Extractamos, a la manera de aforismos, pensamientos,
observaciones, reflexiones del gran José María Pemán, en su libro “El Paraíso y la Serpiente”, tras su
paso por Argentina y Uruguay en el año 1941.
-“Lo bello del ascetismo es la bienaventuranza eterna
a que aspira, no el potaje de garbanzos a que se resigna”.
-“El instrumental humano de Buenos Aires es una
selección de cortesía, moderación y buenas formas. Todos los tipos más
matizados y sutiles de la civilización europea de hace unos años –el gentleman,
el abate, el diletante-, tienen allí excelentes reproducciones”.
-“El indigenismo no es más que el recurso genealógico
de los que no tienen archivo doméstico”.
-“Lo que importa en el mestizaje, como en las palabras
compuestas, es colocar bien el acento”.
-“Con reminiscencias clásicas se puede hacer
cesarismo, y se puede hacer demagogia. Con gestos romanos se decoró la
Revolución francesa, y se decora el fascismo italiano".
-“Y es cierto que un romano, dijo lindamente, para la
tumba de una muchacha: “Séate la tierra leve, como tú fuiste leve sobre la
tierra”. Pero, ¡cuidado!, que en Santiago del Estero un guaraní, para la tumba
de otra muchacha, dijo: Chaupí,
punchaupí, tutahiarka; lo cual no es muy eufónico, pero significa nada
menos que esta preciosidad: “En la mitad del día anocheció…” La sobriedad
poética es una flor humana, no un tema de retórica clásica”.
-“La “ópera” es la liturgia de una época
individualista que carecía ya de verdaderos estímulos de congregación. El
hombre que no se congregaba ya en la catedral, ni en el ágora, buscó ese modo
de hacerse espectáculo de sí mismo”.
-“Toda democracia ha sido siempre empresa de una
oligarquía”.
-“Cuando se dijo: “proletarios del mundo, uníos”, ¿en
qué se unieron los proletarios? En el gesto, en la divisa y en el himno: en el
puño cerrado, en el trapo rojo. Pero que lo más insobornable y hondo de los
proletariados había quedado fuera de esa internacional, bien claro se ha visto
en lo rápidamente que se “nacionalizaron”, al encontrarse en guerra”.
-“España no sabe de aldeanismos nacionalistas. Es, por
esencia, universalista y católica”.
-“Es proverbial la cortesía y la amabilidad de los
argentinos. Cada presentación va seguida de una invitación. Sí, Buenos Aires es
una de las ciudades del mundo que más saturan al visitante de urbanismo, de
ciudadanía, de urbanidad civil”.
-“No menos expresivo de esa otra realidad argentina
que es su solícita cortesía hospitalaria, es el “¿cómo no?” Desde que el
forastero llega al país, todos –el portero, el cochero, el mandadero-, acatan
sus órdenes con un continuo y extremoso: ¿cómo no? Parece que la Argentina
viviera en un perpetuo asombro de que alguien pueda dudar de su amabilidad
universal e inmensa”.
-“El “gaucho” siempre ha estado, por instinto, con lo
más autóctono y nativo en la política. Fue de San Martín, fue de Rosas, fue de
Artigas, fue de Liniers. Lucía su bigote como una protesta de “independencia”;
no en balde los soldados invasores de Beresford venían rapados.”
-“El “gaucho” se mustia, se achica. Se siente un cero
desamparado e inerme en la máquina de la Libertad. Llega a esta dolorosa
conclusión:
Porque el gaucho en esta tierra
sólo sirve pa votar.”
-“Yo esperaba mucho de este capítulo de la revelación
argentina. La música popular es la expresión urgente del sentir y el pensar de
cada pueblo. Cuando los catedráticos empiezan a definir a una nación, ya ella
se ha denunciado, mil veces, al son de una guitarra”.
-“Para que descansaran las gargantas de los
trovadores, se hizo un intermedio de baile. Desde luego, por decreto del doctor
Meade, se desechó “el tango”. El tango no es argentino. Es que el extranjero,
en definitiva, no conoce de Argentina más que los muelles de Buenos Aires, que
son, como todos los muelles, revueltos y cosmopolitas. El tango no es de aquí
ni de allí, es un lúbrico balanceo de marinero recién desembarcado y en celo,
construido con una mezcla tropical de habanera y milonga. Es de todos los
muelles y de ninguna de las Musas”.
-“Una eliminación valiente de prejuicios
anti-tradicionales, una buena educación clasicista y centrípeta, podrá hacer
del universalismo argentino un inestimable laboratorio de “ricos aumentos” para
el castellano”.
