gnosis contra el dogma de la Iglesia. Nuestro libro pretende trazar las grandes líneas de la guerra —pues se trata de una verdadera guerra declarada por los gnósticos a la Iglesia. En él tomaremos la defensa del dogma cristiano combatido por las gnosis y los gnósticos.

La religión cristiana no es esotérica, sino «exotérica»:

Además de la ventaja de salir de la confusión, nuestra elección de reservar la denominación de gnósticos a los enemigos de la tradición cristiana resulta también de nuestra posición con respecto al esoterismo. Hemos subtitulado La Guerra de las gnosis: Los esoterismos contra la tradición cristiana. Si pretendemos que existe una guerra de los esoterismos contra la tradición cristiana, es indispensable que digamos de antemano por qué no hay un «esoterismo cristiano». Hablar de una gnosis interna a la teología podría en efecto dar a entender que existe un esoterismo cristiano compatible con la ortodoxia, lo cual un defensor de la tradición católica no puede admitir por diversas razones, comenzando por el «exoterismo» de la enseñanza de Cristo. El término exoterismo proviene del lenguaje guenoniano, lo cual desagradará a ciertos tradicionalistas católicos, pero lo empleamos porque nos parece excelente, cualesquiera sean las reservas que un católico pueda tener sobre Guénon. El cristianismo es un exoterismo, diremos incluso el exoterismo por definición, puesto que la Verdad es revelada a todos y no reservada a iniciados. El cristianismo es la Verdad revelada por Jesucristo, Hijo de Dios.

Los estantes de las librerías rebosan de libros seudohistóricos que repiten las más grandes inverosimilitudes sobre Jesús —habría varios Jesús, el Cristo sería un esenio [4], los Evangelios se contradecirían, etc.—, pero esas patrañas no tienen más que el único fin de crear un clima propicio a un esoterismo.

La historia de Jesucristo es conocida. Un historiador no cristiano puede poner en duda la naturaleza divina de Jesús, un judío puede decir que Jesús no es el Mesías anunciado por los profetas, pero ningún historiador serio puede dar crédito a habladurías. No hay un «misterio Jesús». Jesucristo vivió, tuvo doce Apóstoles cuyos testimonios son los Evangelios. Los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles tienen un valor histórico incontestable. Están escritos por los Apóstoles, testigos directos de Cristo, o por sus discípulos contemporáneos. Los Evangelistas relatan acontecimientos vividos, iluminándolos bajo diversos aspectos, lo cual es normal para testimonios humanos. Los Evangelios no se contradicen, se completan. Ningún otro texto verificado puede ponerlos en duda. No hay «misterio» en torno a la vida de Jesús y de sus discípulos.

La única polémica posible concierne a la interpretación de los acontecimientos —por ejemplo, saber si los milagros son milagros— y, en lo que nos interesa aquí, a la interpretación de las palabras de Jesucristo. Jesucristo no se expresa como se expresa hoy. Emplea más imágenes, metáforas, parábolas —en gran parte para hacerse comprender por sus contemporáneos—, pero el sentido de su enseñanza no está «oculto». Su lenguaje no es esotérico. Decir lo contrario es confundir simbolismo y esoterismo. El simbolismo no es esoterismo en la medida en que el significado del símbolo es conocido por todos. La Escritura dice que «nada hay oculto». Por supuesto, cada cristiano es más o menos «conocedor». No todos los cristianos hacen estudios de teología o trabajos de exégesis que apunten a interpretar los símbolos, pero todos los cristianos tienen acceso a los textos que contienen «toda» la enseñanza de Cristo. No hay conocimiento oculto en el cristianismo. No hay una enseñanza de Cristo reservada a iniciados. Desde la Revelación, la enseñanza de Cristo se dirige a todos y no contiene ninguna gnosis secreta.

