jueves, 29 de diciembre de 2022

LA REENCARNACIÓN – JEAN VAQUIÉ

 

LA REENCARNACIÓN – POR JEAN VAQUIÉ

 

 

Casi todas las doctrinas esotéricas modernas comportan la creencia en la reencarnación de las almas, y cuando no se refieren a ello explícitamente es porque lo suscriben implícitamente.

La reencarnación es el nuevo nombre de la metempsicosis. Se la llama también teoría de la migración o de la transmigración de las almas. También se la denomina palingenesia, que etimológicamente significa lo mismo: «palin» significa «de nuevo» y «genesia» sugiere la idea de generación y de encamación. Más raramente se la llama reviviscencia. Todas esas denominaciones, que no difieren sino por ínfimos matices, son prácticamente sinónimas. Es, pues, posible dar una definición común: es la doctrina por la que las almas humanas pasan de un cuerpo a otro. Las almas sobreviven a los cuerpos (eso nadie lo duda), y tras haber esperado durante un período más o menos largo y en diversas situaciones, según las diferentes escuelas, volverían a la tierra para animar nuevos cuerpos en el momento de su nacimiento.

Se sabe que es una doctrina arcaica. Pero hay que subrayar que no es absolutamente primitiva. Así, por ejemplo, ni los textos más antiguos de la Biblia ni los primeros escritos védicos (llevados a la India por los arios) mencionan la existencia de la teoría de la transmigración de las almas. Es verosímil que esta concepción naciera en la época en que el politeísmo empírico comenzó a sistematizarse y a crear teogonías más o menos coherentes.

Por otro lado, es difícil asignar un origen preciso a la doctrina de la reencarnación. Unos dicen que viene del orfismo; otros, no sin motivo, hacen de ella una teoría egipcia. Se sabe igualmente que el budismo ha contribuido ampliamente a su expansión por extremo Oriente. Por su difusión ha cubierto todo el mundo, pese a la hostilidad de ciertos filósofos (Aristóteles la criticaba) y la resistencia que le opuso el cristianismo desde el principio.

Los gnósticos de los tres primeros siglos han enseñado la metempsicosis bajo diversas formas. Pero el cristianismo, con el que es incompatible, llegó a dejarla fuera completamente del mundo occidental. Esta creencia no ha subsistido en tierras cristianas sino marginalizándose. No ha sido profesada sino con sordina por los ocultistas de todas las épocas. En el siglo XIX son los espiritistas y los teósofos quienes comienzan a enseñarla públicamente e incluso a hacer de ella una de las piezas maestras de sus sistemas

Nos es preciso examinar cuáles son las diferentes fases del razonamiento reencarnacionista.

Hagamos una primera constatación. La reencarnación supone la creencia en la supervivencia del alma tras la muerte. Ahora bien, un examen, por rápido que sea, nos muestra que los partidarios de la reencarnación lo son también, siempre, de la dualidad del alma. Piensan todos, o casi todos, que el hombre posee dos almas: un «principio vital» (animus o psiché) engendrado por los padres, y un «principio pensante» (spiritus o pneuma) que viene del más allá.

Para ellos el principio vital, de vocación vegetativa, muere con el cuerpo o no le sobrevive sino poco tiempo. Mientras que el principio pensante tiene el don de supervivencia a largo plazo. Las cosas se complican con las escuelas que admiten el «doble astral», pero, cualesquiera que sean las escuelas, hay siempre en los reencarnacionistas un principio espiritual que sobrevive al cuerpo.

En una segunda constatación subrayaremos que la reencarnaci6n es invocada como base de razonamiento por todos los que pretenden desdramatizar la muerte.

Oímos hablar mucho de esta «desdramatización», precisamente en este momento, a los que militan a favor del aborto y la eutanasia. Tejemanejes anodinos, dicen, pues la muerte no es un drama. La muerte constituye só1o un cambio de estado, la adquisición de un nuevo estado que presenta sus ventajas e inconvenientes, lo mismo que el estado terrenal.

