Prólogo
Se me
permitirá eludir en la ocasión los rodeos propios de los que suelen valerse los
prologuistas para llamar la atención sobre la obra que presentan.
Este
libro no necesita escaramuzas, y a la fecha en que acaba de escribirse –
mediados del año 2011- reclama ser leído cuanto antes. Agregaría que para un
católico argentino, o que resida hoy en nuestra irreconocible patria, tal
lectura se torna casi tan ineludible como llevar un equipo de supervivencia en
una difícil travesía.
Explicaré
por qué.
El autor
empieza por encuadrar el tema del periodismo, no en el marco fenomenológico en
que suele abordárselo, sino en el más alto y más hondo telón de fondo de la
teología católica.
Existe un
misterio de iniquidad; existe el demonio; existe el Mal desatado por el mundo,
y existe una bandera preternaturalmente ruin, que es divisa de la contienda
librada por los protervos.
No puede
sorprender entonces que al mismísimo demonio pueda adjudicársele la paternidad
del periodismo. Porque él es el responsable final de los cuatro movimientos por
los cuales la inteligencia se aparta de la Verdad: el error, la ignorancia, la
confusión y la mentira.
Y si
alguna especialidad y finalidad poseen hoy los periodistas, ésa no es otra que
la conjura sistemática contra la Verdad.
Ver
detrás de toda cuestión política una cuestión teológica, es lo propio del
sabio, según enseñanza del Marqués de Valdegamas.
Flavio
Mateos ha visto esta cuestión teológica con abundancia de razones y solvencia
de argumentos. Pero la ha visto no tras un problema subalterno o menor, como
quien exagera la nota o padece de cierto aparicionismo célico. Ha visto la
cuestión teológica de la infestación demoníaca allí donde veramente existe: en
el despliegue infernal de cientos de multimedios, ocupados sistemáticamente en
falsearlo todo, en corromperlo todo.
Otros
comienzan por indagar los móviles ideológicos de los mass media, los ocultos
resortes financieros, las maquinaciones turbias entre poderes combinados. No
negamos esta vía de acceso a la funesta cuestión. Bien necesaria es.
Pero lo
primero es lo primero, si cabe la redundancia. Y lo primero es saber que
ultrajar la Verdad es ofender a Dios, y que sólo hay un Maldito que puede estar
interesado en tan nefasta medida.
Hasta La
Fontaine, que tenía lo suyo, en su Lettre a M. Simon de Troyes, del año 1686,
dejó dicho que “todo periodista es tributario del Maligno”. Por algo habrá
sido. Y ese “algo” lo sabe luminosamente nuestro autor que ha acumulado pruebas
de los efectos causados por esta presencia luciferina tras los medios.
Léase con
particular detenimiento, entonces, el apartado dedicado especialmente a estos
efectos causados. Allí verán los escépticos, y hasta los relativistas, que
tamaños frutos de envilecimiento del alma humana no pueden ser la simple
consecuencia de un grupúsculo de escribas o de parlanchines. Hay otro
Innombrable que inspira la tragedia.
Por lo
tanto, la recurrencia del autor a la teología no debe ser objetada. Porque no
es explicar el chaparrón de hoy por el diluvio de los tiempos de Noé. Es
inteligir la plena dimensión de la mentira buscando a su progenitor. Así de
simple y de trágico.
Pero no
todo es legítimo y prioritario discurrir sobre teología en estas páginas.
Encuentro
un segundo motivo para leerlas con fruición.
El autor
se ha tomado el trabajo ingente y notable de desenmascarar lo que todos
sabíamos, pero sin demasiadas pruebas documentales; esto es, la existencia de
una red nefastísima de “los dueños de la prensa en la Argentina”.
Dicha red
–y he de subrayar lo que digo- está compuesta tanto por el Gobierno como por
sus supuestos opositores; tanto por el oficialismo como por sus conjeturales
adversarios; tanto por el ominoso poder político triunfante como por aquellos a
quienes ese mismo poder zahiere sin tregua por juzgarlos sus rivales.
