jueves, 13 de octubre de 2022

De otra editorial

 



Prólogo

 

 

Se me permitirá eludir en la ocasión los rodeos propios de los que suelen valerse los prologuistas para llamar la atención sobre la obra que presentan.

Este libro no necesita escaramuzas, y a la fecha en que acaba de escribirse – mediados del año 2011- reclama ser leído cuanto antes. Agregaría que para un católico argentino, o que resida hoy en nuestra irreconocible patria, tal lectura se torna casi tan ineludible como llevar un equipo de supervivencia en una difícil travesía.

Explicaré por qué.

El autor empieza por encuadrar el tema del periodismo, no en el marco fenomenológico en que suele abordárselo, sino en el más alto y más hondo telón de fondo de la teología católica.

Existe un misterio de iniquidad; existe el demonio; existe el Mal desatado por el mundo, y existe una bandera preternaturalmente ruin, que es divisa de la contienda librada por los protervos.

No puede sorprender entonces que al mismísimo demonio pueda adjudicársele la paternidad del periodismo. Porque él es el responsable final de los cuatro movimientos por los cuales la inteligencia se aparta de la Verdad: el error, la ignorancia, la confusión y la mentira.

Y si alguna especialidad y finalidad poseen hoy los periodistas, ésa no es otra que la conjura sistemática contra la Verdad.

Ver detrás de toda cuestión política una cuestión teológica, es lo propio del sabio, según enseñanza del Marqués de Valdegamas.

Flavio Mateos ha visto esta cuestión teológica con abundancia de razones y solvencia de argumentos. Pero la ha visto no tras un problema subalterno o menor, como quien exagera la nota o padece de cierto aparicionismo célico. Ha visto la cuestión teológica de la infestación demoníaca allí donde veramente existe: en el despliegue infernal de cientos de multimedios, ocupados sistemáticamente en falsearlo todo, en corromperlo todo.

Otros comienzan por indagar los móviles ideológicos de los mass media, los ocultos resortes financieros, las maquinaciones turbias entre poderes combinados. No negamos esta vía de acceso a la funesta cuestión. Bien necesaria es. 

Pero lo primero es lo primero, si cabe la redundancia. Y lo primero es saber que ultrajar la Verdad es ofender a Dios, y que sólo hay un Maldito que puede estar interesado en tan nefasta medida.

Hasta La Fontaine, que tenía lo suyo, en su Lettre a M. Simon de Troyes, del año 1686, dejó dicho que “todo periodista es tributario del Maligno”. Por algo habrá sido. Y ese “algo” lo sabe luminosamente nuestro autor que ha acumulado pruebas de los efectos causados por esta presencia luciferina tras los medios.

Léase con particular detenimiento, entonces, el apartado dedicado especialmente a estos efectos causados. Allí verán los escépticos, y hasta los relativistas, que tamaños frutos de envilecimiento del alma humana no pueden ser la simple consecuencia de un grupúsculo de escribas o de parlanchines. Hay otro Innombrable que inspira la tragedia.

Por lo tanto, la recurrencia del autor a la teología no debe ser objetada. Porque no es explicar el chaparrón de hoy por el diluvio de los tiempos de Noé. Es inteligir la plena dimensión de la mentira buscando a su progenitor. Así de simple y de trágico.

Pero no todo es legítimo y prioritario discurrir sobre teología en estas páginas.

Encuentro un segundo motivo para leerlas con fruición.

El autor se ha tomado el trabajo ingente y notable de desenmascarar lo que todos sabíamos, pero sin demasiadas pruebas documentales; esto es, la existencia de una red nefastísima de “los dueños de la prensa en la Argentina”.

Dicha red –y he de subrayar lo que digo- está compuesta tanto por el Gobierno como por sus supuestos opositores; tanto por el oficialismo como por sus conjeturales adversarios; tanto por el ominoso poder político triunfante como por aquellos a quienes ese mismo poder zahiere sin tregua por juzgarlos sus rivales.