Ahora bien, nada mejor para desdramatizar la muerte que la reencarnación. En esos sistemas, efectivamente, el alma no dejaría definitivamente la tierra y la naturaleza; estaría destinada a volver para seguir un proceso automático de sucesivas purificaciones. No hay juicio particular del alma, ni sentencia inmediata de recompensa o castigo. ¡Fuera con esas supersticiones medievales! La ciencia moderna de la psicología humana nos ha vuelto a enseñar nociones antiguas que el cristianismo había lanzado al olvido. Y de ahí los incontables libros sobre la supervivencia, sobre la transmigración de las almas y sobre sedicentes recuerdos de nuestras anteriores vidas.

La «desdramatización» de la muerte es uno de los casos de aplicación de la teoría de la reencarnación, pero veamos la arquitectura del conjunto de esta teoría.

La versión más completa de la metempsicosis es la profesada por el hinduismo. Para el hindú la existencia terrestre es un mal, un exilio y una degradación, porque en la existencia terrestre las almas individuales se han separado del alma universal de la que han pasado a ser fracciones descentradas. Se encuentran temporalmente “fuera de su camino”, pues sólo en el alma universal se realiza el ser perfecto, la totalidad de la esencia, la unidad absoluta y la inefable felicidad.

Las almas en estado individual, separadas del centro cósmico, pasan al torbellino exterior llamado samsara que constituye la inmensa “rueda cósmica”. Y la ley que incorpora las almas individuales a la rueda del “samsara” se llama la ley del karma.

Según la ley del “karma”, toda obra realizada por el hombre entraña consecuencias terrestres hasta el infinito, como los círculos que un guijarro provoca cayendo al agua. Las buenas acciones provocan consecuencias liberadoras, y las malas, por el contrario, consolidan los vínculos que subordinan al hombre al “samsara”.

Pero el alma humana está habitada por “la sed de la existencia” que se llama trishna. De esta sed de existencia viene todo el mal, pues atrae al alma al encadenamiento de consecuencias de sus acciones terrestres o karma.

Entonces, ¿cómo poner fin a esta cadena de consecuencias que vinculan el alma a la rueda cósmica? Hay dos medios.

El primero consiste en dejar correr la serie de reencarnaciones hasta que la suma de actos reprensibles operados a lo largo de las sucesivas vidas sea compensado por la agregación de las buenas acciones liberadoras.

El segundo medio es susceptible de ser utilizado en esta vida. Consiste en abolir en el alma la sed de existencia por una inacción total y por la salida de todo pensamiento o acto volitivo. El hombre interrumpe así la cadena de consecuencias kármicas y su alma deja el samsara y también, consecuentemente, la eterna necesidad de revivir.

En los dos casos el alma, o más exactamente, su parte espiritual, vuelve a unirse al alma universal de la que no era sino un fragmento descentrado. Pierde su individualidad distinta que ha hecho su desdicha sobre la tierra y se funde en el nirvana o reino de la unidad absoluta sin distinción individual.

Se ve que en el hinduismo la reencarnación pertenece a un vasto mecanismo gracias al cual es el alma misma quien opera su propia liberación. El hinduismo ignora la Redención y no experimenta su necesidad, dado que las reencarnaciones dan lugar a una suerte de redención automática. Se comprende así la impermeabilidad del Extremo Oriente a la predicación cristiana.

Hemos visto que la metempsicosis también se encuentra en el Occidente mediterráneo, si bien englobada en sistemas algo diferentes. Pero esos sistemas presentan en común los siguientes rasgos:

l. La metempsicosis se funda habitualmente sobre el principio de preexistencia de las almas. Todos los espíritus habrían sido creados simultáneamente, lo mismo las almas que los ángeles u otros genios. El número de almas sería así fijo y no aumentaría.

2. A continuación las almas habrían sido proyectadas sobre la tierra bruscamente en cuerpos carnales, tras un proceso y por unas razones que difieren según las escuelas. Puede ser su propio apetito lo que les ha conducido allí, o puede haber sido una torpeza del «Demiurgo». En todos los casos esta encarnación del alma resulta algo nefasto para el alma misma.

3. Las almas entran así en la ronda de reencarnaciones que, en su conjunto, tienen un valor expiatorio. La metempsicosis constituye un sistema de autorretribución. Diluye la noción de juicio hasta hacerla desaparecer.

4. Hay que constatar que los sistemas reencarnacionistas suponen que el alma humana es polivalente, en cuanto que son capaces de adaptarse a todo tipo de cuerpo. En algunos de esos sistemas se reencarnan también en cuerpos de animales, plantas o piedras.

