“Ante nuestros ojos aparecen en lucha dos tradiciones; lejos de conducir el mismo contenido nocional son antagonistas. La una transmite sin disimulo la religión del verdadero Dios, y es la Tradición apostólica, en la cual la tradición primordial está totalmente incluida. La otra, llamada por los neognósticos Tradición primordial, transmite, bajo un disfraz de luz, la religión tenebrosa que quiere ponerse en el lugar de Dios”. (Jean Vaquié, Ocultismo y fe católica: los principales temas gnósticos).

miércoles, 22 de octubre de 2025

AMADO GILBERT

 



Por Juan Manuel de Prada

 

Aunque reeditado con profusión durante los últimos años, Gilbert Keith Chesterton sigue corriendo el riesgo de ser un escritor malinterpretado. Pues el rescate 'literario' que de él se ha hecho es en gran medida el que conviene a la curiosidad diletante del mundo, que nos presenta a un Chesterton devoto de las formas más juguetonas y paradójicas de la inteligencia, clarividente biógrafo de literatos insignes, rendido admirador de las intrigas detectivescas; y, mientras se exalta a este Chesterton exquisitamente hemipléjico, se nos escamotea al paladín de la ortodoxia, al polemista moral, al refutador incansable de todas las herejías modernas, al divulgador gozosamente empeñado en enseñar el catecismo a los hombres de su generación. A Chesterton no conviene leerlo en 'antologías' que con frecuencia lo desfiguran, sino en las obras íntegras que entregó a la imprenta.

En una época en la que triunfaban el modernismo religioso, el positivismo, el darwinismo y tantas otras filosofías falsas, en volandas siempre de una visión 'progresista' del hombre y de la historia, Chesterton ataca la idea misma de progreso, que con la excusa de elevar al hombre lo impulsa hacia un vacío sin asideros. «Quizá sería injusto –escribió Chesterton– decir que el hombre moderno sólo trata de pensar; o, en otras palabras, que sólo hace un esfuerzo desesperado por pensar. Pero sería cierto decir que el hombre moderno, con frecuencia, sólo ensaya o intenta llegar a una conclusión. En cambio, el hombre medieval creía que no merecía la pena pensar si no podía llegar a una conclusión». ¿No está lanzando Chesterton aquí, en unas pocas líneas, una refutación completa de todo el pensamiento moderno, cuya principal aspiración es arrebatar al hombre todas las certezas y arrojarlo a un mar de dudas? En Chesterton es constante el esfuerzo por mostrar al lector que toda filosofía que carece de tesis es puro diletantismo, o un mero intento de arrojar al hombre hacia el caos. Y también es constante su afán por demostrar que la recuperación de la tradición no es, como pretende el moderno, la vuelta a un pasado de oscurantismo, sino el único modo de aclarar nuestro futuro: «La verdadera objeción a ciertas novedades no es la novedad –escribe–. Se trata de algo que la mayoría de la gente no asocia con la novedad, sino más bien con lo que podría llamarse estrechez. Algo que hace fijarse la mente a una moda hasta olvidarse de que es una moda. Y esa clase de novedad estrecha la mente no sólo por hacerla olvidar el pasado, sino también por hacerla olvidar el futuro».

Chesterton insistió mucho en esta cuestión: para salvarse, al hombre no le bastará con bajarse del tren del progreso, sino que tendrá que darse la vuelta, hasta llegar a la encrucijada donde tomó el camino errado. Esa fortaleza para desandar el camino errado la halló Chesterton en la tradición católica, que le mostró el modo de iluminar el futuro con una luz traída del pasado. Pretender que el pasado sea un páramo de barbarie, como pretende la modernidad, es una falacia semejante a la del hombre «que dijera al amanecer que, si estaba más oscuro cuatro horas antes, tendría que estar todavía más oscuro catorce horas antes», ignorando que esas catorce horas lo devolverían al día anterior, en el que lució un sol radiante. Chesterton sabe que las modas son un aborto y una falsificación de la costumbre; y se enfrenta a las filosofías falsas que triunfaban en su época (versiones medrosas y germinales de las que hoy se han hecho hegemónicas) con la certeza de que los hombres terminarían abjurando de ellas, porque cuando los hombres han hecho cosas realmente dignas han deseado siempre que perduren. Y, para que algo perdure, tiene que afianzar al hombre en la búsqueda de sentido, no arrojarlo al extravío y el desconcierto, como hacen siempre las filosofías falsas, después de embriagarlo con vinos que después le dejan una pésima resaca.

Claro que, para desmontar el trampantojo de las filosofías falsas, Chesterton sabe que los hombres tienen que recuperar antes su capacidad para espantarse de las monstruosidades morales. «La gente sencilla no siente horror por las monstruosidades físicas, así como la gente culta no lo siente por las monstruosidades morales». No habrá restauración del bien, de la verdad, de la belleza, mientras nos siga pastoreando esa 'gente culta' que nos 'liberó' del cristianismo. «Y, al liberarnos del cristianismo –concluye Chesterton–, nos hemos liberado de la libertad. Ahora no podemos volver a un humorismo meramente pagano, pues el nuevo paganismo es cualquier cosa menos humorístico». Tenías toda la razón del mundo, amado Gilbert, y la sigues teniendo.