Por Juan Manuel de Prada
Resulta muy
ilustrativo del grado de confusión (y perversión) que invade la vida política
el fenómeno de la llamada ‘batalla cultural’, promovido desde ámbitos
ideológicos que el progresismo ambiental denomina ‘ultraderechistas’. En
realidad, tal ‘batalla cultural’ es una engañifa completa, pues sus adalides
comparten siempre los presupuestos de sus contrincantes, de tal modo que sólo
logran crear con ellos chirriantes antagonismos, aturdiendo de este modo a sus
adeptos, que creen ingenuamente estar participando de una demogresca cósmica en
la que se dirime el destino de la Humanidad… cuando tan sólo se está dirimiendo
el método de imposición de las ideas que supuestamente combaten. Podría
decirse, incluso, que los promotores de la llamada ‘batalla cultural’
benefician la imposición de esas ideas, pues evitan que se impongan
despóticamente (lo cual siempre dificulta su aceptación social), para imponerse
bajo una apariencia de disputa. De este modo, los promotores de la ‘batalla
cultural’, además de alimentar la demogresca que debilita a los pueblos,
permiten al oponente presentar sus victorias ante su parroquia como conquistas
épicas… a la vez que la parroquia adversa queda retratada como fanática y
desequilibrada.
Y, en algún
modo, efectivamente lo es. Pues existe un desequilibrio flagrante, una penosa
distorsión cognitiva, en quien pretende combatir a quienes considera errados
sosteniendo sus mismos principios, pero pretendiendo que tales principios
tengan consecuencias diversas a las que su propia naturaleza presupone. Si uno
compra un automóvil pero después pretende desplazarse en él por tracción
animal, es natural que se le tilde de rezagado. Si uno acepta el concepto de
libertad negativa y de autonomía del individuo propios del liberalismo pero
después pretende combatir –pongamos por caso–el aborto, todas las medidas que
proponga resultarán inevitablemente extorsiones odiosas que tratan de
constreñir el ‘derecho a decidir’ de la mujer. Y, además, su discurso resultará
siempre desequilibrado y vociferante; pues pretender que las ideas no tengan
sus consecuencias lógicas exige contorsiones del pensamiento que no pueden
expresarse de forma equilibrada. No se puede comprar un automóvil para que tire
de él una mula; no se pueden aceptar los conceptos liberales de libertad, o de
nación, o de tantos otros, y pretender luego evitar las consecuencias que se
derivan de los mismos. Y todo intento de evitarlas será un pataleo frenético
pero a la postre inane; y fortalecedor de las tesis que se pretenden combatir.
A la postre,
todas estas ‘batallas culturales’ que se presentan falazmente como batallas
cósmicas contra el progresismo acaban generando frustración, salvo en los
orates y en los aprovechateguis que han hecho de la creación de chirriantes
antagonismos su medio de vida. A ellos no les importa que los tilden de
‘ultraderechistas’, porque mientras tanto están chupando del bote; y al
progresismo triunfante le interesa sufragar opíparamente a estos
‘ultraderechistas’, a cambio de emplearlos como payasos de las bofetadas.
Además, mientras estos ‘ultraderechistas’ pastorean a los posibles disidentes
con la engañifa de las ‘batallas culturales’, se logra que los disidentes, en
lugar de defender otros presupuestos equilibrados que propongan una visión del
hombre y del mundo verdaderamente alternativa a las ideologías modernas, se
adhieran a los principios que interesan al progresismo y se agoten tratando
ridículamente de evitar sus consecuencias impepinables.
Los
promotores de las ‘batallas culturales’ no son, en fin, sino esbirros
sistémicos encargados de mantener los antagonismos cerriles que favorecen la
demogresca y de impedir que la gente se quite de los ojos la venda que permite
una visión nueva y verdaderamente alternativa, donde la libertad humana se
atenga a la naturaleza de las cosas. Esa visión nueva sólo la brinda el
pensamiento tradicional, que crea un nuevo tipo de hombre equilibrado que
Gustave Thibon comparaba con «una montaña cuyo equilibrio implica la existencia
de dos vertientes. Y esa amplitud de base le permite, como la montaña cuya cima
se pierde audazmente en el cielo, comprometerse a fondo, despreciar las medias
tintas y las precauciones; puede ir muy lejos y muy alto sin peligro para su
base interior; es lo bastante fuerte y rico para ser saludablemente excesivo».
Frente a este equilibrio del hombre tradicional, las ‘batallas culturales’ sólo
generan hombres desequilibrados, tan vociferantes como inanes, que contribuyen
al triunfo de las ideas que aseguran combatir.
Fuente:
https://noticiasholisticas.com.ar/falsos-batalladores-culturales-por-juan-manuel-de-prada/