Los autores esotéricos subrayan que la Iglesia nunca ha condenado explícitamente la doctrina de la reencarnación. Ciertamente, pero hay una razón evidente: la metempsicosis ha sido considerada por todos los escritores de la Iglesia y por el magisterio como incompatible con la enseñanza común concerniente a la composici6n del hombre. Esta incompatibilidad aparece en dos puntos de doctrina particularmente incontestables.

Primera incompatibilidad: la reencarnaci6n supone la preexistencia del alma. En la hipótesis reencarnacionista toda alma humana ha animado ya otro cuerpo en un pasado más o menos remoto. Ahora bien, la Iglesia católica enseña la no preexistencia del alma. El sínodo de Constantinopla declara en el año 543:

«Si alguien dice o piensa que las almas de los hombres preexisten, en el sentido de que antes eran espíritus o potencias santas que, dejadas de la contemplación de Dios se habrían vuelto hacia un estadio inferior; que por este motivo la caridad de Dios se habría enfriado hacia ellas, lo que en griego les ha hecho llamarse «almas», y que habrían sido enviadas al cuerpo para su castigo, que sea anatema».

El alma es la forma substancial del cuerpo humano. Se crea en el momento de la concepci6n. Hay que precisar entonces que Dios, al crear almas sucesivamente (y no todas juntas al comienzo del mundo), no hace sino multiplicar la especie humana en conformidad con la ley que El mismo impuso al fin del sexto día: «Creced y multiplicaos».

Segunda incompatibilidad: aparece en el momento de la muerte. La sentencia dada en el momento del juicio particular al que cada alma se someterá tras la muerte es ejecutoria de inmediato. Según el segundo concilio de Lyon (1274), las almas de los justos «son recibidas inmediatamente en el cielo». Y según el concilio de Florencia (1439), «las almas de los condenados bajan inmediatamente al infierno para allí sufrir penas sin igual».

En cuanto a las almas, que ni son inmediatamente escogidas, ni inmediatamente reprobadas en el momento del juicio particular, van al purgatorio. Ahora bien, ni el magisterio ni ningún doctor jamás ha enseñado que el purgatorio consista en una migración de almas de un cuerpo a otro.

Se ve, por tanto, que el sistema de la reencarnación es doblemente incompatible con la ortodoxia católica.

 

NOTA.--Conviene responder a una objeci6n que los gnósticos oponen frecuentemente. Pretenden que el profeta Elías se ha reencarnado en la persona de San Juan Bautista, ofreciendo así un caso de reencarnación registrada y certificada por la Sagrada Escritura.

Se trata, en realidad, de una falsa interpretación. He aquí el texto de San Mateo:

«Le preguntaron los discípulos: ¿Cómo, pues, dicen los escribas que Elías tiene que venir primero? El respondió: Elías, en verdad, está para llegar y restablecerá todo. Sin embargo, Yo os digo: Elías ha venido ya, y no le reconocieron; antes hicieron con él lo que quisieron; de la misma manera el Hijo del hombre tiene que padecer de parte de ellos. Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista» (Mat 17, 10-13).

Comentario del padre Fillion: «En su respuesta distingue Jesús dos apariciones sucesivas de Elías. Una real y personal al fin de los tiempos; otra figurativa y ya acontecida en la persona de San Juan Bautista».

Juan Bautista no es, pues, una reencarnación de Elías; sólo ha jugado un papel precursor análogo al de Elías. El Bautista es el precursor de Jesús sufriente. Elías, en su aparición del fin de los tiempos será el precursor de Jesús triunfante. Es a causa de su papel de precursor por lo que se puede llamar a Juan Bautista «un Elías».

 

Jean Vaquié, “Ocultismo y fe católica. Los principales temas gnósticos”.

 

Nota: usamos como ilustración una imagen aparecida en un torpe artículo del mediático esoterista Dr. Antonio Las Heras en “Crónica, siempre junto al pueblo” (sic), donde pretende demostrar que estaría probada la existencia de la reencarnación:https://www.cronica.com.ar/suplementos/Las-pruebas-de-que-existe-la-reencarnacion-20190707-0012.html