Por Bruno Moreno
Mis lectores sin duda
conocerán bien los libros del genial G.K. Chesterton (y, si no
los conocen, no se qué hacen perdiendo el tiempo en este blog en vez de leerle
a él). Aparte de esos justamente célebres libros, escribió también muchos
poemas, que suelen ser menos conocidos (con excepción del dedicado a la batalla
de Lepanto).
Ayer releí una
de sus breves poesías juveniles, escrita antes de su conversión al cristianismo,
en la que ya se manifiesta una fascinación por la figura de Jesucristo y
por la fe católica que duraría toda su vida:
En
Oriente vivió un hombre hace siglos
y ahora yo no puedo contemplar una oveja o un gorrión,
un lirio, un trigal, un cuervo o una puesta de sol,
una viña o una montaña, sin pensar en él;
si eso no es ser divino, ¿qué es lo que es?
Son versos muy
sencillos, pero que muestran, ante todo, la inmensa influencia de
Cristo en todos los siglos posteriores. Un agnóstico victoriano, como era
entonces Chesterton, entendía inconscientemente el mundo a través de un
cristianismo en el que todavía no creía. Es imposible entender los últimos dos
milenios (y, en realidad, también los milenios anteriores) sin conocer la fe
católica y su poderosísimo influjo en las mentes y los corazones de los
hombres.
Jesucristo no es uno más
entre los innumerables personajes históricos, sino que verdaderamente partió
la historia en dos, porque es su centro. Cosas tan simples y cotidianas
como un gorrión, una oveja o una viña quedaron transformadas para siempre por
sus palabras, que les dieron un significado eterno. O, mejor dicho, revelaron
la capacidad que tienen todas las criaturas de reflejar la gloria de Dios y
servir obedientemente a sus designios.
Las ovejas no
existen por casualidades evolutivas, sino para que un día Él pudiera hablarnos
de una oveja perdida y cada uno de nosotros descubriera, asombrado, que esa
oveja lleva su nombre. Un gorrión insignificante, que vemos
pero no miramos porque no llama nuestra atención, es, si abrimos bien los ojos,
un himno a la divina Providencia, al amor cariñoso y protector que Dios me
tiene a mí en concreto. El trigo con el que la humanidad ha
hecho pan durante milenios para alimentarse estaba destinado a saciar,
milagrosamente, un hambre mucho más profunda que solo el verdadero Pan del
cielo puede satisfacer.
En realidad, no hay nada
profano, nada “neutral” con respecto a Dios, nada puramente mundano, nada
casual. Todas las cosas nos hablan de Él. Todas. La creación entera
nos habla constantemente de Dios Padre, de su Hijo Jesucristo y del Espíritu
Santo. La belleza de las cosas es reflejo de la Belleza de Cristo, su riqueza
es signo de la inagotable generosidad divina, la inmensidad del universo no
hace más que balbucear la infinitamente más inmensa inmensidad de Dios, el ser
de todo lo que existe está apoyado en el mismo ipsum esse subsistens como
la oveja perdida en el Buen Pastor y todas las cosas cantan sin cesar un himno
de gloria al que las creó.
Chesterton llegó a la fe
abriendo los ojos para ver de verdad lo que todos tenemos delante de nuestras
narices, pero ya no lo vemos, sea por rutina, ideologías, preocupaciones
mundanas o la ceguera de los vicios. Es el gran profeta de la
admiración, que gritó al mundo: abrid los ojos como si fuerais niños de
nuevo, admiraos de lo que veis y, para vuestra sorpresa, encontraréis que todo
os habla de Él.