No hay
tal reyerta. Viene a probar este libro la aterradora unidad de los hipotéticos
“contrarios”. Unidad en la mentira, en la fealdad y en la maldad; esto es, en
la negación de los trascendentales del Ser, de los nombres de Dios. Unidad de
Pilatos y Herodes a la hora de sentenciar a Cristo. Unidad en el servicio a la
Modernidad y a la Revolución. Como las ranas del Apocalipsis, croan juntas
sirviendo a la Bestia, aunque no parezcan la una exactamente igual a la otra.
Los
dueños de la prensa tienen sus confrontaciones, es cierto. Confrontan plata,
dominio, influencia, posturas, criterios, lo que se quiera. Jamás se los verá
disputar por lo esencial, porque en lo esencial coinciden: odian a Dios, a la
Patria y al Hogar. Y a todo aquello que de estas filiaciones trascendentes se
sigue. La Iglesia, la Tradición o el Orden Natural. Como las caras manoseadas
de un mismo dado arrojado por un solo tahúr en la mesa del delito.
Lea y
estudie el lector estas páginas. Úselas de index y conjugue con ellas los
verbos más prohibidos de la historia contemporánea: censurar, discriminar y
reprimir.
Censure a
estos “dueños”. Que no entren en su entorno. Discrimínelos: sepa que unos son
peores que otros. Reprímalos; esto es, no los consuma ni los promueva. Ejerza
el nobilísimo derecho a no ser políticamente correcto. Sufrirá merma la
democracia, mas por eso mismo, usted se arrimará otro tranco a la conquista de
la Vida Eterna.
Hay un
tercer motivo de encomio.
No
sabemos cómo ni cuándo, pero es evidente que Flavio Mateos ha leído
absolutamente todo lo que críticamente se ha escrito sobre el periodismo. Todo
en el tiempo, en el espacio, en el ayer y en el hoy, y en las lenguas
humanamente audibles. Su exhaustividad lectora en la materia hace acordar a la de
Marcelino Menéndez y Pelayo.
Leyó
atentamente. Marcó, subrayó, escogió. Y nos hace el regalo de una poderosa
antología, única en su género.
Cuantos
han tenido algo entitativo que decir sobre las amenazas del periodismo, aquí
están registrados. Pontífices, santos, ensayistas, escritores, poetas,
profetas. Una larguísima nómina de juicios sensatos, para que el lector pueda
rumiar y meditar largamente y arribar a conclusiones propias. Confieso que no
he visto antología semejante.
Objetarán
algunos que queda afuera de la consideración de esta obra la acción tenaz y
esclarecedora de los buenos periodistas.
Si se
escribe el libro negro de una profesión, oficio o sistema, es fácil deducir que
se está queriendo alertar sobre sus peligros. Las excepciones confirman la
regla. Y Flavio Mateos no desconoce estas excepciones, puesto que a muchas de
ellas menciona. A él mismo, por otra parte, lo hemos sorprendido en más de una
ocasión, haciendo las veces de articulista, cronista o reportero. Y está muy
bien que así sea.
Porque
Ramiro de Maeztu distinguía entre periodistas y además periodistas. Los
segundos eran personas decentes y sensatas, que vivían limpiamente su vida,
pero que, en determinadas circunstancias, se valían de los modos periodísticos
para difundir la Verdad. Los primeros en cambio, consagran sus esfuerzos a la
entronización de la falsía, y cuanto más lo logran, más se encumbran en su
oficio y en su patrimonio.
Acierto
grande es que este esforzado ensayo se llame “El libro negro del periodismo”.
Acierto
de la inteligencia dilucidadora. Y acierto del coraje, que no se amilana, a
pesar de que los aquí justísimamente atacados son poderosos y podrán, si lo
quieren, caerle con todo el peso de sus torvas presiones.
Para lo
que pueda servirle al autor, si tales sacudidas sobrevienen, que sepa que nos
tiene de su lado.
Y si
sobrevienen los encomios, en buena hora hayamos podido contarnos entre los
primeros que públicamente se los reconocimos.
Leímos
alguna vez que Hegel repudiaba a ese hombre moderno, cuya plegaria matutina es
la lectura del periódico.
El autor
prefiere rezar el Credo. Amén.
Antonio Caponnetto