“Ante nuestros ojos aparecen en lucha dos tradiciones; lejos de conducir el mismo contenido nocional son antagonistas. La una transmite sin disimulo la religión del verdadero Dios, y es la Tradición apostólica, en la cual la tradición primordial está totalmente incluida. La otra, llamada por los neognósticos Tradición primordial, transmite, bajo un disfraz de luz, la religión tenebrosa que quiere ponerse en el lugar de Dios”. (Jean Vaquié, Ocultismo y fe católica: los principales temas gnósticos).

sábado, 24 de febrero de 2024

EL ARTE EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES DE SAN IGNACIO

 


El arte iluminador para uso del pueblo: la Pasión de Cristo de Mel Gibson.


Por Giovanni Papini

 

En tiempo de San Ignacio el arte comenzaba a decaer; todavía seguía representando temas cristianos pero con espíritu pagano; procurábase hacer resaltar la belleza material de las formas antes que la fidelidad inteligible y la expresión espiritual. Los artistas abandonaban poco a poco su condición de humildes artesanos, o en todo caso de humildes ilustradores de la fe para convertirse en maestros orgullosos al acecho de pingües ganancias, de gloria y de novedad. Cada uno de ellos quería afirmar, como hoy se dice, la propia personalidad y, por exhibicionismo o por otras ambiciones relegaban a segundo plano la instrucción del pueblo y sólo le interesaban su capricho y su fama. Y bajo el nombre de Madonne se complacieron en retratar a sus amantes y se sirvieron de la Crucifixión y de la Resurrección para exhibir su sabiduría anatómica, los efectos inusitados de colores, los contrastes geniales de sombras y de luces. El arte, bajo cierto aspecto, salió ganancioso —por el placer sensual de los ojos— pero acusó una sensible pérdida en su esplendor espiritual: todas las pinturas religiosas de Rafael no tienen el valor, como interpretación y visión mística, de un solo fresco de Giotto. Y el arte, en vez de ser el texto iluminador para uso del pueblo, convirtióse poco a poco en el lujo y voluptuosidad de los ricos.

A la carencia del arte que iba encuadrándose en perfiles netamente paganos remedió —sin pensarlo de un modo claro, ya que los santos no se ocupan de estética — el genio de San Ignacio. Sustituyó las pinturas materiales y perecederas de los muros con las pinturas, siempre nuevas y eternamente evocables de la fantasía. Y de esta manera volvió a conducir y conduce a los cristianos a la familiaridad visible, casi palpable y aspirable, de Cristo hijo del Dios vivo; su método suprime la ilusión de los siglos y convierte a los cristianos obedientes en contemporáneos de Pilato y de San Juan.

Él sabe que los hombres, atados a la servidumbre de los sentidos, aman profunda y únicamente las cosas que ven, sienten y palpan, y sabe que su memoria es débil y su espíritu difícil de encender. Y quiere extender a todos los cristianos, nacidos miles de años más tarde el supremo privilegio de los apóstoles, de los pescadores de Galilea y de los habitantes de Jerusalén. Ver a Cristo y amarle; verle sufrir y querer sufrir con El y por El es una sola cosa, y es el objetivo que persigue la práctica perfecta de los Ejercicios. Ellos suprimen, en el plano de la vida espiritual, las distancias de tiempo y de espacio que nos separan sólo por una ilusión nuestra, de la presencia actual del Señor. Y no son solamente, como muchos reconocen, un prodigio de sabiduría psicológica, sino uno de aquellos caminos simples, pero milagrosos, que los santos han trazado para acompañar a las almas sumergidas en el lodo ante la faz informe de Dios.

 

 

Giovanni Papini, SAN IGNACIO DE LOYOLA, en “La escala de Jacob”, 1928.