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“Las
auténticas obras de arte estallan a espaldas de su tiempo, como proyectiles
olvidados en un campo de batalla” (Nicolás Gómez Dávila)
¿Por qué Vértigo, 64 años después de su estreno, sigue dando que hablar? ¿Qué
es lo que hace que esta película, que en su tiempo fue desdeñada por los
críticos e ignorada por los expendedores de premios, continúe fascinando a los
amantes del cine, siga suscitando libros, estudios y ensayos críticos como
ninguna otra obra cinematográfica? ¿Qué es lo que aún tiene para decirnos este
film que ha sido finalmente elegido por los críticos como el mejor de la
historia del cine? Y ¿por qué hablar de una película cuando el orden de
Occidente se cae a pedazos y nos rodea el caos, la violencia y la muerte de la
inteligencia? ¿No es "frívolo" ocuparse de una película, cuando en el
mundo el mal está desatado?
“Asomarse al abismo no es para todos”, dijo el Padre Castellani. El autor –a contracorriente- toma ese riesgo
y comunica sus descubrimientos, sus observaciones y una crítica aguda a partir
de lo que considera la piedra angular de la obra o, si se quiere, de la
catedral hitchcoquiana: el dogma católico del pecado original, y el orden
restaurado a través de una película que es el canto del cisne del barroco, el
triunfo del símbolo sobre la alegoría, y la condena, de un solo golpe, tanto
del idealismo platónico como del subjetivismo cartesiano y del romanticismo.
Vértigo es moderna en cuanto a su originalidad formal, pero es
clásica y tradicional por su formulación filosófica y religiosa. Y permanece
porque, como decía Gómez Dávila, “si queremos que algo dure, hagámoslo bello, no eficaz”.