Numerosos historiadores, y no de los más católicos, convienen en que, por su exoterismo, la religión cristiana se distingue de todas las demás religiones. En efecto, las demás religiones mantienen, al lado de la doctrina ofrecida a los fieles, una tradición esotérica, en principio oral, transmitiéndose de iniciado en iniciado. Como lo dice un autor de referencia en la materia, Schuré (p. 20): «Todas las grandes religiones tienen una historia exterior y una historia interior», es decir, una doctrina exterior y una doctrina secreta, «la tradición esotérica o la doctrina de los misterios». Todas, salvo una, la de la Iglesia, que, siempre según Schuré, «limita la revelación al cristianismo».

La Iglesia se niega en efecto a admitir la existencia de una enseñanza esotérica de Cristo. «Los Padres de la Iglesia negaron la existencia de una enseñanza esotérica», dice Eliade (tomo 2, p. 351), quien lo deplora y estima que «esta opinión está contradicha por los hechos». No podemos seguirle, porque todo esoterismo implica la existencia de una tradición secreta transmitida a iniciados por una «sociedad iniciática». A partir del momento en que la Iglesia fundada por los Apóstoles niega la existencia de una tradición secreta, sería necesario, para que hubiera un esoterismo cristiano, que existiera al lado de la Iglesia una sociedad iniciática detentora de una enseñanza secreta, y que esa sociedad hubiera sido fundada por los o por uno de los Apóstoles de Cristo. Pues bien, ningún historiador digno de ese nombre puede pretender demostrar la existencia de tal sociedad. La Iglesia es la detentora de la ortodoxia de la enseñanza de Cristo, porque ella encarna la tradición apostólica. Esta afirmación no es cuestión de «fe», sino que resulta de la ciencia histórica.

Volveremos abundantemente sobre ello, por supuesto, pero estas precisiones —además de que tienen el mérito de la franqueza, lo que no es el caso de todos los autores…— nos parecían indispensables para evitar las críticas a priori de unos y de otros, de los tradicionalistas católicos de los cuales somos parte, como de los otros tradicionalistas de los cuales no somos parte, pero cuyo punto de vista respetamos, exigiendo en justa contrapartida que respeten el nuestro. De lo contrario, que dejen de hablar de tolerancia.

El gnosticismo hereda de la verdadera gnosis, porque la ambigüedad del término gnosis se disipa por la relación de la gnosis con la magia:

Antes de aplicarnos a nosotros mismos la prohibición de vocabulario sobre el término gnosis, evoquemos por última vez lo que podría ser la «gnosis cristiana». Para definirla, citaremos a un cardenal, aunque bastante ecuménico, el cardenal Daniélou, historiador de la Iglesia de los primeros siglos. El cardenal Daniélou escribe (p. 87): «la gnosis significa primero el conocimiento apocalíptico», y el gnosticismo es una «deformación…» de la gnosis apocalíptica». Habría, pues, una filiación entre la apocalíptica y el gnosticismo que —por honestidad y citando a un cardenal— debemos señalar. «Cuando la apocalíptica cristiana estalle en gnosticismo, la falsa gnosis será el conocimiento del mundo preexistente de los eones» (las potencias que emanan de la divinidad), dice aún el cardenal Daniélou. En esta óptica, puesto que, en la teología cristiana, el conocimiento apocalíptico es expresado por san Juan, un católico podría llamar a la tradición joánica la «verdadera» gnosis, y el gnosticismo sería entonces la «falsa» gnosis.

Renunciamos a la distinción de una verdadera y una falsa gnosis para evitar la confusión del vocabulario, pero debemos señalar también otra razón —por honestidad siempre, aun a riesgo de chocar todavía más— a saber que, para un iniciado pagano, sería más bien el cristianismo el que sería la falsa gnosis, detentando el paganismo la verdadera. No nos aventuraremos a contradecir este punto de vista. En efecto, desde el momento en que san Juan ha desvelado a los no iniciados la apocalíptica cristiana, un purista de la tradición puede objetar que la gnosis cristiana sea aún una verdadera gnosis. ¿No ha perdido su carácter esotérico? Es una razón suplementaria para reservar el término gnosis al gnosticismo, es decir, al movimiento que ha combatido la tradición cristiana.

