lunes, 25 de marzo de 2024

LA PASIÓN DE CRISTO: 20 AÑOS DE SU ESTRENO EN ARGENTINA

 




Por Flavio Mateos

 

Hoy 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, y en este año Lunes de Semana Santa, hace exactamente veinte años, el jueves 25 de marzo de 2004, se estrenaba en Argentina una obra cumbre del arte religioso, la película más trascendente de la historia del cine y la más revulsiva para el establishment hollywoodense: La Pasión de Cristo, dirigida por Mel Gibson. Obra arriesgadísima, inspirada confluencia de talentos sostenidos por la gracia (puesto que sus máximos responsables acudían a la misa tridentina diariamente), transgresora respecto de la mediocridad y cobardía de sus antecedentes en el género, rigurosa tanto en su resolución formal como jugada en su ortodoxia doctrinal, ya hemos dedicado un libro y muchas más páginas a la película, así que no queremos repetirnos. Pero, rememorando este hecho que merece ser recordado, puesto que el beneficio para los fieles católicos ha sido inmenso en todo el mundo, apenas damos unos apuntes, para lo cual vamos a traer acá a nuestro siempre requerido Padre Castellani.  

Decía aquel, en su sermón del Domingo de Ramos de 1966:

“Si nos ponen ante los ojos una escena estremecedora de sufrimientos, naturalmente lloramos; yo he llorado en el teatro tres o cuatro veces: no en el teatro nacional. Eso lo puede hacer mejor un actor que un predicador, y mejor aún el cine. De modo que para llorar a gritos, mejor es que fueran ustedes a ver una de las treinta y cinco o cuarenta “filmes” que han hecho los yanquis sobre la Vida de Cristo o su Pasión; “filmes” que empiezan, promedian y terminan con el dogma moderno de que Cristo apareció en la tierra para defender la Democracia”.

(Esta y todas las citas están tomadas del libro “Homilías inéditas”, Edive, Mendoza, 2020).

Ahí está servida en bandeja una observación que permite de inmediato cualificar la película de Gibson: sí, de acuerdo, hemos llorado mucho (los espectadores normales, no los intelectuales pedantes o farisaicos, no los judíos ni los modernistas ni los periodistas a sueldo de los medios masivos de falsificación, que por el contrario han rabiado, pataleado, denigrado, acusado de antisemitismo y otras paparruchadas al director del film), pero si debemos destacar por sobre todas las cosas la película, no es por su gran carga emotiva, absolutamente lograda merced al talento artístico de sus realizadores, sino porque contradice todas las versiones previas del cine –sea o no hollywoodense-,  cine que nunca se animó a presentar la Pasión en sí misma, ni se animó a afirmar con convicción la relación del sacrificio redentor de Cristo que es el sacrificio redentor de la santa misa, ni se animó a mostrar el fariseísmo de frente y con crudeza, sin pedir permiso a la B’nai B’rith para satisfacer las demandas de los fariseos contemporáneos. Sí señor, como dice Castellani: “No está mal llorar los dolores de Cristo; pero llorar nuestros pecados es más alto; el llorar por todos los pecados del mundo, aún más alto: “dichosos los que lloran”; el hacerse una idea de lo que será el pecado delante de Dios, más alto todavía; y el conocer que “Dios es amor” es lo mejor de todo. Para eso sirve el vivo recuerdo de la Pasión, que tanto se empeña la Iglesia en suscitar ahora. Eso sí, debe ser vivo, cuanto más vivo mejor”. Y ese recuerdo vivo, vivísimo, nos lo ha presentado “La Pasión de Cristo”, que anuncia desde un comienzo, que todo lo que hemos de ver que sufre Cristo en la película fue, como dice el capítulo 53 de Isaías, que cita el film: “Él, en verdad, ha tomado sobre sí nuestras dolencias, ha cargado con nuestros dolores, y nosotros le reputamos como castigado, como herido por Dios y humillado. Fue traspasado por nuestros pecados, quebrantado por nuestras culpas; el castigo, causa de nuestra paz, cayó sobre él, y a través de sus llagas hemos sido curados”.

Sigue el Padre Castellani:

“¿Por qué escogió Cristo una muerte tan atroz? Si bastaba una lágrima, una gota de sangre del Hombre Dios para hacer la Redención, ¿a qué esa monstruosa orgía de atrocidades? La respuesta corriente es que sus enemigos eran atroces; y es buena en puridad. Puesto que Cristo iba a satisfacer por todos los pecados del mundo, era conveniente que toda la maldad del mundo se volcara sobre él –dice Santo Tomás. Y así toda la maldad humana se concentró en un rincón del mundo y se hizo una punta, un “pincho” que cayó sobre un solo hombre. Esa palabra “pincho o aguijón usa San Pablo: “el pincho del pecado es la muerte”-dice (I Cor. 15,56).”

Esa “extrema violencia” de que acusaron a la película los que entonces se erigieron en escandalizados guardianes del decoro (mismos que elogiaban toda clase de bazofia ultraviolenta surgida de la enajenación de los asalariados de la perversión judeo-hollywoodense), era necesario se mostrase, y arriba está la razón. Porque además “toda esa masa de perversidad se había conglomerado en Palestina y era empujada de atrás por toda la perversidad humana, gobernada por el Príncipe de este Mundo” (Castellani). Y aquí tenemos otro grandísimo acierto de la película: la presentación del diablo, el enemigo, el ideólogo homicida y mentiroso de toda esa salvaje maldad impotente. Y “era necesario –dice Castellani- que la maldad se hiciese manifiesta en un ejemplo retumbante para darnos una idea de lo que es el pecado –y sus consecuencias”. De no haberse mostrado todo ello, la película hubiese sido otra falsificación más, una mediocridad de la que nadie seguiría hablando ya hace mucho tiempo.

En definitiva, “La Pasión de Cristo” puso en escena, en la gran pantalla, y de forma bella, todo aquello que nadie se había hasta entonces animado a des-ocultar, a poner a la consideración mundial, sin concesiones a la corrección política. El coraje y la audacia que hicieron falta para ello, ya de por sí vale nuestro encomio. El resultado es una obra que ya es un clásico del cine. Y como toda obra de arte, llama a ser contemplada, disfrutada, interpretada para ser, finalmente, trascendida.