“Ante nuestros ojos aparecen en lucha dos tradiciones; lejos de conducir el mismo contenido nocional son antagonistas. La una transmite sin disimulo la religión del verdadero Dios, y es la Tradición apostólica, en la cual la tradición primordial está totalmente incluida. La otra, llamada por los neognósticos Tradición primordial, transmite, bajo un disfraz de luz, la religión tenebrosa que quiere ponerse en el lugar de Dios”. (Jean Vaquié, Ocultismo y fe católica: los principales temas gnósticos).

miércoles, 26 de noviembre de 2025

PERO... ¿QUÉ HACEN ESTOS NIÑOS AQUÍ? ¡QUE SE VAYAN A LEER CUENTOS DE HADAS!

 


«El poeta es aquel que lleva la sencillez de la infancia a los poderes de la virilidad».

 

Samuel Taylor Coleridge

 

 

«El que no cree en mitos cree en patrañas».

 

Nicolás Gómez Dávila

 

 

Por MIGUEL SANMARTIN FENOLLERA

 

El pasado es aquel tiempo dónde aconteció lo trascendente. Siempre apunta al origen, al principio, y por tanto a la pureza y a la claridad. Por ello es lugar de referencia al que volver los ojos para comprender. 

A su vez, la acción es la madre de los hechos, esos retazos de realidad que el hombre deja tras de sí y que en ocasiones ama más que a sí mismo: núcleo de identidad y flujo de experiencia al que también volver para así intentar comprender el porqué de nuestra existencia. 

Ambos factores confluyen en la épica, definida muy precisamente por el reciente académico Carlos García Gual como “la actuación ejemplar de unos personajes extraordinarios en un tiempo memorable y lejano”.

Creo que el pasado, como dijo el profesor Stephen Gilman, “es un tiempo verbal que comunica importancia en vez de tiempo” y que los “hechos míticos” tienen siempre un poso de verdad, pues como decía Tolkien, “así como el lenguaje es invención de objetos e ideas, el mito es invención de la verdad. Venimos de Dios, e inevitablemente los mitos que tejemos, aunque contienen errores, reflejan también un astillado fragmento de la luz verdadera, la eterna verdad de Dios”.

Cierto que al primero, al pasado, al principio de todas las cosas, se aproxima uno mejor y más profundamente con la Filosofía y, más allá aún y hasta dónde se puede, con la Teología, y que el segundo, la realidad fáctica, se corresponde mejor con un saber más técnico, recolector y relator, como es la Historia. Pero la confluencia de los dos caminos en la épica de la mitología y la leyenda supone una ventaja nada desdeñable para iniciar con ella una aproximación básica y fundamental a eso que es nuestra historia y nuestras tradiciones. Es por tanto un primer escalón por el que empezar a ascender. Como bien señaló Chesterton, “los hechos no vienen antes, la verdad es la primera”, pero a pesar de ello muchos hoy la tienen olvidada y el resto la estamos olvidando, por ello los mitos y las leyendas, como retazos de verdad que son, pueden ayudarnos para un necesario reencuentro.

Por todo ello, los mitos, las leyendas y su épica, resultan instrumentos necesarios en la formación y educación de los niños. De entrada, pueden representar prefiguraciones de la Verdad. Ya nos decía C. S. Lewis que “los buenos sueños de los paganos” ––como a él le gustaba llamarlos–– han venido preparando al hombre para la comprensión del mayor acontecimiento de todos, la Encarnación.

Además de lo anterior ––que es lo fundamental––, desde tiempos inmemoriales los mitos y las leyendas han constituido entretenimiento para niños (y también, sin duda, para adultos), y no solo eso, sino que de igual forma han facilitado el mantenimiento de una estrecha relación con la historia, ya que ayudan a los niños a desarrollar la percepción de un pasado común y a adquirir una identidad cultural propia; así mismo, muchas leyendas encarnan los más altos valores de nuestra cultura y contribuyen así a formar la conciencia moral de los niños. Por último, el carácter fantástico y preternatural de las mismas desarrolla las capacidades imaginativas y poéticas de los pequeños.

Pero, ¿quién encarna hoy día tales valores, tales regalos? ¿dónde un niño de 8 años puede hallar, profunda y bellamente expuestas, esas verdades? Pues no crean que resulta necesario ir muy lejos, ya que las podemos encontrar en los cuentos de hadas.

¿Los cuentos de hadas? No sé …, puede ser, pero esos cuentos solo son apropiados para niños pequeños o, en todo caso, niñas ¿no?