A nuestro parecer, el gnosticismo detenta la verdadera gnosis, porque la gnosis es una supervivencia de la mentalidad antigua. La verdadera gnosis es pagana. Esta palabra griega define el conocimiento superior de los iniciados en la religión de los misterios de la Antigüedad pagana, misterios que se conciben en una metafísica monista. Un iniciado puede alcanzar el conocimiento superior, porque siendo el Ser Uno, el mundo es el cuerpo de la divinidad. La verdadera gnosis es, pues, por definición, esotérica, un conocimiento secreto reservado a iniciados monistas. No puede haber «gnosis cristiana», puesto que el cristianismo respeta el dualismo del Ser, que pone fin al esoterismo y a la gnosis, al no ser ya el Cosmos el cuerpo de Dios.

Otro obstáculo a la existencia de una gnosis cristiana: la relación de la verdadera gnosis con las prácticas mágicas. Pues la gnosis perpetúa la magia de los misterios telúricos. Las ciencias ocultas permiten al iniciado conocer al Ser Uno. Por las ciencias ocultas, y particularmente por la magia, el iniciado alcanza la gnosis. En resumen, siendo la gnosis una supervivencia de la mentalidad antigua monista, y los gnósticos recurriendo a prácticas mágicas, no puede haber ni gnosis cristiana ni esoteristas cristianos.

La guerra de religión de los iniciados:

Cristo realiza una verdadera revolución religiosa.

En primer lugar, Cristo pone fin a la magia de los iniciados. Los reyes magos siguen la Estrella y vienen a adorar al Hijo de Dios quien, poniendo fin a las religiones antiguas, abre la era de la libertad y del conocimiento humano [5]. Si se respeta la metafísica del dualismo del Ser tal como existe en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento juntos), la magia queda abolida. Las creencias mágicas de la Antigüedad dejan paso a la religión antimagia por excelencia: el cristianismo.[6]

En segundo lugar, el cristianismo pone fin a los sacrificios humanos que practicaban las antiguas religiones.[7] Dios sacrifica lo que tiene de más querido, a su Hijo. Por el sacrificio del Hijo, ya no hay judíos ni paganos, sino seres humanos iguales ante Dios, libres de salvarse o condenarse. Cristo derrama su sangre para la Redención de los pecados de la humanidad. Sustituye el Amor entre los hombres a los anatemas del mundo antiguo. Ya no hay griego ni romano, ni amo ni esclavo, ni hombre ni mujer, sino personas humanas reunidas por la Cruz en la paz. La paz cristiana es ofrecida por Cristo en la Cruz. La Cruz une la creación con lo divino en su eje vertical, y los contrarios en su eje horizontal. La enseñanza de Cristo une a Oriente y Occidente, el corazón y la razón, los profetas y los filósofos en una síntesis universal innovadora. Existe una Inteligencia del cristianismo que describiremos en otro lugar, si un solo libro bastara para ello.

¡Y los esoteristas de los antiguos cultos no quieren, pero absolutamente no quieren, la paz cristiana! Es normal. El mundo antiguo recibe mal al cristianismo, porque Cristo abole los cultos antiguos. Es un escándalo para los iniciados que perpetúan las prácticas arcaicas.

No se podría reprochar a los paganos que perpetúen el culto antiguo, puesto que la verdadera gnosis es pagana, pero los judíos deberían rechazar la gnosis como lo hacen los cristianos. La tradición cristiana rechaza la gnosis de la Antigüedad porque el cristianismo respeta la metafísica dualista de la Biblia, y por la misma razón —el dualismo del Ser de la Biblia—, no debería haber gnosis judía ni esoteristas judíos. Sin embargo, es la connivencia de los esoteristas judíos con la gnosis pagana lo que permite la elaboración del gnosticismo. El gnosticismo prolonga el espíritu helenístico del esoterismo judeo-pagano de la cosmopolita Alejandría. En la lógica del sueño de Alejandro y de los cosmopolitas, los gnósticos judeo-paganos se consideran “iluminados” gracias al recurso a la magia, es decir, a la ciencia oculta de los iniciados, que oponen al exoterismo cristiano.