No hay tal reyerta. Viene a probar este libro la aterradora unidad de los hipotéticos “contrarios”. Unidad en la mentira, en la fealdad y en la maldad; esto es, en la negación de los trascendentales del Ser, de los nombres de Dios. Unidad de Pilatos y Herodes a la hora de sentenciar a Cristo. Unidad en el servicio a la Modernidad y a la Revolución. Como las ranas del Apocalipsis, croan juntas sirviendo a la Bestia, aunque no parezcan la una exactamente igual a la otra.

Los dueños de la prensa tienen sus confrontaciones, es cierto. Confrontan plata, dominio, influencia, posturas, criterios, lo que se quiera. Jamás se los verá disputar por lo esencial, porque en lo esencial coinciden: odian a Dios, a la Patria y al Hogar. Y a todo aquello que de estas filiaciones trascendentes se sigue. La Iglesia, la Tradición o el Orden Natural. Como las caras manoseadas de un mismo dado arrojado por un solo tahúr en la mesa del delito.

Lea y estudie el lector estas páginas. Úselas de index y conjugue con ellas los verbos más prohibidos de la historia contemporánea: censurar, discriminar y reprimir.

Censure a estos “dueños”. Que no entren en su entorno. Discrimínelos: sepa que unos son peores que otros. Reprímalos; esto es, no los consuma ni los promueva. Ejerza el nobilísimo derecho a no ser políticamente correcto. Sufrirá merma la democracia, mas por eso mismo, usted se arrimará otro tranco a la conquista de la Vida Eterna.

Hay un tercer motivo de encomio.

No sabemos cómo ni cuándo, pero es evidente que Flavio Mateos ha leído absolutamente todo lo que críticamente se ha escrito sobre el periodismo. Todo en el tiempo, en el espacio, en el ayer y en el hoy, y en las lenguas humanamente audibles. Su exhaustividad lectora en la materia hace acordar a la de Marcelino Menéndez y Pelayo.

Leyó atentamente. Marcó, subrayó, escogió. Y nos hace el regalo de una poderosa antología, única en su género.

Cuantos han tenido algo entitativo que decir sobre las amenazas del periodismo, aquí están registrados. Pontífices, santos, ensayistas, escritores, poetas, profetas. Una larguísima nómina de juicios sensatos, para que el lector pueda rumiar y meditar largamente y arribar a conclusiones propias. Confieso que no he visto antología semejante.

Objetarán algunos que queda afuera de la consideración de esta obra la acción tenaz y esclarecedora de los buenos periodistas.

Si se escribe el libro negro de una profesión, oficio o sistema, es fácil deducir que se está queriendo alertar sobre sus peligros. Las excepciones confirman la regla. Y Flavio Mateos no desconoce estas excepciones, puesto que a muchas de ellas menciona. A él mismo, por otra parte, lo hemos sorprendido en más de una ocasión, haciendo las veces de articulista, cronista o reportero. Y está muy bien que así sea.

Porque Ramiro de Maeztu distinguía entre periodistas y además periodistas. Los segundos eran personas decentes y sensatas, que vivían limpiamente su vida, pero que, en determinadas circunstancias, se valían de los modos periodísticos para difundir la Verdad. Los primeros en cambio, consagran sus esfuerzos a la entronización de la falsía, y cuanto más lo logran, más se encumbran en su oficio y en su patrimonio.

Acierto grande es que este esforzado ensayo se llame “El libro negro del periodismo”.

Acierto de la inteligencia dilucidadora. Y acierto del coraje, que no se amilana, a pesar de que los aquí justísimamente atacados son poderosos y podrán, si lo quieren, caerle con todo el peso de sus torvas presiones.

Para lo que pueda servirle al autor, si tales sacudidas sobrevienen, que sepa que nos tiene de su lado.

Y si sobrevienen los encomios, en buena hora hayamos podido contarnos entre los primeros que públicamente se los reconocimos.

Leímos alguna vez que Hegel repudiaba a ese hombre moderno, cuya plegaria matutina es la lectura del periódico.

El autor prefiere rezar el Credo. Amén.

 

Antonio Caponnetto