-“La Independencia sudamericana, en su más lúcida
parte, fue obra de soldados y sacerdotes. Por patriotismo y por ortodoxia,
respectivamente, esos son los dos tipos sociales que tenían que sentir más
hondamente la reacción frente a aquel instrumento de las ideas enciclopedistas
que era Napoleón. San Martín y el deán Funes, por ejemplo, son dos tipos representativos
del verdadero pensamiento emancipador: dos dioses lares. Por eso decía Lugones
que aquellos países son obra de la Espada y de la Cruz. Algunos españoles se
asombrarán al ver así convertida en una especie de “carlismo”, la emancipación
que ellos creían obra doctrinaria, afrancesada y liberal. Pero así es la
Historia y la Verdad”.
-“Y la Hispanidad o no será nada, o tendrá que ser
eso: el cuerpo donde vuelva a encarnar Cristo para una segunda redención del
mundo”.
-“Padre Artigas, vencedor de las Piedras: hay una
batalla americana que ganar al lado de Buenos Aires, y hay una batalla mundial
que ganar al lado de España”.
-“Creo, siempre, en el valor de las “minorías
selectas”; pero esa fe mía se duplica en la América española, donde estimo
insospechado el empuje que puede tener un grupo escogido de hombres decididos y
cultos. El influjo social del intelectual puro es mucho mayor en América que en
Europa. Sociedad más elemental e ingenua conserva mayor fe en el “vate”, en el
“augur”, en el “rapsoda”.
-“En sí, ni la “democracia” que es ruido, ni la “estatolatría”
que es aplastamiento, son climas propicios para la Cultura. En la soledad
tranquila de una granja, en las afueras de Roma, mientras el César se ocupaba
de la administración, pudieron escribirse las Odas de Horacio y la Eneida
de Virgilio. No se hubieran escrito si Virgilio y Horacio hubieran tenido que
salir, a cada momento de la granja, para votar y ser diputados y concejales.
Tampoco se hubiera escrito si el Estado los hubiese molestado continuamente en
la granja con un lujo intervencionista de planillas, registros, declaraciones y
tributos”.
-“Mira, a mi juicio, estamos viviendo la liquidación y
término de un ciclo histórico: el de la Revolución francesa. Esta, como toda revolución
laica y materialista, desprendida de la unidad suprema y divina, se rompe en
dos capítulos. Uno, multitudinario y demagógico, que es el jacobino; otro de
reacción autoritaria, que es el napoleónico: vaivén de péndulo, como todo lo
que es acción y reacción puramente materialista, sin apelación a una superior
verdad. Todo un siglo se reparte en esos capítulos: o el “individualista” que
dice: “Todo el Estado para el individuo”; o el “totalitarista”, que dice: “Todo
el individuo para el Estado”. A la liquidación de ese ciclo revolucionario
estamos asistiendo: esta gran guerra de Europa [II Guerra mundial] es la guerra
de los últimos napoleones contra los últimos jacobinos”.
-“Ni democracia, ni autoritarismo –las dos partes
incompletas de la solución revolucionaria; del vaivén materialista del siglo-
las tenemos nosotros “enfrente”, como enemigos. Las tenemos “detrás” como
valores superados en nuestro camino. Nuestro José Antonio Primo de Rivera, al
formular la tesis española, concretó clarísimamente dos postulados que, por sí
solos, nos diferencian, por elevación, de las otras tesis incompletas de la
hora. Dijo que la política debe basarse sobre “el respeto a la persona humana
portadora de valores eternos”; dijo que la Nación tenía que ser “una gran
misión que cumplir en lo universal”. Ya comprenderás que no puede confundirse
con ningún nacionalismo incompleto o pagano, este originalísimo y mal llamado
nacionalismo español, que nace, desde el primer momento, preocupándose de las
dos cosas que, por una o por otra, precisamente, exceden a la Nación: el
individuo y el mundo. Ya están ahí en fila y jerarquía los tres valores
tradicionales y cristianos: lo individual, lo nacional y lo universal o
católico. Por eso José Antonio negó siempre que su doctrina pudiera
considerarse como un “fascismo” más, y declinó la invitación que le hicieron
para un Congreso internacional “fascista” que había de celebrarse en Montreux.
José Antonio no quiso despilfarrar su tesoro cristiano y sintético,
entregándolo a las incomprensiones de una Europa agitada de egoísmos y
utilidades. Lo guardaba, acaso, para la pureza íntima y hogareña de la
Hispanidad”.