En lo que respecta al judaísmo, esta postura es anómala. Buscaremos entonces las razones fuera de lo religioso. Porque el cristianismo es un “escándalo” en el plano religioso, una religión nueva tanto más detestable cuanto que amenaza también, de manera más prosaica, el poder político de los iniciados de las antiguas religiones. En el mundo antiguo, los iniciados judíos y paganos están, en efecto, cerca del poder político.

Estos motivos religiosos y políticos provocan una verdadera guerra de religión de los iniciados contra Cristo y sus Apóstoles.

Las discusiones sobre la gnosis no son, pues, únicamente de interés intelectual, ya que la lucha de los enemigos de Cristo tiene, ayer como hoy, implicaciones muy concretas. Desde siempre, los enemigos de Cristo persiguen a los cristianos de su Iglesia, y la gnosis es su punto de unión. Ayer fue el gnosticismo, hoy es la gnosis naturalista de los francmasones, razón oculta del mayor genocidio de la historia, el genocidio perpetrado por los comunistas con la complicidad de los socialistas y de sus «colaboradores» francmasones de Occidente. En los Tiempos modernos, el cristianismo de la tradición ha sido erradicado por la violencia —como en los países comunistas—, o por la mentira y la censura —como en Occidente—, a medida del poder de los iniciados (cf. T.I., p. 179). Hoy como ayer, las persecuciones señalan la hostilidad de los iniciados contra la enseñanza «exotérica» y universal de Cristo. Desde siempre, los esoteristas cosmopolitas se han unido para perseguir a los cristianos. Aunque sea contrario al actual conformismo «obligado», se impone una constatación, a saber: que, en las persecuciones de ayer y de hoy, los iniciados judíos son los aliados, e incluso los instigadores, de los iniciados paganos, ¡sin que unos ni otros contemplen arrepentimiento alguno!

 

Notas:

[1] Arnaud Guyot-Jeannin, en su artículo Gnosis y gnosticismo (Libre Journal, n.º 147 del 13 de marzo de 1998). En la línea de Borella, el autor diferencia una “gnosis cristiana” de una “gnosis anticristiana”. Frente a esta tendencia, Étienne Couvert, después de Jean Vaquié, considera toda gnosis como hostil a la fe. Véase su libro La gnose contre la foi, y los artículos publicados en Lecture et Tradition. Sobre nuestra posición, véase nuestro artículo del Libre Journal n.º 277 en anexo.

[2] Nos permitimos esta distinción, puesto que, desde el Concilio Vaticano II, se ha abierto una discusión para saber si el cristianismo conciliar respeta o no la Tradición.

[3] Se puede discutir que la filosofía sea un conocimiento (si es una utopía), a fortiori que sea “sagrada” (puesto que es por definición profana). Siendo las discusiones interminables, nos contentamos aquí con dar las definiciones necesarias para nuestra exposición.

[4] Sobre la incompatibilidad entre cristianismo y esenismo, véase más adelante, y nuestro artículo del Libre Journal n.º 192 en anexo.

[5] El cristianismo abre la era de la Ciencia, porque separa el Ser de Dios del Ser del mundo. El ser humano ya no tiene miedo del conocimiento, puesto que el misterio es extraído de lo existente. Berdiaev lo demostró a comienzos del siglo. Volveremos sobre ello en La Conspiración de los filósofos, pues la impostura de la cultura masónica es tan tenaz que este aspecto del cristianismo es por lo menos poco conocido.

[6] Véase nuestro artículo del Libre Journal n.º 193. Volveremos sobre ello en la obra consagrada a la Inteligencia del cristianismo, como sobre el conjunto de observaciones que no habrían sido explicadas en La Guerra de las gnosis y La Conspiración de los filósofos, exactamente como volvemos sobre observaciones formuladas en La Traición de los Iniciados, pero no desarrolladas para no sobrecargar el texto.

[7] El cristianismo invierte el mecanismo del sacrificio antiguo. Después del sacrificio del Hijo, la violencia es apagada por la condena de los culpables, y no más de víctimas inocentes. Es evidente que el abandono del sacrificio cristiano produce un retorno al sacrificio de inocentes. Tal es la “crisis sacrificial” del mundo moderno descrita por Girard en La Violencia y lo Sagrado.