“Ante nuestros ojos aparecen en lucha dos tradiciones; lejos de conducir el mismo contenido nocional son antagonistas. La una transmite sin disimulo la religión del verdadero Dios, y es la Tradición apostólica, en la cual la tradición primordial está totalmente incluida. La otra, llamada por los neognósticos Tradición primordial, transmite, bajo un disfraz de luz, la religión tenebrosa que quiere ponerse en el lugar de Dios”. (Jean Vaquié, Ocultismo y fe católica: los principales temas gnósticos).

miércoles, 22 de octubre de 2025

EL GRAN PROFETA DE LA ADMIRACIÓN

 



Por Bruno Moreno

 

Mis lectores sin duda conocerán bien los libros del genial G.K. Chesterton (y, si no los conocen, no se qué hacen perdiendo el tiempo en este blog en vez de leerle a él). Aparte de esos justamente célebres libros, escribió también muchos poemas, que suelen ser menos conocidos (con excepción del dedicado a la batalla de Lepanto).

Ayer releí una de sus breves poesías juveniles, escrita antes de su conversión al cristianismo, en la que ya se manifiesta una  fascinación por la figura de Jesucristo y por  la fe católica que duraría toda su vida:

En Oriente vivió un hombre hace siglos
y ahora yo no puedo contemplar una oveja o un gorrión,
un lirio, un trigal, un cuervo o una puesta de sol,
una viña o una montaña, sin pensar en él;
si eso no es ser divino, ¿qué es lo que es?

Son versos muy sencillos, pero que muestran, ante todo, la inmensa influencia de Cristo en todos los siglos posteriores. Un agnóstico victoriano, como era entonces Chesterton, entendía inconscientemente el mundo a través de un cristianismo en el que todavía no creía. Es imposible entender los últimos dos milenios (y, en realidad, también los milenios anteriores) sin conocer la fe católica y su poderosísimo influjo en las mentes y los corazones de los hombres.

Jesucristo no es uno más entre los innumerables personajes históricos, sino que verdaderamente partió la historia en dos, porque es su centro. Cosas tan simples y cotidianas como un gorrión, una oveja o una viña quedaron transformadas para siempre por sus palabras, que les dieron un significado eterno. O, mejor dicho, revelaron la capacidad que tienen todas las criaturas de reflejar la gloria de Dios y servir obedientemente a sus designios.

Las ovejas no existen por casualidades evolutivas, sino para que un día Él pudiera hablarnos de una oveja perdida y cada uno de nosotros descubriera, asombrado, que esa oveja lleva su nombre. Un gorrión insignificante, que vemos pero no miramos porque no llama nuestra atención, es, si abrimos bien los ojos, un himno a la divina Providencia, al amor cariñoso y protector que Dios me tiene a mí en concreto. El trigo con el que la humanidad ha hecho pan durante milenios para alimentarse estaba destinado a saciar, milagrosamente, un hambre mucho más profunda que solo el verdadero Pan del cielo puede satisfacer.

En realidad, no hay nada profano, nada “neutral” con respecto a Dios, nada puramente mundano, nada casual. Todas las cosas nos hablan de Él. Todas. La creación entera nos habla constantemente de Dios Padre, de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo. La belleza de las cosas es reflejo de la Belleza de Cristo, su riqueza es signo de la inagotable generosidad divina, la inmensidad del universo no hace más que balbucear la infinitamente más inmensa inmensidad de Dios, el ser de todo lo que existe está apoyado en el mismo ipsum esse subsistens como la oveja perdida en el Buen Pastor y todas las cosas cantan sin cesar un himno de gloria al que las creó.

Chesterton llegó a la fe abriendo los ojos para ver de verdad lo que todos tenemos delante de nuestras narices, pero ya no lo vemos, sea por rutina, ideologías, preocupaciones mundanas o la ceguera de los vicios. Es el gran profeta de la admiración, que gritó al mundo: abrid los ojos como si fuerais niños de nuevo, admiraos de lo que veis y, para vuestra sorpresa, encontraréis que todo os habla de Él.


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