¡Oh, prejuicio, oh recelo! Es cierto que se ha extendido entre las gentes la errónea idea de que los cuentos de hadas son solo para niñas o cuanto menos para pequeñuelos, pero créanme, es un tonto escrúpulo, una prevención vana … Y es que nuestra modernidad, encerrada en sí misma en múltiples contradicciones, nos muestra en este caso una más, como no podía ser de otra manera. 

Por un lado es cierto que las artes audiovisuales (pienso en Disney y sus adaptaciones cinematográficas de relatos clásicos), ha difundido (e infundido) una idea acuosa e inexacta de los cuentos de hadas, poniendo la atención en historias protagonizadas por personajes femeninos, con difusión de clichés falsos sobre las hadas y demás seres espirituales y fantásticos como los enanos o los trasgos, y dónde prevalecen las apariencias y los valores y caracteres femeniles, con olvido manifiesto de los masculinos (piensen en los ridículos e inútiles príncipes de las películas de Cenicienta la Bella durmiente y los risibles y grotescos enanos de Blancanieves).

Pero eso no es todo, pues, corriendo en pareja senda a este significado “popular” de las hadas como seres femeninos (o más bien feminoides), recientemente encontramos que, en casi todos los ámbitos de la cultura, sean académicos o no lo sean, se maneja una opinión bastante negativa sobre el cuento de hadas como portador de valores caducos y trasnochados. Ya saben, el feminismo rampante y sus vasallos, criticando los “estereotipos de género”, la imagen “antigua” de las mujeres, y, mira por donde, la masculinidad “tóxica”, de los que dicen están impregnados los relatos de hadas. Por ello, las “tendencias imperantes” han decidido desterrar los ya ridículos roles masculinos de los cuentos y eliminar de un plumazo a las clásicas “princesas Disney” antes comentadas, centrando exclusivamente la atención en féminas masculinizadas y “empoderadas” sin partenaires masculinos que les den la réplica (vean sino las películas Brave Múlan ––y últimamente ese “invento” de la corrección política que es el filme La Capitana Marvel–– o los múltiples álbumes ilustrados sobre hadas que recogen las deconstrucciones y reconstrucciones de cuentos clásicos y que abundan en el mercado para mayor gloria de la imperante, intimidante y deletérea “ideología de género”). 

Por lo tanto, lo que se esconde entre esas páginas antiguas no es solo ––que también–– un catálogo de caracteres y roles femeninos, sino que, en igual forma, pueden encontrase hombres valientes, héroes honrados y buenos que sacrifican su vida por otros y por algo mayor que ellos mismos; nos lo están diciendo los estudiosos, rabiosos por descubrir en dichos cuentos tanta testosterona patriarcal y tanto valor y virtud tradicional.

Quien haya leído alguna de las historias que el señor Andrew Lang compiló en sus libros de colores (Los libros de hadas de colores de Andrew Lang) o aquellos relatos populares que el señor Afanasiev reunió en sus tomos de cuentos y leyendas de la Rusia campesina (Los cuentos rusos), o los recolectados y reescritos con cuidado y esmero por los hermanos Grimm para ser leídos “a la luz de la lumbre” (Los cuentos de hadas germánicos), podrá desmentirles la generalizada calumnia de que los cuentos de hadas son solo para niñas o infantes y confirmarles lo que hoy sostengo aquí. 

Así que desterremos de la palabra hada su significado actual de sensiblería y emotividad banal, y volvamos a llenarla de su originaria naturaleza sobrenatural y por tanto de ese componente aterrador que, junto a otros más amables y fascinantes, puede encontrase en su corazón mismo. En los cuentos de hadas, al lado del amor, la familia, el matrimonio, la piedad y el amparo de los débiles, no falta el misterio, la aventura, el miedo y el valor, el sacrificio y la entrega, la vida y la muerte, la lucha y el combate, en múltiples y variadas historias pobladas por dragones y ogros, trasgos, duendes y trolls, caballeros y soldados, leñadores y campesinos, músicos y pintores, damas y damiselas, doncellas y campesinas, cocineras y ayas, y sí, por supuesto, también hadas. Un mundo inmenso y fascinador, subyugante y mágico.

Así que, si no saben qué lectura dar a sus chavales entre 8 y 16 años, si no encuentran qué leerles o qué leer con ellos, en familia, acudan a los cuentos de hadas, les aseguro que no se equivocarán y hallarán consuelo y deleite por igual.